martes, 9 de enero de 2024

PONTE MIS ZAPATOS

 

— ¡Marica, marica!

Cada vez que había un partido de fútbol, ​​Miro tenía que soportar los gritos de sus compañeros. No importaba que fuese el mejor portero del colegio y que gracias a él el equipo del curso fuese el primero en la liga escolar.

Apenas se trataba de un pequeño grupo de sus compañeros, capitaneados por Fredo, al cual, desde siempre, le habían imbuido en la cabeza que los chicos a los que les gustan los chicos son gentuza, que merecen el mayor desprecio y encima ofenden los sentimientos religiosos.

Por eso, en todos los partidos de la liga escolar, Miro tenía que concentrarse para ser el mejor portero del colegio y hacer caso omiso de los insultos a sus espaldas que se escuchaban por toda la cancha.

Sin embargo, durante las clases, ni Fredo ni sus secuaces se acercaban a Miro, solo lo insultaban a distancia, a escondidas, porque no contaban con el anonimato del grupo:

— ¡Marica, marica!

Miro sufría el acoso en silencio, pero el fútbol era su pasión y gracias a él sobrevivía en el colegio.

— Eso es acoso escolar —terminó protestando la madre de Miro ante el director.

Pero el director era tan homófobo como la pandilla de Fredo.

— Mi querida señora —respondió con una sonrisa hipócrita el director—, eso son cosas de chicos.

— Pero usted bien sabe que hay niños y niñas que se han suicidado por el acoso sufrido en la escuela, ¿no? —insistió la madre.

— Exageraciones, son niños débiles— zanjó el asunto el director.

La madre de Miro abandonó la reunión con el director llena de rabia. Ni siquiera había dicho a Miro que iba a hablar con la máxima autoridad del colegio, pero el chico se enteró.

No obstante, Miro no quería que su madre le solucionara sus problemas. Y sabía que con el diálogo no iba a lograr nada, porque hasta los padres de Fredo impulsaron una campaña contra él, incluso pidieron su expulsión del colegio por ser un pervertido y por, tal vez, promover el virus de la homosexualidad entre el resto de los estudiantes.

Hasta aquel día en el que en los celulares de muchos de los chicos del colegio apareció una grabación donde se veía a Fredo y algunos de sus secuaces diciendo lo mucho que les gustaban otros chicos y besándose entre ellos.

Las consecuencias fueron aterradoras. Los padres de Fredo sacaron al niño de la escuela y lo llevaron a un hospital psiquiátrico religioso donde lo curasen de su enfermedad.

— Ya avisamos de que ese Miro tenía el virus de la mariconería —protestó el padre de Fredo.

— ¡Ese vídeo es falso, es falso! —protestó el chico, pero nadie le creía, porque las imágenes eran muy explícitas.

Y por supuesto el vídeo era falso. Miro, además de buen portero, era un editor de vídeos aún mejor.

Luego de que se difundieron las imágenes, lo peor fue que nadie se dio cuenta del final del video, solo se fijaron en las imágenes, porque la grabación terminaba con una enigmática frase: Ponte mis zapatos.

© Frantz Ferentz, 2024