jueves, 14 de marzo de 2024

APOLO, EL TERATÓLOGO AFICIONADO

 

Quiero contarte una historia, pero tiene que quedar entre nosotros. No se lo puedes comentar a nadie, porque hice un descubrimiento muy importante que, si llegara a oídos de ciertos gobiernos, acabaría siendo una catástrofe mundial.

Probablemente quiieras saber quién soy, pero por razones de seguridad no te daré mi nombre real. Puedes llamarme Apolo y soy teratólogo aficionado.

¿Que no sabes qué es un teratólogo? Está bien, te lo explicaré. Un teratólogo es un estudioso de las criaturas extrañas, entre las que se encuentran los llamados monstruos domésticos, como el monstruo de los calcetines, el monstruo de las pesadillas, o el monstruo de las galletas y tantos otros que pueblan los hogares de las personas, pero que son invisibles para el ser humano. 

Te voy a contar mi último descubrimiento, pero, como te acabo de decir, debe permanecer en secreto, de lo contrario tendré problemas, la criatura tendrá problemas y sé que tú tendrás problemas por leer esto.

Todo empezó cuando mi padre me preguntó:

— Apolo, los platos ya están lavados. Ponlos a secar haz el favor.

Me encanta hacer construcciones con la vajilla. La pongo al lado del fregadero y coloco los platos, vasos y otras cosas, cuchillos incluidos, para formar construcciones abstractas que con un toque artístico.

Tengo conocimientos de física, por lo que sé cómo funciona la fuerza de la gravedad. A veces coloco los cubiertos como soportes laterales. Son construcciones muy artísticas que duran hasta que se seca la vajilla. Luego todos los cacharros se van a su sitio, pero antes les hago fotos que luego subo a las redes sociales.

Durante años todo ha sido perfecto. Hasta ese día

Sí, ese día toda mi construcción se derrumbó, cayó al suelo sin compasión, haciendo un ruido que despertó a todo el vecindario. Se rompieron muchos platos, vasos y tazas, se disparó un cuchillo contra un armario y se clavó en la madera como una flecha. Por suerte no había nadie en la cocina, pero fue tal el escándalo que, poco a poco, varios vecinos fueron llamando a nuestra puerta y preguntaron.

— ¿Explotó la bombona de gas?

— ¿Cayó una bomba desde un helicóptero?

— ¿Hubo una erupción volcánica en el fregadero de la cocina?

— ¿Surgió de repente una invasión extraterrestre?

Fui a la puerta, pero no la abrí, porque no quería que los vecinos metieran las narices. Si hay algo que les encanta son los chismes, así que simplemente les expliqué:

— No fue nada de eso. Mi padre abrió una botella de champán y el corcho recorrió toda la cocina y derribó casi todos los cubiertos, platos y tazas que había. Es que estábamos de celebración.

Mi pobre padre, con todo el ruido, ni siquiera llgó a despertarse, por eso no entendió, durante los días siguientes, por qué los vecinos le guiñaban el ojo o le hacían comentarios como “qué fiestas tan buenas las de tu apartamento”. Pero no le expliqué nada, pobrecillo, era mejor que siguiera en su ignorancia, pero sí vio la desgracia que pasó en la cocina, así que me dijo en tono enojado:

— ¿Ves cómo no eres tan bueno con esas torres que construyes con la vajilla? Ya sabía yo que esto iba a pasar. Pues vas a comprar una vajilla nueva y la vas a pagar tú...

Ni siquiera protesté. Solo recogí los pedazos esparcidos por el suelo. Pero sabía que no había sido un accidente, no había sido un mal cálculo, no, sabía que ese suceso había sido provocado por una fuerza invisible.

—Y si... —empecé a preguntarme.

Como ya te dije, soy teratólogo aficionado. Conocía todos los monstruos domésticos que viven entre los humanos y los mantenía a raya fuera de mi casa, incluso si eso significaba que vivieran en las casas de mis vecinos.

Y sí, me adivinaste el pensamiento. Se me ocurrió que esta situación embarazosa había sido causada por algún nuevo tipo de monstruo doméstico, desconocido hasta entonces. Por tanto, mi objetivo era documentarlo, registrar su existencia y comprender lo que hace.

Probablemente te estés preguntando cómo puedo registrar un monstruo invisible si en realidad es invisible. Bueno, en este caso tengo que confesar que cuento con un buen equipo de teratólogo, con gafas infrarrojas y escáneres de calor, porque los monstruos, aunque no se vean, dejan huellas energéticas. Es la gran ayuda de la ciencia que ha permitido a los teratólogos descubrir nuevos monstruos domésticos y conocer sus hábitos.



Déjame que te cuente cuál fue mi primera experiencia con monstruos domésticos. Sucedió hace muchos años, cuando yo era niño. Entonces, mis tareas escolares empezaron a desaparecer. Siempre las hacía por la noche, pero cuando iba a guardarlas en mi mochila, simplemente no estaban. En aquellos días no existían los dispositivos que existen hoy en día para realizar un seguimiento de los monstruos domésticos. Sin embargo, tuve una idea de seguir la pista del robo de mis trabajos escolares. Ya por entonces había leído mucho sobre los monstruos domésticos, por lo que podía aprender mucho sobre ellos. Ciertamente temía que fuera un monstruo cometareas el que se había colado en mi casa.

Le preparé una trampa. Hice las tareas con tinta fosforescente que se vería a través del cuerpo del cometareas.

