viernes, 13 de mayo de 2011

ENCANTADA DE ESCUCHARSE A SÍ MISMA



     Ludmila tuvo que coger el tren y viajar.
     El ferrocarril iba a toda velocidad por la llanura.
     Ludmila iba toda tranquila, mirando al paisaje.
     Era precioso. Pero, de repente, Ludmila sintió una voz a sus espaldas que le dijo:
     — Hola, soy Marianka Bilanka, ¿qué tal? Yo bien, bla, bla, bla, bla...
     Después de setecientos o setecientos cincuenta bla-blás, a Ludmila ya le dolía la cabeza.
     La mujer charlaba como si ella fuera la única capaz de hablar en todo el planeta.
     Así no había manera de contemplar el paisaje.
     Pero es que, además, hablaba sin tema, lo cual es bastante complicado, solo unos pocos "blableros" son capaces de hacerlo.
     — Y bla, bla, bla...
     Quedaban horas de viaje.
     La pobre Ludmila se preguntaba si la señora no bajaría antes, pero parecía que no.
     — Porque bla, bla, bla... —seguía la señora, encatada de cómo sonaba su voz.
     De repente Ludmila se levantó.
     La señora seguía charlando.
     Sabía de todo.
     Se notaba que le encantaba oírse, que adoraba su propia voz.
     Ludmila agarró la mochila y cogió un frasco aparentemente vacío.
     Lo abrió y lo dejó abierto.
     Al instante, la voz de Marianka Bilanka empezó a sonar a pito.
     Era ridícula.
     La mujer, al oírse hablar como si si su propia garganta le hiciese burla, se calló.
     Lo que la señora ignoraba era que el frasco contenía gas helio que, casualmente, Ludmila llevaba en la mochila para ocasiones como aquella.
     Y Marianka Bilanka no volvió a abrir la boca en todo el camino.
      De ese modo, Ludmila pudo disfrutar del paisaje durante el resto del viaje.

© Frantz Ferentz, 2011