Cuentos en rima

  
1. CRIS Y SU GATO
SE ENTRETIENEN UN BUEN RATO


Un día Cris se levantó toda bostezando
y de repente vio a su gato él solo hablando

"Minino”, le dijo, “¿de verdad sabes hablar?"
Pero él disimuló y su pata empezó a chupar.

"No me engañes", le regañó Cris alucinada,
"te he escuchado soltar toda una parrafada".

Cris sabía que sus oídos nunca le mentían
y que al gato había oído hablar ese día.

Pero el gato sus habilidades no mostraba
puesto que en ningún humano confiaba.

Y así la pobre Cris al gato espió una y otra vez,
por si volvía a hablar, aunque fuera del revés.

Pero nada, que el gato no suelta más parrafadas
al menos mientras haya personas tan asombradas

Solo de vez en cuando él solo ante el espejo
se dice “hola, gato, ¿qué tal tú y tu reflejo?”

Cris perdió toda esperanza de oír al gato hablar
y dedicó la pobre todas sus horas a trabajar.

Y fueron tantas y tantas las horas de trabajo
que su salud se quedó peor que un estropajo.

Cris era traductora y traducía libros, documentos,
películas y discursos que parecían excrementos.

Por eso, la pobre de ella gravemente enfermó
y en cama, sin poder traducir, una semana quedó.

“Tengo que trabajar, tengo que trabajar”, tenaz se repetía
pero en cuanto se levantaba, al suelo se escurría.

El gato Minino oyó a su dueña dolerse,
era una desgracia no poder reponerse.

Al cabo de la semana, Cris volvió a traducir
pues nuevamente el dinero había que producir.

No quería imaginar cuánto trabajo acumulado
habría quedado en su computadora olvidado.

“¡Horror de horrores, me llevará media vida”,
se dijo Cris, “actualizar esta faena desmedida!”

Y la pobre traductora, toda infeliz y ojerosa
se sentó a la computadora con cara penosa.

Cuál fue su sorpresa al encontrarse ya todo traducido
el trabajo pendiente de una semana encima bien lucido.

“Hay duendes en mi casa”, se dijo Cris alucinada,
“que me hacen el trabajo mientras yo estoy acostada”.

Entonces el gato Minino contesta con voz de tenor:
“Ni duendes ni fantasmas, la traducción la he hecho yo”.

“Con estas garras que tuve que recortarme”,
dijo el gato, “he batido el teclado hasta hartarme.

Ahí tienes todo hecho, invítame a un helado
si es posible que no sea de la tienda de al lado”.

Cris besa al gato y la boca se le llena de pelos,
lo quiere más que a una bolsa llena de caramelos.

“¿Cómo es que sabes las lenguas que traduzco”,
preguntó Cris, “si a veces ni yo sé lo que produzco?”

Minino se lamió una garra con mucha precisión
antes de responderle con buena entonación.

“Mi querida niña, tantos años contigo he estado
que he aprendido todos esos idiomas a tu lado,

pues siempre dices en voz alta lo que escribes
sin temor a que, conmigo a tu lado, tú me ruborices.

Y desde entonces, Cris ya no trabaja como una loca,
pues de vez en cuando al gato trabajar también le toca.

Con las lenguas el gato rara vez mete la pata,
pero sí con el ratón, que le parece una rata.

Ahora Cris y Minino forman un gran equipo
tanto que ya no se les acerca ni el hipo.

Eso sí, hay que guardar muy bien este secreto del gato,
pues cualquier desaprensivo se lo secuestra en un rato.


2. EL ANCIANO LONGEVO
QUE PARECE DEL MEDIEVO



Sonaron doce campanadas y llegó el uno de enero.
Contenta estaba la gente porque estrenaban un año entero.

En la calle se lanzaban cohetes y sonaban orquestas,
aunque había pocos violines y demasiadas fiestas.

Como en cada año nuevo, a la luna jaquecas producían
aquella panda de humanos eufóricos que no la seducían.

Todo era absolutamente normal para el Año Nuevo,
tanto que nadie notó en la calle a aquel anciano longevo.

Su barba blanca llegaba hasta el suelo
y a veces la usaba de manta o de pañuelo.

