A Felipe ya le dolían los ojos de tanto jugar con el móvil. Decidió entonces hacer una pausa en el chat que lo tenía totalmente absorto y levantó la vista. Enseguida dirigió su mirada hacia la ventana.
En circunstancias normales, al mirar por la ventana hacia afuera, vería el edificio de enfrente y, quizás, alguna gaviota que atravesase la calle volando y chillando. Si se asomaba un poco más, vería un pedazo de cielo azul (o gris, en caso de que estuviese cubierto de nubes).
Y eso era todo. Las vistas por la ventana de su habitación, sentado en la cama, no daban para más.
Pero aquel atardecer, ya casi de noche, Felipe no vio lo que se esperaba. No. Nunca se habría imaginado aquello. No es que un avión volase por encima de su calle, o que un autobús de ocho pisos pasase por debajo de su ventana. No, nada de eso. Lo que vio Felipe fue una vaca que flotaba en el aire, sujeta con globos. Sí, con globos normales, de esos que venden en los parques, que por lo general van hinchados con helio, un gas que hace que los globos vuelen.
El paso de la vaca por delante de la ventana fue breve, había una brisa que empujaba a la vaca y esta atravesó los aires, siguiendo la calle donde vivía Felipe.
Pero antes de que la vaca se perdiese de vista, el chaval aún tuvo tiempo de sacarle varias fotos con el móvil. Después, corrió al salón para contarle a su madre todo lo que acababa de ver.
Y la madre, como ya os habréis imaginado, no se creyó ni una palabra de lo que le dijo su hijo acerca de una vaca que volaba sujeta por varios globos. Los justificó todo hablando de la fantasía, la imaginación y los videojuegos que llenaban la cabeza al chaval de ideas irreales.
Pero entonces Felipe se sacó el móvil del bolsillo y enseñó las fotos a su madre. Sin embargo, esta seguía sin creérselo. Era imposible que una vaca volase. Ella estaba segura de que se trataba de algún tipo de publicidad. O la vaca era de cartón, o era simplemente una cuestión de hologramas.
Zanjada la discusión.
Lo mismo Felipe se habría olvidado de aquella anécdota de no ser porque un par de semanas más tarde, la vaca en cuestión volvió a pasar por delante de su ventana. Quién sabe cada cuánto tiempo pasaba por allí la vaca. Sin embargo, por entonces se dio cio cuenta de que la vaca pasaba de noche, por lo que no era visible desde el suelo, pero como iba tan cerca de la ventana, se podía ver a simple vista. La vaca, por otro lado, era un animal muy silencioso, no mugía ni nada, se notaba que estaba acostumbrada a volar.
De ese modo, el misterio inicial de ver una vaca volando se hizo aún mayor cuando se le ocurrió pensar en para dónde iba y de dónde venía aquella vaca. ¿Se dejaba simplemente llevar por las corrientes de aire? Si era así, resultaría peligrosísimo. ¿Tendría algún sistema de timón, como los zepelines?
Como ya era bastante tarde, Felipe tuvo que conformarse con sacarle más fotos. Y deseó enterarse de más cosas sobre aquel extraño animal. Sin embargo, no tardó mucho tiempo en pasar la vaca por delante de su ventana otra vez. Y entonces sí, entonces salió de puntillas para la calle intentando que no lo oyesen sus padres. Se precipitó escaleras abajo, porque pensó que sería más rápido que esperar al ascensor, once pisos. Al llegar a la calle, jadeaba, pero aún percibía una mancha oscura en lo alto que avanzaba lentamente.
El edificio donde vivía Felipe quedaba en las afueras de la ciudad. Por eso, no tardeó mucho hasta que, siguiendo su propia calle, alcanzó la autopista de circunvalación, que cruzó por debajo a través de un conducto para el drenaje del agua de lluvia, y alcanzó el otro lado, donde ya había prados, donde aún crecía la hierba porque el ladrillo no lo había invadido todo.
Felipe, ya casi sin aliento, prosiguió la marcha, aunque apenas divisase la mancha en el cielo. Por suerte, había luna llena, lo cual le permitía mantener el contacto visual con la vaca en el aire. La vaca parecía seguir por encima de un camino que se iba alejando de la ciudad, hasta que, de golpe, empezó a descender.
