domingo, 25 de septiembre de 2016

LOS PROBLEMAS DE MARCELO SPIDERMAN


Marcelo tenía seis años y lo que más le gustaba en esta vida era imitar a Spiderman. Se vestía como él, saltaba como él, intentaba salvar al mundo como él (bueno, como mucho le daba la lata al perro de casa, Chocolate) e incluso intentaba trepar como él, pero bueno, eso ya no era posible, porque Marcelo no tenía poderes arácnidos.
    Lo suyo con Spiderman era pura pasión. Si lo dejaban, se iba al colegio vestido de Spiderman, lo cual enojaba a su mamá, que le decía que los héroes también tienen personalidad secreta y que la suya era la de Marcelo, que por tanto no podía ir vestido de Spiderman al colegio. Por suerte, aquel argumento funcionó y solo se vestía de Spiderman en casa.
    Pero su cuarto era un caos. Era imposible mantenerlo en orden. En cuanto llegaba del cole, lanzaba todos los objetos por el aire. Cataplum. Se montaban montañitas de juguetes y de ropa. 
    — Mira, Marcelo...
    — Spiderman, mamá.
    — Mira, Spiderman, los superhéroes son limpísimos. Mantienen sus cuartos perfectamente ordenados.
    Aquellas palabras dejaron a Marcelo muy pensativo. Por eso, aprovechando que mamá estaba al teléfono, se sentó ante la computadora, que estaba encendida, y tecleó: habitación Spiderman.
    Y lo que salió fue sorprendente. Salían imágenes de Peter Parker. Y desde luego, su habitación daba asco. Estaba tan desordenada como la de Marcelo. El niño se quedó sonriente esperando a que su mamá acabase de hablar para mostrarle las imágenes. 
    Cuando la mamá acabó de hablar, se encontró con el dedito de Marcelo señalando a la pantalla. La mamá se dio cuenta enseguida de qué iba aquello. Tenía que reaccionar inmediatamente. Tecleó corriendo algo que Marcelo no consiguió leer, porque iba muy deprisa. Al instante aparecieron imágenes de Spiderman con el traje roto y tirado en el suelo vencido por un enemigo más poderoso que él.
    — ¿Ves eso? —preguntó la mamá.
    — Sí... —respondió Marcelo con cierto susto.
    — Pues eso es lo que le pasa a Spiderman cada vez que uno de sus enemigos llega a su casa y encuentra ese caos y ese desorden en su habitación. Los enemigos de Spiderman le pueden perdonar cualquier cosa, pero no que sea un desordenado, con que vete a limpiar tu habitación, ¡ya!
    Y Marcelo salió escopetado a organizar su cuarto, sin protestar ni volver la vista atrás.

© Texto: Frantz Ferentz, 2016
© Imagen: Valadouro

domingo, 11 de septiembre de 2016

CÓMO NEUTRALIZAR AL MONSTRUO DE LAS PESADILLAS

Cuando Alberto abrió los ojos en mitad de la noche, descubrió que nuevamente allá estaba el monstruo de las pesadillas, a su lado, mirándolo con su rostro horrendo, gruñendo y mostrando sus colmillos inferiores que le sobresalían hacia arriba. De hecho, cada vez que se quedaba en la cama, dejaba todo cubierto de pelos y la madre de Alberto se enfadaba con él, porque decía que el perro no podía dormir en la cama con el chico. La infeliz madre ni se había dado cuenta de que ellos no tenían perro.

No es que Alberto se asustara con aquel monstruo. Ya tenía una edad en la que un simple monstruo no era capaz de asustarlo, pero lo molestaba mucho. Por eso, decidió probar alguna estrategia que le permitiera dormir toda la noche entera sin que el monstruo lo molestase. Lo descubrió por casualidad, cuando una noche dejó el ordenador conectado y luego se durmió. Cuando abrió los ojos, allí se encontró al monstruo de las pesadillas navegando por internet. Parecía estar disfrutando de aquel invento. Como había observado cómo Alberto utilizaba el ratón y saltaba de página en página (el monstruo sería un monstruo, pero no tenía un pelo de tonto), había aprendido a navegar.

Al día siguiente, Alberto comentó con su compañera de clase, Lucía, cómo su monstruo de las pesadillas se había pasado toda la noche navegando por internet. Ella se mostró muy interesada por aquel episodio, en su cuarto había también un monstruo de las pesadillas con complejo de gato, que se pasaba toda la noche durmiendo con ella, dejándola sin espacio en la cama y roncando como un oso.

