miércoles, 2 de octubre de 2019

LOS PEDOS DEL EMPERADOR

En cuanto Hermenéutico V fue proclamado emperador, empezó la pesadilla de sus súbditos. 
El monarca tenía la costumbre de tirarse pedos en todas partes. Normalmente eran de esos sin sonido, pero que huelen horribles. Nadie se atrevía a decir nada, faltaría más, pero en privado los cortesanos comentaban. Los rumores llegaron a oídos del rey, que convocó a los miembros de la corte y les dijo:
– Sé que pensáis que yo me tiro pedos, pero lo cierto es que se trata de mi colonia, que está de moda en París. Se llama Vent d’Intestin
En cuanto el emperador dijo aquello, todos los cortesanos comenzaron a tirarse pedos y a conservarlos en frasquitos de vidrio. Si era la moda de París, había que seguirla, pues. 
Aumentó el consumo de alubias en todo el reino. La gente que más pedos se tiraba ganaba mucho dinero. Hubo quien consiguió embotellar pedos de vaca que tienen mucho gas metano. El olor a pedo se convirtió en el perfume de la corte imperial. 
Por eso, no os debe extrañar que, cuando los revolucionarios entraron en palacio y quisieron derrocar al monarca, tuvieron que darse media vuelta porque salieron intoxicados y esperar aún unos siglos, hasta que se inventaron las máscaras de gas.
© Frantz Ferentz, 2019

domingo, 25 de agosto de 2019

FUGA DE IDEAS

Harmónica García acudió al médico. Tenía un grave problema. Las ideas se le escapaban. Ella era compositora, pero desde hacía dos semanas, en cuanto le nacía una idea, esta se le escapaba. 
– Se me escapan las ideas, doctor ––dijo ella y le contó su desgracia. 
El doctor Alquimio López, muy observador, vio cómo según ella hablaba, le salía un hilo de humo ligero por las orejas. El doctor, si pensárselo dos veces, le colocó unos tapones en las orejas. 
– He resuelto su problema –anunció él. 
– ¿Cómo dice? –preguntó Harmónica–.  No oigo nada. 
Y entonces notó que a ella el hilo de humo se le escapaba por la nariz y la boca. 
– Amiga, mejor que se le escapen las ideas que morir ahogada –explicó él, mientras cogía una aspiradora pequeña e intentaba capturar los hilos de humo que se le escapaban a la mujer y que flotaban por la consulta.

© Frantz Ferentz, 2019

sábado, 24 de agosto de 2019

EL ESCRITOR DE HISTORIAS DE TERROR

El escritor, todo concentrado, pensaba en una historia sobre seres fantásticos. Tenía que escribirla. De repente, oyó unos pasos por el pasillo y ruido por los rincones más remotos de la casa. Entonces gritó:
– ¡No quiero distracciones!
Entonces, un duende colgado del techo dijo a su compañero:
– Y nosotros, ¿por qué nos escondemos?
– Porque distraemos al humano...
© Frantz Ferentz, 2019

sábado, 4 de mayo de 2019

EL REY Y EL PEÓN


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   El rey se plantó ante el peón.
   – ¿Algún deseo antes de morir? –preguntó el rey.
   – Solo quiero ser humano unos segundos.
   El rey sonrió. Pensó que el peón era un estúpido.
   – Concedido.
  De repente, el peón era un niño y el rey era un hombre adulto. Sin dudar, el niño le dio una patada al rey en la canilla. El rey se cayó al suelo y se retorció de dolor. Enseguida, el niño y el rey volvieron a ser figuras de ajedrez.
   Solo entonces, el maestro Pelakov se dio cuenta de que el rey se había caído en el tablero y que el peón, inexplicablemente, había provocado jaque mate.

© Frantz Ferentz, 2019

lunes, 29 de abril de 2019

KATKA Y EL VIRUS DEL CHOCOLATE


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Érase una vez Katka que tuvo un virus. Solo era uno y muy joven. El virus pretendía comportarse muy seriamente, como si él solo fuera todo una epidemia. Por eso, el pequeño virus recorría las venas de Katka, intentando dar la apariencia que centenares de virus que ocupaban su cuerpo. Pero eso era demasiado. El virus era muy jovencito y carecía de experiencia.
   Sin embargo, Katka sí sintió que tenía un virus en el cuerpo y pensó que había caído enferma. No tenía una aspirina a mano, así que se tomó media onza de chocolate. Por alguna extraña razón, ella había pensado que el chocolate le funcionaría como remedio.
   El virus olisqueó el chocolate fundiéndose en el estómago de Katka mientras recuperaba el aliento en la úvula de la chica. Se dejó resbalar hasta el estómago. Nunca había probado el chocolate, pero olía delicioso.
    Desde ese día, el virus molestó a Katka un ratito todos los días, de suerte que ella enseguida tomaba chocolate. Enseguida el virus se calmaba. Qué buena vida iba se iba a dar el virus para siempre jamás. 
   No obstante, unas semanas más tarde, una tribu de bacterias se acercó a la nariz de Katka. Enseguida notaron el olorcillo delicioso que salía de la chica. Ellas no sabían que aquel aroma venía del chocolate, pero lo iban a descubrir enseguida.
   Poco a poco, Katka comenzó a toser violentamente. Se sentía muy mal. Las bacterias pretendían ocupar el cuerpo de Katka, pero el virus no estaba dispuesto a compartir el chocolate con extraños, más aún con criaturas venidas de fuera. Enseguida notó que las bacterias adoraban el chocolate, de modo que fue haciendo trampas para que ellas cayeran una tras otra. Al final, consiguió atrapar a todas las bacterias y se las comió envueltas en chocolate.
   De repente, Katka se sintió mucho mejor. Estaba segura de que el chocolate era una medicina fabulosa, así que no ha dejado de comerlo nunca.

© Frantz Ferentz, 2019