El anciano entre las sombras en silencio se apareció
y en la entrada de un banco vacío del frío se guareció.

Le asustaban los cohetes explotando, la gente gritando,
los autos bocinando y los celulares repicando.

Nadie en la ciudad se enteró de su llegada
y menos aún de su improvisada morada.

Hasta aquella mañana, con un frío que pelaba.
Antonia fue al cajero, pues dinero urgente necesitaba.

Marcó los cuatro dígitos y enseguida oyó una voz
que adormecida le espetó: “hey, esto es peor que una coz”.

El cajero, por primera vez, hablaba con ella.
A la pobre se le quedó cara de paella.

La máquina le dijo: “¿Para qué quieres diez euros en billete?
Mejor hoy vete con tus hijos a ver una peli al cine a las siete”

Y salieron tres entradas para ver una peli de héroes y villanos
en el cine del barrio que les quedaba muy a mano.

Al rato vino Genaro, con una cara de tan mustia
que ni mil euros le quitaban toda la angustia.

Quería recargar su celular para llamar a mamá, papá y la tía,
al pobre le iban muy mal las cosas, no era ninguna tontería.

Digitó su código con prisas y el cajero le dijo “buenos días”,
él no respondió “buenos días”, no estaba para boberías.

Intentó sacar treinta euros en billetes de a cinco,
pero el cajero le dio una nota escrita con mucho ahínco.

Genaro la miró y descubrió siete números en fila.
¿Acaso sería para alguna rifa que alguien le enfila?

El cajero entonces habló con voz clara y potente:
«Ese el número de celular de una chica muy decente.

Llámala y conócela. Ella bien te escuchará.
Invítala a café con medialunas y feliz te ayudará».

Genaro se fue del banco dando botes de contento,
aquel cajero, además de milagroso, era un portento.

Al rato llegó Amelia, la mujer más triste,
necesitaba dinero para comprarse alpiste.

Seguía una dieta de granos, hojas y algo de soda,
que no estaba entre los dietistas nada de moda.

El cajero dejó que ella tecleara y tecleara,
le insistía una y otra vez que las teclas acariciara.

Al rato Amelia se reía, se reía como una loca
por las cosquillas que en sus dedos cada tecla le coloca.

Hacía años que no se había reído, eso era algo serio
pero ahora su risa sonaba hasta en estéreo.

Después de tantas risas, Amalia se sintió tan alegre y feliz
que se olvidó del dinero y se fue saltando como una perdiz.

El cajero sabía que ella solo necesitaba reír con ganas,
por eso el ataque de cosquillas la hizo feliz una semana.

Aquel día se corrió la voz de que había magia en el cajero,
daba alegrías, cariños, risas, cosas buenas, pero no dinero.

Hubo gente haciendo colas todo el día
solo para llevarse del banco alguna alegría.

Llegó a oídos del director del banco
la noticia de aquel enorme atranco.

Quiso saber qué buscaba en el cajero toda la gente
que era una maquinucha bastante repelente.

Cuando cerró la sucursal, tecleó su clave con fricción,
y en el cajero se produjo una pequeña explosión.

El señor director maldijo aquel maldito aparato
porque debía haberles salido muy barato.

Pensó que al día siguiente aquel trasto cambiaría
por un cajero virtuoso que en su vistosa oficina encajaría.

Pero aquella noche, el anciano longevo y silencioso
del banco se alejó sin ser visto por ningún curioso.

Era hora de irse, su misión estaba cumplida.
Hacía tanto frío la noche de su partida.

“Sean felices”, dijo a la gente, aunque nadie lo oyera,
se puso la barba de bufanda para que su cuello cubriera

Solo la luna casualmente notó su presencia
y supo que en la ciudad dejaría mucha carencia.

“Adiós, mi amigo”, lo despidió como siempre mimosa la luna.
“Adiós, mi amiga”, respondió el anciano feliz por tanta fortuna

“¿Vas a dar a repartir a otros tu magia?”, quiso averiguar.
“Claro”, dijo él, “ya sabes que soy un genio sin hogar.

Desde que la lámpara me robaron, me hospedo en los cajeros
para durante unas horas satisfacer deseos callejeros”.

