Una de las criaturas más misteriosas que pueblan los hogares es el monstruo apestoso.
El monstruo apestoso, como todos los monstruos domésticos, es invisible al ojo
humano, por lo menos a simple vista, excepto si él quiere manifestarse, lo cual
sucede muy pocas veces. El monstruo apestoso se dedica a pasearse por la casa produciendo
un hedor insoportable que causa desesperación en sus moradores. Es capaz de
producir los pestazos más increíbles, aunque normalmente cada monstruo apestoso
–cuya descripción no os puedo dar porque nunca he visto ninguno– se
especializa en un cierto tipo de olores. Justo el monstruo del que vamos a
hablar aquí, Heliotropo, es uno de ellos. Su especialidad era el hedor de pies.
Sí, Heliotropo. Había escogido desde hacía tres meses el
hogar de la familia García para pasearse y dejar aquello hecho un desastre,
cubriendo de hedor todo el apartamento. Los García eran el padre, la madre, el
hijo mayor y la hija menor. Con todo, los García tenían un problema del que el
pobre del Heliotropo no se había dado aún cuenta en aquellos tres meses. Los
García no tenían sentido alguno del olfato, eran incapaces de oler, nada de
nada, toda la familia. Por eso, las rondas nocturnas y diurnas del monstruo no
causaban efecto alguno en las narices de la familia, porque no les llegaba
aquella peste a pies que él tan magistralmente producía. ¿Y sabéis por qué?
Porque los cuatro miembros de la familia ya eran inmunes al hedor de pies a
causa del padre y del hijo, que lo producían en cantidades industriales. Por
tanto, el monstruo no era capaz de superar aquel olor que padre e hijo
producían juntos, aunque sí era capaz de extenderlo por fuera de la vivienda de
la familia García.
Sin embargo, las cosas no eran tan sencillas. Tanto era el
afán del Heliotropo de producir olores que estos ya eran tan poderosos que
salían del apartamento y llegaban a invadir el resto del edificio de tres plantas.
Y lógicamente llegaron las quejas de los vecinos, que no entendían cómo podía apestar
tanto en la casa de los García, aunque ellos aseguraban que los cuatro miembros
de la familia hacían limpieza total del apartamento una vez por semana.
Y Heliotropo se seguía paseando y produciendo aquel olor a
pies podridos, insoportable, tan sumamente desagradable.
Hasta el día en que apareció por allí doña Perifrástica. Se
trataba de doña Perifrástica García, tía del padre de los García. La buena
señora, a diferencia de sus sobrinos y sobrinos nietos, tenía un olfato muy
agudo. Y un día, en cuanto llegó de visita, notó aquel hedor.
– ¿Cómo podéis vivir en una casa que huele tan mal? –les
preguntó–. ¿Es que no sabéis limpiar bien y desinfectar?
Los García le explicaron que no se trataba de eso, sino que
había algo que causaba aquel hedor a pies que invadía todo el edificio, pero que
salía del propio apartamento.
Doña Perifrástica decidió que aquello era una tarea para
ella, descubrir cuál era la fuente de aquellos terribles olores, por lo que se
dedicó a recorrer la casa centímetro a centímetro en busca de la fuente de los
olores. Como era de esperar, no había una fuente fija, porque Heliotropo se
movía por la vivienda siempre desprendiendo aquel hedor a pies podridos (y sin
lavarse desde hacía tres meses después de sudar y sudar). De hecho, aquello se convirtió
en una persecución de la buena señora tras el monstruo. Aunque ella no lo podía
ver, notaba cómo la fuente de los olores se movía por la casa. Y fue así como
decidió ponerle una trampa.
Cualquier criatura con boca sería incapaz de resistirse a su
pastel de fresas con nata. Por eso, preparó uno delicioso, lo colocó en el
suelo de la cocina y colocó la trampa alrededor.
Y fue ahí donde atrapó al ingenuo de Heliotropo. Sería apestoso,
pero inteligencia tenía poca. Cayó en la trampa, que consistía en una campana
de vidrio. Allí se quedó atrapado el pequeño muestro de los malos olores.
Pero doña Perifrástica no era una mujer cruel ni deseaba
dañar a cualquier criatura. Simplemente quería liberar su familia de aquella
peste en el apartamento. Por tanto, al día siguiente metió la campana de vidrio
en una caja de cartón y emprendió un largo viaje hasta el otro extremo del
país. Había salido al alba de la casa de los sobrinos sin avisar, sin decir que
se marchaba y menos aún que se llevaba consigo la fuente de los hedores del
apartamento.
Después de toda una jornada de viaje, llegó a la fábrica de
quesos de la familia, que regentaba su propio hermano, Hercúleo García. El
negocio llevaba algún tiempo cayendo en picado porque sus célebres quesos “pie
de cabra” hacía tiempo que ya no disfrutaban del favor del público.
Perifrástica se plantó delante de su hermano con la campana de vidrio vacía y
le dijo:
– Hermano, confía en mí. Nuestros quesos volverán a tener
días de gloria.
Después, abrió la campana dentro de la fábrica y dejó que
Heliotropo saliera. El monstruo enseguida comenzó a recorrer las instalaciones
difundiendo un penetrante olor a pies podridos, de una intensidad aún mayor que
la que había conseguido en la casa de los García.
– ¿Notas el olor? –preguntó Perifrástica.
– Sí, sí, hermanita. Nuestro queso vuelve a oler.
Y fue así como los hasta entonces llamados quesos “pie de
cabra” pasaron a llamarse “pie de monstruo” y triunfaron en el mercado de
quesos aromáticos artesanos.