sábado, 23 de diciembre de 2023

CAPERUCITA ROJA TIENE MÓVIL

 


A Caperucita Roja le dijo su mamá que llevara una cesta de comida a su abuela, que vivía sola en la cabaña del bosque.

"Y llévate el móvil", le dijo su madre, "pero úsalo solo si te pierdes. No quiero que andes llamando a tus amigas, que luego llegará una factura colosal".

"Entendido, mamá".

Y la niña se adentró en el bosque con su cesta, cuando, al cabo de un rato, se topó con el feroz lobo que le preguntó:

"¿Adónde vas Caperucita?"

"Voy a visitar a mi abuelita. Le llevo estos dulces".

"Qué simpática eres", contestó el lobo. "Y ya que eres tan mona, coge este camino de la derecha, que es el más corto para llegar a casa de tu abuelita".

"Gracias".

Pero Caperucita no era tan ingenua como pensaba el lobo. Así que llamó a su abuelita:

"Oye, abuelita, el lobo malo sabe que voy a tu casa. Llama al cazador por si la bestia quiere comerte".

"Gracias, hijita", dijo la abuelita, "ahora mismo lo llamo, vive aquí cerca".

Así que, cuando Caperucita llegó a casa de su abuela, se la encontró vivita y coleando, sentada en la cama, y al vecino cazador apuntando al lobo (el cañón de su escopeta casi le abría un segundo ombligo). Caperucita Roja respiró aliviada. Gracias a su móvil, había podido salvar a su querida abuelita.

Entonces, de repente, se oyeron fuertes golpes. Estaban aporreando la puerta.

"Abran a la ley", gritó una voz.

"Qué bien, van a llevarse a este lobo feroz a la cárcel", dijo la abuelita.

Abrieron la puerta y entraron dos agentes de la ley, que, en lugar de detener al lobo, pidieron al cazador que mostrase su licencia de armas, pero, como no la tenía, los agentes se lo llevaron a comisaría.

Y así, el lobo feroz se quedó a solas con Caperucita y su abuela. En ese momento, les enseñó su propio celular, mientras decía:

"Yo también sé usar un móvil... Y ahora que estamos solos, ni siquiera tenéis que preguntarme por qué tengo las orejas tan grandes, la nariz tan grande, la boca tan grande... Sigamos por donde deberíamos ir. ¡Auuuuuuuu!".

© Frantz Ferentz, 2023


sábado, 16 de diciembre de 2023

EL VENDEDOR DE CARAPAXÍS

 

Personajes

El género de todos los personajes es indiferente. Se puede asignar cualquiera.

  • Vendedor(a)

  • Comprador(a)

  • Peatón(a)

  • Oficial de policía

Ambientación

Una calle cualquiera, en la acera. El fondo del escenario es una fachada. Habrá gente pasando de un lado a otro, puede que incluso se sientan curiosos y se tomen unos segundos para mirar el puesto del VENDEDOR, que será un sencillo carrito con ruedas, con varias cajas pequeñas, todas colocadas encima.

Al principio, el VENDEDOR mira al frente, incluso tiene un pie apoyado en la pared, ve pasar a la gente. La mesa tiene un cartel que dice: Carapaxís.


ACTO ÚNICO


Entra el COMPRADOR. Tiene su celular en la mano y va leyendo mientras camina por la acera. Cuando llega a la mesa del VENDEDOR, se detiene, mete el teléfono en el bolso y se fija en las cajas.

COMPRADOR. [Se inclina ligeramente sobre las cajas, pero sin tocar ninguna.] Buenos días, que lindas cajitas. ¿Qué contienen?

VENDEDOR. Buenos días, señor. Contienen carapaxí. ¿Quiere comprar?

COMPRADOR. Ni siquiera sé qué es el carapaxí...

VENDEDOR. ¿Nunca ha oído hablar del carapaxí?

COMPRADOR. No nunca. ¿Quizás es una fruta? ¿O alguna piedra extraña?

VENDEDOR. No, señor, no es nada de eso. El carapaxí es una lágrima de claro luz de luna que los antiguos habitantes de cierta parte de la Amazonia recolectan en las noches de luna llena, la dejan secar y elaboran con ella una especie de perla que luego se utiliza con fines mágicos.

COMPRADOR. Vamos, vamos, no me haga reír. Esos son cuentos para niños. Ni que yo fuese un niño crédulo. No lo soy, ¿sabe? Soy un adulto.

VENDEDOR. No quiero timarlo. Mire, como muestra de que le digo la verdad, déjeme ofrecerle una perla.

El VENDEDOR abre una caja y muestra una bola que, efectivamente, parece una perla. El COMPRADOR la recoge.

COMPRADOR. ¿Y qué hago con esto ahora?

VENDEDOR. Saboréelo como si fuera un caramelo.

EL COMPRADOR se lleva la perla a la boca. Cierra los ojos. La saborea.