“Cuídate, mi genio”, y la luna le mandó un beso de invierno.
“Adiós, mi luz”, saboreó él el beso de luna más tierno.


3. LA NIEBLA EN VILLAQUÍS
QUE NO CAUSARON UNOS ESQUÍS



Dicen que Villaquís lo fundaron
dos ingleses que se enamoraron.

Se pasaban el día diciéndose: Gimme a kiss
y de ahí que el lugar se llamase Villaquís.

Como eran ambos ingleses de verdad
se trajeron niebla inglesa a la ciudad,

pero la niebla se quedaba junto al río
porque allá el sol la empujaba con brío.

En fin, la cosa es que pequeño era el lugar
y todos se paraban gentilmente a saludar.

-- Buenas tardes, señor juez, ¿cómo está su señoría?
-- Buenas tardes, doña Regalicia, quemando alguna caloría.

-- Buenas tardes, doña Magnolia, ¿de paseo con su perro?
-- Sí, don Sintáctico, si no lo saco, suena como un cencerro.

-- Hola, mi amor, nos vamos esta tarde al cinema?
-- Hola, cariño, solo si antes resuelvo este teorema.

-- Good evening, where is the station, please?
-- Si señor, yo mismo le vendo una pizza con regaliz.

Toda la gente se conocía
porque a diario se veía.

Si preguntaban cómo era don Carapino,
todos dirían que era bajino y calvino.

O si preguntaban por doña Melopea la farmacéutica
dirían que en su rostro se la veía toda terapéutica.

¿Que cómo era don Sulfúrico el albañil?
Un señor con ojos del más profundo añil.

Y es que en Villaquís de memoria conocían
los rostros de todos y eso bien se agradecía.

Hasta aquel día tan frío, tenaz y tan terrorífico
en que la niebla envolvió Villaquís como un frigorífico.

Debió ocurrir que como era un invierno muy tenaz
el sol se constipó –atchís– como todos los demás,

lo cual fue aprovechado por la niebla para del río escapar
y la ciudad entera, por entre las esquinas, sin esfuerzo ocupar.

Y ahí comenzó para los villaquisinos una gran tragedia,
que dejaron de verse las caras, y no, no es comedia.

La niebla era tan espesa que se podía cortar con cuchillo,
pero alguno intentó dispersarla apretando el gatillo,

solo que, en vez de alcanzar a la niebla en el pecho,
le causó una herida de muerte al pobre infeliz del techo.

La señora López quiso a su marido el señor López
la calva acariciar, pero en realidad tocó piedra pómez.

“Qué manera de rascar, querido esposo,
al menos le dijo así no estarás casposo”.

El señor López nada entendía, porque su calva
bien guardaba bajo un gorro toda sana y salva.

Guillermito a su mamá quiso abrazar de un modo hermoso,
pero notó que el cuerpo de ella era peludo como un oso.

“Mamá, ¿estás buena?”, preguntó el niño agobiado.
Lo que no sabía es que de verdad un oso había abrazado,

el cual, como nunca recibía cariño,
se quiso quedar a vivir con el niño.

Mientras, en medio de la niebla, apareció doña Inés
que todo lo tocaba pero lo tocaba siempre del revés.

Quiso reconocer la mejilla de Berta, pero... ¡era peluda!
¿acaso antes se afeitaba y de repente estaba barbuda?

Luego fue a acariciar a su perro pastor
pero resultó tener dientes de... castor.

Finalmente quiso notar el rostro de su esposo,
pero metió la mano en un balde todo mohoso.

A todos los habitantes de Villaquís escalofríos venían,
pues a nadie por el tacto reconocer conseguían,

pues ya es grave una aspiradora con una persona confundir
por no saber con los dedos ver y tanto lío en Villaquís difundir.

Por suerte para todos, volvió el sol a Villaquís
después de expulsar la gripe con un par de “atchís”.

Cuando ya la niebla se ha disipado y todos se ven de frente,
la gente entiende que tocarse no es nada repelente,

solo que hay que aprender a ver con los dedos
y a tocar con los ojos sin que importe un bledo.


4. RODERICO ESCRIBE VERSOS
QUE ATERRAN AL UNIVERSO



La alcaldesa doña Remedios tiene un hijo llamado Roderico,
pero en casa lo llaman siempre Roderiquín, ay probrecico.