Cuando el ladrón, en medio de la noche, llegó a mi escritorio, rápidamente se comió mis deberes. Pero yo ya estaba listo. Escondido bajo una manta, no tuve ningún problema en seguirlo por el pasillo primero y luego al baño. Solo era cuestión de seguir el resplandor que emanaba de él, pero trepó por la pared, de modo que ya no pude seguirlo.

Sin embargo, no estaba dispuesto a permitir que el monstruo en cuestión me dejara sin tareas. Pero debes saber que esos monstruos no comen cualquier papel, no, solo puede ser de tareas escolares hechas por un niño, por tanto, solo tenía dos opciones: o dejar de hacer mis tareas, o hacerlas de tal manera que le causasen indigestión. La primera hipótesis quedó descartada, en ese momento solo contemplaba la segunda. ¿Pero cómo iba a quitarle las ganas de comerse mis tareas?

Laxante, esa era la solución.

Había pensado que si el laxante funciona en humanos, también funcionaría en otras criaturas con tracto digestivo. Y eso fue lo que hice, empapé la hoja de problemas de matemáticas con un poco de laxante.

Así, cuando el monstruo de los deberes llegó por la noche a mi mesa de estudio y vio aquella lista de cuentas y problemas –ya me había dado cuenta de que amaba las matemáticas–, se arrojó sobre las hojas y las devoró sin masticar.

“GRRRRGÑÑÑÑ” sus entrañas rápidamente comenzaron a retumbar. Era obvio que tendría que ir al baño de inmediato.

La criatura se escabulló, no sin antes caerle encima un saco de harina que, con las prisas, ni siquiera había visto y que la hacía visible. Allí aproveché para tomarle algunas fotos.

Y así fue mi primer encuentro con un monstruo comedor de tareas, que, por cierto, nunca volví a ver.



Por tanto, ahora tenía que enfrentarse a otro encuentro con una nueva raza de monstruo doméstico, del cuya existencia solo tenía sospechas. Mi hipótesis era que se trataba de una especie de monstruo doméstico, cuyo origen desconocía, pero al que le encantaba derribar cosas en los hogares humanos. Quizás se alimentaba del ruido de los objetos que caían, como otros monstruos se alimentan de las pesadillas. Quizás incluso por culpa de esas criaturas se explicaría por qué a veces los humanos nos caemos sin motivo en casa. Mi hipótesis es que consiguen hacernos caer porque varios de ellos conviven en la misma casa y hacen una especie de zancadilla.

También en ese momento tuve una idea de cómo hacerlo visible y, además, documentar su existencia.

Para eso iba a darle lo que más deseaba: una torre de platos, tazas y vasos que llegaran hasta el techo, una torre tan tentadora que no habría ningún monstruo derribador que permaneciera indiferente.

Como mi padre me había pedido que comprara una vajilla nueva, eso hice, pero no compré una, sino dos. La segunda era toda de plástico, de esas para acampar. Así, levanté dos torres que ni siquiera en mis mejores sueños, con cálculos muy precisos.

La primera estaba hecha con la vajilla tradicional, pero usé pegamento. Sí, pegué todas las piezas. La segunds fue la de plástico, pero ahí simplemente coloqué las piezas en equilibrio, como siempre hacía.

Y luego, todo fue cuestión de esperar. Ningún teratólogo puede impacientarse, porque los monstruos domésticos aparecen cuando menos se los espera. Si perdemos la paciencia, el monstruo puede detectarnos, y eso supone un fiasco para cualquier investigación.

De todos modos, como te dije, yo le había puesto trampas. Sabía bien que el monstruo se sentía confiado, siempre protegido por su invisibilidad. La cámara de infrarrojos y el sensor de calor estaban listos, mientras yo contemplaba todo desde mi habitación.

Finalmente apareció la criatura. Por los registros que me llegaron, vi que era un monstruo bastante pequeño, del tamaño de un monstruo de las galletas. Sin embargo, saltaba muy ligero, como un saltamontes o una chicharra.

Se acercó a la primera torre y buscó la pieza que provocaría el colapso de toda la estructura si se retiraba. Era un tenedor. Lo empujó con los brazos, pero no se movió. Lo intentó repetidamente. Fue inútil. Intentó incluso con otros elementos que se podían quitar para que la torre se cayera, pero el pobre ni siquiera podía imaginarse que toda la estructura estaba bien pegada. Le dio varias patadas, señal evidente de su frustración.

De repente, vio la segunda torre, la construida con platos de plástico. Ni siquiera buscó el punto débil, se lanzó hacia ella sin pestañear, como una locomotora, lleno de furia.

Entonces sí, toda la estructura cedió y la vajilla cayó al suelo, pero apenas hizo ruido.

El pequeño monstruo se quedó congelado por unos momentos y luego comenzó a dar saltitos nuevamente. Estaba enojado, furioso. ¿Cómo era posible? Y como no vio dónde saltaba, se cayó en un balde lleno de harina que yo había dejado por allí a propósito.

Allí pude tomar otra serie de fotografías que documentaron la existencia de la criatura, su tamaño y sus técnicas.

Pero también comprendí rápidamente que era un riesgo que se conociera la existencia de tal criatura. Si fuera capturada y entrenada por algún gobierno con malas intenciones, su actuación sería un desastre.

Sin embargo, no me deshice del pequeño monstruo. De vez en cuando le montaba una torre hecha con piezas de Lego para que él las tirara al suelo y así se quedara satisfecho. Pero todo lo que he observado y observo lo guardo para mí. Y si te he contado esta historia es porque confío en ti y confío en tu discreción. De lo contrario, enviaré al pequeño monstruo a tu casa y ya verás lo que pasa.


Frantz Ferentz, 2024