Pues mira, tengo una idea le dijo Alberto a Lucía. ¿Te importa si esta noche nos vemos en el chat en el ordenador?

No sé, a mis padres no les gusta que yo me conecte tarde.

¿Te fías de mí?

Lucía se conectó por la noche para chatear con Alberto. Apenas habían hablado cinco minutos, cuando Alberto dijo a su compañera:

Oye, yo me voy a dormir ya, pero voy a dejar el ordenador conectado. Haz tú lo mismo.

Pero, ¿por qué?

No preguntes. Mañana sabrás.

Y así lo hicieron. Aquella noche, ambos durmieron de un tirón, sin sobresaltos. Cuando Alberto se despertó al amanecer, se encontró a su monstruo de las pesadillas chateando aún con el monstruo de Lucía. Se habían pasado toda la noche conversando entre ellos. Tal vez, aquellos dos monstruitos eran incluso chico y chica, pero eso él no lo sabía, porque es muy complicado averiguar el sexo de un monstruo de las pesadillas a causa de la pelambrera.

Hola, ya son horas de irse dormir, ¿no? —le dijo Alberto al monstruo, el cual gruñó suavemente y se metió directamente debajo de la cama.

Alberto se rascó la cabeza y se dijo para sí:

Cómo sabía yo que el problema de estos monstruos es que están demasiado solos. Cuando encuentran alguien con quien hablar, se olvidan de asustar.

Entonces se levantó de un saltito y se fue a la cocina.
© Texto: Frantz Ferentz, 2016
© Imagen: Valadouro


martes, 6 de septiembre de 2016

EL HIJO DE LA PRINCESA Y EL TORO DESPIADADO

Cuando Luis, el hijo mayor de la princesa, tuvo ocasión de dar su primera entrevista, una de las cosas que dijo es que le gustaban las corridas de toros. Sabía que en el país había una corriente cada vez mayor contra las corridas, pero él creía que tenía que defender las tradiciones de su país, aquellas que lo hacían diferente. Tal vez, pero solo tal vez, él podría llegar a convertirse en rey en el futuro, pues pertenecía a la familia real. De hecho, desde que tenía memoria, su madre, la princesa, lo había llevado a las corridas y el joven había aprendido lo que era el coraje... ajeno.

Sin embargo, lo que él nunca se habría imaginado es que iba a tener ocasión de practicar lo que defendía. Fue cuando, en una ocasión, Luis, mientras iba de caza con el padre, se alejó siguiendo el rastro de un zorro y se cayó por un pequeño barranco. Enseguida el padre y los acompañantes comenzaron a buscarlo con desesperación, pero fue precisamente en la dirección contraria. Luis se había desmayado por la caída y se pasó la noche inconsciente. Cuando, por la mañana, se despertó, se encontró en una dehesa. Allí había toros, muchos toros, y vacas. Sintió miedo. Intentó alcanzar un arroyo cuyas aguas sentía correr para calmar la sed y limpiarse la sangre seca. 

Mientras estaba arrodillado y vulnerable, sintió el aliento de un toro inmenso, negro, fiero, orgulloso, al otro lado del regato. El arroyo no era una barrera entre Luis y el toro. Sabía que si la bestia daba un pequeño salto, llegaría hasta él. Sintió miedo. Pero a la vez, pensó que él era un hipotético heredero del trono y que podía imitar a los valientes toreros cuando dominaban aquellas fieras sin sentimientos. ¡Qué orgullosa estaría su madre si lo viera! Se quitó la chaqueta, que tenía un color relativamente rojo e hizo el gesto de querer torear, como había visto tantas veces en las corridas, hasta le gritaba al animal: "¡Eh, toro; eh, toro!".

El animal debió responder a sus instintos porque atravesó el regato, pero sin prisas, con toda la calma. Se colocó enfrente de Luis. El joven podía notar perfectamente el aliento del toro. Esperaba simplemente que el animal bajara la cabeza y le clavase el cuerno en su vientre. El hijo de la princesa se rindió. Cerró los ojos y esperó llorando su final. 

Y entonces sucedió. El toro pasó su larga, viscosa y pegajosa lengua por el rostro del joven, pues ese era su modo de saludar a los amigos. Luis abrió los ojos y sentó en el suelo. Después rompió a llorar. De repente, a unos cientos de metros a sus espaldas, unas voces inquietas gritaban su nombre, entre ellas la de su padre, el gran ejecutor de aves condenadas a muerte. El toro se alejó entonces lentamente del joven y volvió con el resto de su manada.

© Texto: Frantz Ferentz, 2016
© Imagen: Valadouro