Roderiquín desde pequeño siempre dijo que él era escritor,
por eso doña Remedios quiere que él sea el “más” mejor.

El joven se pasa escribiendo versos las noches y los días,
poesía sublime para él y su mamá; para otros, boberías.

Doña Remedios decide que su hijo merece ser publicado,
pero no él como persona, sino todo lo que él ha creado.

Y entonces con los versos de su querida criatura
hace libros y libros y libros... menuda hartura.

Los versos de Roderiquín dan para sesenta y siete títulos
y su mami no importa que lo que escribe sea tan ridículo.

Su mama la alcaldesa le publica todo lo que escribe
y el señor de la imprenta feliz todo lo recibe.

Además de cada libro hace más de diez mil ejemplares
que es como vivir entre pesadillas sin despertares.

La amorosa doña Remedios llena el pueblo de libritos,
tantos que de las calles no se veían ni los cachitos.

Hasta el río tuvo que cambiar su eterno curso
sin encontrar abogado que pusiera contra ello recurso,

porque el cauce lleno de libros estaba
y pese a todo a las carpas leer no les agradaba.

Mientras tanto un libro por semana Roderiquín imprimía
porque su mamá la alcaldesa mucho en ello insistía.

Si al menos el muchacho supiese escribir poesía
quizá la vida hubiese alegrado a toda la feligresía,

pero no, era malo, malo, malo con ganas
como golpearse la cabeza contra una campana.

Pero doña Remedios era toda una entusiasta,
como si su hijito fuera un famoso cineasta.

Hasta que un día los libros cubrieron toda la villa,
que por debajo ya no se veía ni una farola ni una silla.

Los habitantes todos se enojaron
y poco a poco de allá se marcharon.

Nadie leía tanta poesía, bueno, eran más bien ripios,
ni aunque lo leyeran del revés o tirándose a precipicios.

El día de las elecciones, nadie votó por la alcaldesa,
bueno, ni por ella ni por ninguna otra lideresa.

De hecho, no quedaba gente en la villa para votar
porque se habían marchado todos a desahogar.

Solo quedaba en la villa una anciana sabia
que a la alcaldesa aconsejó sin ninguna rabia.

-- Mira, alcaldesa, que no te enteras de nada.
Tu hijo no tiene talento para esta tontada.

 ¿De qué tontada me hablas? inquirió la alcaldesa.
 De la poesía –le dijo la anciana, que resulta una ofensa.

 Tiene razón la anciana, mamá reconoció Roderiquín,
mejor lo dejo y me siento tranquilo como un adoquín.

 Lo tuyo es arte gritó la alcaldesa, lo tuyo es maravilla,
vive Dios que nadie escribe mejor que tú de aquí a Sevilla.

Pero Roderico tenía ojos y sentido del ridículo,
así que decidió dejar el ripio y hacer currículo.

Descubrió que tenía especial talento para pintar farolas,
tanto que se lo reconocieron hasta en Angola.

Su mamá, ya sin votantes, aceptó de su hijo la nueva manía
y lo puso a pintar todas las farolas del municipio y la rodalía.

Poco a poco regresaron los habitantes a la villa.
Descubrieron con pasmo toda aquella maravilla.

Las farolas no solo iluminaban con mejor luz
sino que además se veía, nadie se partía ya la testuz.

Pero en las elecciones doña Remedios no ganó,
sino que fue su hijo quien a todos los hermanó.

Ahora doña Remedios, jubilada,
escribes ripios como una chiflada,

mientras su hijo gobierna y repinta
todas las farolas por vez vigesimoquinta.


5. DE LA SOPA DE LA ABUELA MARTA 
LA GENTE NUNCA SE HARTA



En una remota ciudad, donde el invierno siempre traía nieve
y la gente se refugiaba en sus casas a la caída del sol,
vivía la abuela Marta, la mejor cocinera de todos los tiempos
capaz de encantar con su sopa hasta a un caracol.

Nunca había revelado a nadie sus recetas,
siendo que lo mejor de todo eran sus sopas,
le habían ofrecido millones por sus secretos
pero ni que le dieran kilos de oro en una copa.