El chaval alcanzó a ver una quinta en un estado de conservación bastante deplorable. Había una vivienda miserable y algo que tal vez fuera un establo. A la puerta de la casa, a la luz de un candil y en una mecedora, un viejo canturreaba una canción desconocida para Felipe. Desde el interior también salía una luz suave.
— Buenas noches —saludó Felipe cuando ya estuvo junto al hombre.
Y el viejo, que estaba a lo suyo, alzó la vista, contempló al chaval y sonrió mostrando su boca vacía de dientes.
— Buenas noches. ¿Te has perdido, chaval?
— No, he venido siguiendo a la vaca voladora que ha aterrizado aquí hace unos minutos.
El viejo soltó una ligera carcajada. Después dijo:
— Ah, ¿entonces has seguido a Micaela.
— ¿Micaela? ¿Su vaca se llama Micaela?
— Sí.
Después hubo un profundo silencio. Por suerte, hasta allí no llegaban ya los ruidos de la ciudad, aunque sí se viesen sus luces brillar en la distancia. De vez en cuando se oía alguna lechuza a lo lejos.
El viejo pareció adivinar lo que quería Felipe: información.
— Verás —empezó a decir—, la vaca lleva toda la vida viviendo conmigo. Es una vaca vieja, aunque no lo parezca. Solo nos tenemos el uno a la otra. Es como una hija para mí. Desde siempre, a Micaela le ha gustado recorrer el mundo, pero como yo ahora ya estoy mayor y no puedo caminar mucho, ni siquiera puedo conducir una camioneta, tuve que buscar un medio para que viaje ella sola…
— Ya entiendo —dijo Felipe—. Por eso se le ha ocurrido lo de los globos. Con ellos Micaela flota y puede ver mundo desde arriba, ¿verdad? Ha sido una idea estupenda la de los globos...
Ahí el anciano se quedó mirando al chaval y hasta puso un rostro serio:
— Me da la impresión, hijito, de que no te has enterado de nada.
Felipe se quedó de piedra.
— Verás —prosiguió el anciano—, Micaela es una vaca voladora. Ella no necesita los globos para volar. Los globos son solo para despistar.
— ¿Para despistar?
— Claro. Tú mismo te has creído que ella flota gracias a los globos. Fíjate bien, son globos normales, pequeños, y encima no están inflados con helio.
Ahí la cara de Felipe pareció desencajarse.
— Los globos —siguió explicando el anciano—, sirven para despistar. La vaca vuela solita, es una vaca voladora, como te acabo de decir. Pero si alguien la viera, pensaría que la vaca flota porque la sostienen los globos... De esa manera, Micaela puede pasear por los aires de la ciudad tranquilamente, sin que nadie la moleste, pero la tengo avisada de que non vuele demasiado alto, no vaya a toparse con un avión de pasajeros. Ahí sí que íbamos a tener un disgusto.
Pero todavía se le ocurrió a Felipe una pregunta:
— ¿Y cómo hace para cambiar de dirección mientras vuela?
El viejo volvió a sonreír y dijo:
— ¿Cómo va a ser? Con el rabo. El rabo es su timón.
Claro, era lógico, pensó el chaval.
Felipe todavía se acercó hasta el establo para ver a aquella vaca increíble. Allí estaba Micaela comiendo heno toda tranquila del pesebre, sin que nadie la molestase... flotando a unos centímetros del suelo y moviendo el rabo para espantar las moscas, como hacen todas las vacas.
Unos minutos después, Felipe se volvía tranquilamente para casa, no sin antes prometer al viejo que guardaría el secreto de la vaca voladora y que hasta volvería de vez en cuando por allí para visitarlos.
Cuando Felipe regresó a su casa, se sumergió en el ordenador y empezó a buscar por la red información sobre vacas voladoras. Enseguida encontró información sobre una vaca voladora en Brasil. Aparecía su historia en un libro de una escritora brasileña llamada Eddy Lima, quien contaba la historia de la primera vaca voladora a causa de un brebaje mágico. El chaval se quedó pensando: ¿No sería Micaela descendiente de aquella vaca brasileña? Y otra pregunta más difícil de responder: ¿Cómo reaccionaría la población en el caso de que a alguien le cayese una boñiga de vaca en la cabeza desde el cielo?
Pero esas son cuestiones que aquí y ahora no podemos responder.
© Texto: Xavier Frías Conde
© Ilustración: Valadouro