martes, 12 de agosto de 2014

ANABELA Y PIRULO

   Anabela acababa de adoptar aquel cachorrillo precioso. Siempre le habían explicado que era mejor adoptar un animal abandonado que comprarse uno. La chica siempre se había impresionado con la expresión triste que tenían la mayoría de estos animales y no le gustaba quedarse de brazos cruzados sin hacer nada. Por eso, le pidió a su madre:
   — Mamá, ¿por qué no adoptamos un perrito? Mira, en esta página hablan de sitios donde se ofrecen animales que fueron abandonados y necesitan un hogar.
   La madre no tenía ninguna gana de tener un perro en casa. Eso significaba problemas
   — Yo me ocuparé de él, ¿de acuerdo? ¡Lo prometo!
   Mucho insistió la niña hasta que convenció a su madre. De hecho, la madre comprobó que la idea de tener una mascota en casa le daba mucha alegría a su hija. La madre solo impuso una condición:
   — Pero tiene que ser un perro muy pequeñito, que casi ni ocupe espacio. Los perros grandes comen mucho y, si se echan en el sofá, lo ocupan entero. Ha de ser un perro muy menudillo. ¿De acuerdo?
   — ¡De acuerdo!
   Al día siguiente, Anabela ya tenía un cachorro adoptado. Su raza era imposible de adivinar. Sin embargo, era muy pequeñito. Ideal para jugar con él. Cómo le cambió la expresión del rostro al perro cuando fue adoptado por Anabela. Parecía otro animal. ¡Incluso parecía que había aumentado de tamaño!
   — Voy a llamarte Pirulo —dijo la niña.
   Sin embargo, no todo ese día iba a ser felicidad.
   — La ducha está estropeada —anunció la madre.
   — ¡Viva! —gritó Anabela, que hay que decir que era un pelín sucia y odiaba ducharse.
   — Hija, no se puede ser tan guarra. Voy a llamar al fontanero.
   La alegría de Anabela duró muy poco tiempo. El fontanero vino inmediatamente y trajo una nueva ducha, que quedó instalado enseguida. La reparación y la visita costaron una pequeña fortuna, por eso la madre se pasó todo el día gruñendo. Y claro, finalmente, su mal humor lo pagó Anabela, que oyó a su madre decir:
   — ¡Quiero que ese perro pase por la ducha ya! ¡Ya basta de bichos sucios en esta casa!
   — ¿Estás diciendo que yo también soy un bicho? —preguntó Anabela indignada.
   — ¡A la ducha! — fue la única respuesta de la madre en un tono que no admitía réplica—. ¡O lavas tú al perro, o lo lavo yo junto contigo!
   La madre era capaz de cumplir su amenaza. Claro que sí. Anabela consideraba que aún no le tocaba pasar por la ducha, por tanto, tendría que ducharse solo Pirulo.
   La niña metió al cachorro en la bañera y desde fuera comenzó a lavarlo con la ducha, cubriendo previamente su cuerpo con jabón, como ella creía que se tenía que hacer. Hasta llenó el cuerpo del perro con tanto jabón que hasta parecía una bolita de espuma con patas. Desgraciado. Después, Anabela abrió la ducha e hizo salir el agua para enjuagar el jabón. 
   Y ahí llegó la sorpresa. Cuando el perro quedó sin espuma, parecía otro perro, es decir, ya no era de pardo, sino que era casi blanco, como la espuma que lo había cubierto. ¿Cómo era posible?
   — ¡Mamá, este perro destiñe! —gritó la niña a la madre.
La madre acudió corriendo al baño.
   — ¿Qué sandeces estás diciendo? —preguntó.
   Pero la niña no mentía. El perro ya no tenía aquel color pardo con que había llegado a casa, sino que lo había cambiado por el blanco.
   — ¿Destiñe? —quiso confirmación la niña.
   La madre no quería creérselo, pero sí, era lo más lógico.
   — Tal vez lo que el perro llevaba encima era una capa de roña inmensa. Como lo has lavado muy bien, se ha quedó todo limpito, ha perdió la capa de suciedad. Déjame  ver con qué lo has lavado, hija.
Anabela le mostró el jabón. Era un jabón especial, muy potente, para lavar coches. 
   — ¿De dónde has sacado este jabón?
   — Del garaje... es que no encontraba el jabón normal...
La madre tuvo una idea.
   — Mira, hija, lávate tú también con este jabón. Es buenísimo. Seguro que también te cambia el color de la piel, porque hace semanas que sospecho que tú no puedes estar tan bronceada en pleno febrero.
   — ¡Mamá!
   — Obedece, dúchate tú también con este jabón. 
   Anabela obedeció. Y sí, la madre tenía razón, cuando la niña salió del cuarto de baño, su piel era mucho más blanca.
   — Misterio resuelto —sonrió la madre—. Este jabón es tan bueno que es capaz de lavar hasta las pieles más sucias. Ha funcionado contigo y también con el perro... —concluyó la madre.
Sin embargo, no era exactamente así. El misterio estaba muy lejos de quedar resuelto. 
Aquella misma tarde, mientras Anabela estaba acostada en su cama leyendo, entró la madre en su cuarto y le preguntó:
   — ¿Dónde está el perro?
   — ¿Pirulo?
   — Vaya, ¿tenemos más algún perro en esta casa?
   — Aquí acostado en la cama, conmigo. ¿Es que no lo ves?
   — No...
   Anabela acarició la cabeza del perro que estaba a su lado y el animal meneó el rabo. La madre solo notó un movimiento de ondas. 
   — Mira, no quiero decir una tontería, ¿pero es posible que el perro se haya desteñido con la manta y se haya vuelto azul?
   Anabela solo se encogió los hombros. Su madre estaba muy sorprendida. Sin decir una palabra, se fue hacia donde ella creía que estaba el perro. Lo encontró porque seguía meneando el rabo. Lo cogió en brazos y se lo llevó otra vez a la ducha. El contraste del azul del perro con el blanco de la ducha le permitió ver al perro, al cual le estaba gustando la situación, pues se tomaba aquello como un juego. Que divertido. La madre abrió la ducha y dejó caer el agua. Ni necesitó de usar aquel jabón especial, porque, en cuanto el agua comenzó a mojar la piel de Pirulo, el perro se volvió nuevamente blanco, como la bañera.
   — Tal vez lo que causa un efecto especial es el agua y no el jabón —pensó la madre.
   Pero ya no pudo continuar con sus indagaciones, porque el perro saltó fuera de la bañera para fuera, mojado como estaba y desapareció de su vista. Y tanto fue así, que nunca volvió a verlo claramente. Sabía que andaba siempre por casa porque Anabela le hacía fiestas en la cabeza y a veces decía que el perro siempre dormía en su cama, pero la madre no lo veía, por casualidad lo oía alguna vez ladrar en voz baja, pero cuando ella se aproximaba a él, Pirulo se callaba.
   ¿Se habría vuelto un perro invisible?
   Lo cierto es que no. Solo Anabela supo lo que pasaba con el perro. Lo descubrió mientras navegaba por internet en busca de información sobre su perro. Y resultó que algún tiempo después, una vez que la madre preguntaba por el perro, quiso saber:
   — Hola, Anabela, ¿sabes ya cuál es la raza del perro?
   — ¿De Pirulo? Sí, es un canmaleón.
   — ¿Un qué? ¿Un camaleón?
   — No, un canmaleón, es decir, un perro camaleón. Es capaz de mimetizarse como los camaleones, pero es siempre un perro, o sea, un can.
   Y entonces, solo entonces, la madre comprendió muchas cosas...

Frantz Ferentz, 2014