Hasta los gatos vagabundos, que por el barrio andaban
sabían que los días de frío y hambre, en su ventana
la abuela Marta de buena ley platos calientes les ponía
y ellos toda la sopa se comían felices hasta por la mañana.

La abuela Marta elegía sola todos los ingredientes,
calabacines, patatas, zanahorias, ají, perejil, tomates,
todos los mezclaba con cuidado y hervía en dosis justa,
para luego añadir lentejas, soja, maíz y aguacates.

Aquel olor delicioso que salía por su ventana
a la gente en la calle sonriente congregaba
y todos con la lengua de gusto se relamían
aunque la sopa en casa de Marta se encontraba.

Un día que a la gente a almorzar invita
la abuela prueba con una sopa de Galicia,
ella nunca con sus invitados se equivoca
pues la sopa que prepara es siempre una delicia.

De repente un día, de la ONU a Marta llamaron.
Era un funcionario amigo de la infancia de su nieto
que años atrás la sopa de la abuela había probado
y ahora sabía que solo ella resolvería aquel reto.

“Prepare su mejor sopa”, le pidió el funcionario,
“la mejor que haya hecho en cualquier año,
pues según lo que cocine, mi querida abuelita,
tendremos futuro o se nos comerá el morgaño”.

Marta no entendía el interés de la ONU por su sopa,
pero algo importante debía de ser aquella petición,
porque le pagaron el avión hasta Nueva York
y en el equipaje nadie le puso peros a toda su guarnición.

Con todo su esmero mezcla remolacha con yuca
mientras hierve con fideos de arroz y unas arvejas,
aquello ya huele que alimenta, pero aún no es todo,
le añade su ingrediente secreto que decir no me deja.

Todos en la ONU escuchan sus tripas rugir
al llegarles de aquella sopa tan rica todo el olor,
la gente se relame como si la quisiera ya comer
pero, qué pena, no comerla sí que es un dolor.

La sopa es colocada en medio de la más seria reunión
que se haya en la ONU en su historia celebrado.
Dos señores se amenazan con bombas nucleares
y dejar a la totalidad del planeta -¡pum!- descerebrado.

Tan pronto como el aroma de la sopa de Marta
ocupa las fosas nasales de los señores gritones,
se les pasa la gana de dispararse misilazos
y se ponen ciegos de aquella sopa con tropezones.

Por suerte, la abuela Marta lleva una segunda sopera
en que ha preparado aún otra de sus mágicas recetas.
Los dos señores, sus séquitos y los traductores
se comen toda la sopa que encima es de setas.

Así, gracias a las sopas de la abuela Marta,
el mundo se salva de una total destrucción,
en su ciudad la proclaman la más querida vecina
y a su sopa ejem, ejem, motivo de celebración.


6. LAS VOCES DEL PASILLO
ME DIERON UN SUSTILLO



Dejen que les cuente esta historia increíble
que sucedió en mi hogar hace poco,
pensé que fuera cosa de brujas o monstruos,
o que simplemente me había vuelto loco.

Todo empezó una mañana de invierno
cuando salí de la cama en zapatillas,
en pasillo una voz me dijo buenos días
mas yo solo respondí “hola” sin ganillas.

Me preparé un café en la cocina
y cuatro galletas con rico chocolate
al ir hacia el baño medio adormilado
pensé que había imaginado un disparate.

Cómo yo, viviendo solo, podía escuchar
una voz que de mañana me saludaba
al pasar por el pasillo, bobadas, pero
al volver la voz de nuevo me hablaba:

“Buenos días, ¿dormiste bien? Nos alegra”
repitió la misma voz con un timbre muy fino,
tanto que yo me asusté y di un brinco,
mientras preguntaba: “¿Eres tú, mi vecino?”

Pero no era mi vecino, ni nadie conocido,
pensé que solo se encendió el televisor,
pero miré para el suelo y vi algo moverse
luego ya exclamé con todo mi horror:

“Es una pelusa parlante, ¡socorro!”
grité con el café del susto derramando,
lo cual fue aún peor según creo,
pues vinieron más pelusas saltando.

“Café para todas”, gritaron de repente,
yo sentí mis pies rodeados.
Eran las pelusas de la casa
que acudían al llamado.

Nunca habría creído que a las pelusas
les gustara el café sin cafeína,
pero es verdad que las pobres
tienen necesidad de mucha proteína.

Cuando todo se calmó en el pasillo
habló la pelusa mayor con voz estable.
Era la jefa de aquella tribu pelusera
y me daba una explicación razonable:

“Somos pelusas, sí, pero con sentimientos.
La gente cree que somos polvo con pelos,
pero se equivocan, pues somos juguetonas,
mimosas y locas por un kilo de caramelos.

»Si nos adoptas, seremos tus mascotas,
si nos mimas te acompañaremos
si estás solo, seremos tus amigas,
si tú quieres, nosotras te divertiremos”.

Aquel discurso me sonó muy bien,
pues reconozco que estoy muy solo,
a veces no tengo con quien charlar
y me siento como un camello en el Polo.

Fue bueno tener en casa compañía,
ver la tele las con pelusas a mi lado,
ellas comentaban conmigo los programas
y yo me sentía muy arropado.

Por la noche tampoco dormía solo,
las pelusas se me metían en mi cama,
me daban calorcito, paz y ternura
y yo feliz dormía toda la noche sin drama.

A las pelusas daba café descafeinado,
ellas felices al desayuno acudían,
toda la casa de pelusas se llenaba
y yo feliz veía cómo ellas crecían.

Un día al regresar de mi trabajo
sentí que las pelusas no me saludaban.
las busqué por toda la casa,
pero ellas ya no se encontraban.

En su lugar oí una voz que me decía:
“Buenas tardes”. “¿Eres mi vecina?”,
pregunté yo a oscuras en el pasillo,
“Ay no”, me dijo. “Soy Cleopatra, tu sobrina”.

Casi de ella no me acordaba.
De repente encendí la luz
para ver bien a mi sobrina
pues casi nos partimos la testuz.

“He venido a visitarte, tío,
porque mi mamá está preocupada.
Hace meses que no nos visitas
y tenías la casa toda abandonada”.

Me dijo mi sobrina Cleopatra.
“Por eso te he pasado el aspirador
y todas las pelusas he recogido.
Ya puedes vivir como un emperador”.

“¡Mis pelusas!”, exclamé llorando.
“Tranquilo, las he exterminado”,
me dijo ella todita sonriente,
con una mueca de lado a lado.

Y así han pasado muchos meses
en que estoy más solo que la una,
hasta esta mañana en el pasillo,
que me ha dicho una voz gatuna:

“Buenos días, amigo. ¿Me invitas a café?”.
Y yo le he preguntado si era una pelusa,
a lo que aquella voz me ha respondido
que no, que era un calcetín medusa.

Estoy contento porque tengo nueva mascota
que me hará compañía, aunque sea chiquitín,
y por si acaso a Cleopatra ya no tiene mis llaves,
que quiero vivir feliz con mi medusa calcetín.


7. EL CHISME DE CRIS
QUE EMBRUJA EN UN TRIS



Un día, el papá de Cris, vino a casa contento:
“Hola familia, por ahí he comprado esto”.
Todos fueron a ver de qué se trataba,
pero él dijo: “Es un chisme muy honesto”.

“¿Un chisme para qué?”, le preguntaron,
pues tenía agujeros en los lados,
dos garfios por debajo y una abertura
que a todos los dejó anonadados.

“No lo sé, pero me gusta”, dijo el papá.
“Colguémoslo en la pared del pasillo”,
propuso el papá sin mucho pensarlo,
lo cual hizo con clavos y un martillo.

Toda la familia se fijó en el chisme,
para qué valía, para qué servía,
nadie le encontraba uso alguno,
era un enigma que nadie resolvía.

“Yo creo que ese chisme tal como lo veo
es para atrapar ladrones en la noche,
pues se quedan enganchados en lo oscuro”,
opinó la mamá sin esperar ningún reproche.

“Pues me parece que ese chisme vale
para filtrar los sonidos y hacerlos armónicos”,
dijo Cris muy seria acercando la oreja.
“Escucho los vientos, aunque algo afónicos”.

Entonces tomó la palabra el gato:
“Miau, miau, miau, miau, remiáu...”,
pues el minino siempre opiniaba:
“Miau, miau, miau, miau, remiáu...”,

“Puede ser”, comentó el papá pensativo,
“pero creo que el chisme vale para otra cosa,
vale como protección ante fantasmas,
pues bien parece una cara horrorosa...”

Cada vez que un miembro de la familia
alguna opinión sobre el chisme daba,
todos se reían hasta quedarse sin aliento,
pues el chisme a todos intrigaba.

Vinieron vecinos, familiares y hasta enemigos
todos para sobre el chisme opinar,
nadie creía que sirviese para lo mismo,
cada uno se ponía sobre el chisme a elucubrar,

Que si era una máscara extraterrestre,
que si era un domador de pensamientos,
que si era un juguete para rinocerontes,
que si era ventilador de sentimientos.

Cada vez que alguien opinaba sobre el chisme
las carcajadas sonaban en toda la ciudad,
hasta el alcalde quiso saber qué pasaba,
pero acabó también riendo sin piedad.

Y entonces Cris por fin comprendió
para qué servía aquel chisme enigmático,
“Sirve para hacernos reír a todos,
es un chisme requete-supersimpático”.

Pero a nadie se lo dijo, pues quiso
que todos por su casa se acercaran
y sobre el chisme diesen su opinión,
para que por siempre las risas continuaran.


8. LOS VERSOS DE SINTÉTICO
MATAN TODO LO ESTÉTICO



Sintético García tiene una especie de diarrea,
habla sin parar, a eso le llaman verborrea.

En realidad Sintético es un brujo poeta
que recita como si fuera una metralleta.

En vez de hacer conjuros con lagartos,
sapos y cornejas, a toditos tiene hartos,

pues declama versos y pareados de mal poeta,
sin siquiera saber cómo se compone una cuarteta.

Como brujo que es, a la gente roba palabras,
mientras les dice todo serio "abracadabra".

A todo el mundo roba sus vocablos
que luego mete en frascos en un retablo.

En su villa mudos están los vecinos
por sus conjuros de aspas de molino.

Solo él recita poemas con tanta verborrea
que a todos fuertes jaquecas acarrea.

Encima es tan mal poeta lírico,
que oírlo parece un panegírico.

Recita de día, recita de noche,
sin que nadie le haga ningún reproche.

Mala combinación son verborrea y poesía
que pueden matar cualquier alegría.

Ya hartos los vecinos con eccemas
a Sintético graban leyendo poemas.

Piensan que así finalmente verá el horror
que es escucharlo recitar con voz de tenor.

Pero no, en eso se equivocan totalmente,
pues adora escucharse leer tan locamente.

Toda la villa cae en la desesperación,
necesitan que otro brujo entre en acción.

Por suerte encuentran un brujo gugleando
que les asegura una solución paseando.

Se trata de un libro marrón y vetusto
que tiene el aroma de un arbusto.

En silencio (pobres, no pueden hablar)
lo dejan de noche ante la puerta de su lar.

El brujo por la mañana lo recoge sin tapujos
creyendo que es un manual de embrujos.

En cuanto lo abre, lee el título veloz:
"Manual de métrica del poeta precoz".

Hojea varias hojas con premura
pues el libro es toda una hermosura.

Y entonces se da cuenta de su error,
robar voces no es sino un horror.

El verdadero poeta no es verborreico,
sino alguien que no escribe proteico.

Desengañado destruye todos los frascos
de palabras y voces en grandes atascos.

Pero palabras y voces se mezclan tontamente
y van a parar a las bocas de otra mucha gente.

Qué confusión, así en vez de pan
alguien pide sin querer alquitrán.

O para saludar amable por la noche,
alguien dice "Hola, qué buen coche".

Tienen que esperar unas semanas
a que las palabras se sientan hermanas.

Cuando por fin ya vuelve la calma,
Sintético dice que le falta el alma,

dice que quiere seguir escribiendo poemas
pues para él es en su vida un teorema.

Pero entonces todos los vecinos de la villa
ponen entre todos dinero para comprarle una maravilla.

Es un objeto que no es mágico, aunque sí revolucionario
que contiene todas las palabras y se llama diccionario.

 © Frantz Ferentz, 2016

 


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