Mientras tanto, un PEATÓN que había entrado en escena con un móvil en la mano se acerca, muy, muy lentamente. Subrepticiamente toma fotografías del puesto de carapaxí. Está parado a un lado de la mesa, como distraído, pero no pierde detalle de lo que sucede.

COMPRADOR. Muy bueno, sabe a fresa, o mejor, a frambuesa. ¿Y ahora qué?

VENDEDOR. Ahora piensa en un deseo y se cumplirá en un tiempo razonable.

COMPRADOR. ¡Qué gracioso es usted! [soltando una risotada] Pero seguiré le juego, desearé algo con todas mis fuerzas...

VENDEDOR. Pero no diga en voz alta cuál es su deseo.

COMPRADOR. Vale, ya lo he hecho.

VENDEDOR. Muy bien, ahora llévese tres cajas por el precio de dos…

En ese momento suena el celular del COMPRADOR. Paga de su bolsillo y responde.

COMPRADOR. Hola amor, me encuentras en la calle, ya me iba a casa... ¿Qué? ... ¿En realidad? ... No puede ser... ¿Y cuándo? ... Sí, sí, estaré allí en un bocado [Apaga el teléfono celular y lo devuelve a su bolsillo. Está enojadísimo]. A ver, ¿así que es un producto que hace realidad los deseos de uno? ¿Eh? Sepa que queel deseo que pedí fue que a mi hija le reconocieran su talento como dibujante en su escuela secundaria, ¡pero acaban de expulsarla por dibujar grafitis debajo de la ventana de la oficina del director!

El COMPRADOR hace un gesto como de querer golpear en la cara al VENDEDOR, quien adopta una posición defensiva colocando sus brazos delante de su rostro.

En ese momento, vuelve a sonar el celular del COMPRADOR. Detiene su ataque y saca el dispositivo del bolsillo. Responde

COMPRADOR. Aló ... Ah, eres tú hija, no reconocí el número. Oye, ¿qué fue eso de que te expulsaron por...? ¿Qué? ... ¿Qué? ... No puede ser... No es una broma, ¿verdad? ...Está bien, te veré en casa en un rato.

EL COMPRADOR permanece en silencio por unos instantes mientras se guarda el celular en el bolsillo. Está pensativo. Luego mira al VENDEDOR, que sigue a la defensiva.

COMPRADOR. Vieron el grafiti que hizo mi hija unos profesores de la Escuela Internacional de Artes y le ofrecieron una beca para estudiar con ellos... Dicen que es lo mejor que han visto en años, que tiene mucho talento y que revolucionará el arte urbano. Todavía no me lo puedo creer.

VENDEDOR. ¿Lo ve? El carapaxí funciona. Llévese tres cajas por el precio de dos, por solo veinte euros.

Hacen la transacción, pero en cuanto terminan y el COMPRADOR ya está guardando las cajas en los bolsillos de su chaqueta, aparece un POLICÍA uniformado. Se acerca al VENDEDOR, examina las cajas.

Entonces interviene el PEATÓN.

PEATÓN. Este es el traficante que quería denunciar, oficial [Señala al VENDEDOR].

VENDEDOR. ¿Que soy traficante? Como no sea de sueños...

PEATÓN. Lo que vende es una potente sustancia tóxica. A este caballero [apunta al COMPRADOR] le hizo creer que se estaba cumpliendo un deseo suyo.

VENDEDOR. Pero se cumplió... 

PEATÓN. Este tipo vende no sé qué droga del Amazonas, como si tal. Yo soy un patriota que no permitirá que nuestro país se llene de gente sin escrúpulos que intoxica a la buena gente .

Mientras el PEÓN pronuncia su discurso, el VENDEDOR abre una caja y saca una perla. Se lo ofrece al POLICÍA, quien lo toma sin pensar y se la mete en la boca.

POLICÍA. Mmm, qué rico, es un caramelo de dulce de leche, como los que me regalaba mi abuela en el pueblo...

PEATÓN [furioso]. Agente, ¿qué está haciendo? ¿No ve que esta podría ser una droga muy peligrosa? Creo que está alucinando...

VENDEDOR. [Al PEATÓN] No sea bobo. La única persona que alucina aquí es usted. tenga un carapaxí [abre una caja y saca uno que ofrece al PEATÓN].

El PEATÓNal principio se niega a aceptarlo.

POLICÍA. No sea tonto, no sabe lo que se pierde. Nunca ha comido dulces como estos en su vida.

COMPRADOR. Muy cierto

Al final, el PEATÓN acepta la perla. Se la lleva a la boca. Cierra los ojos y emite un sonido de placer mientras la saborea.

PEATÓN. Qué cosa tan deliciosa. Sabe a canela con manzana.

VENDEDOR. Y ya basta de ofrecerles carapaxíes. Ahora, por favor, compren perlas, que yo vivo de esto. Les hago, como a este señor, una oferta de tres cajas por el precio de dos.

El PEATÓN y el POLICÍA se sacan 20 euros cada uno y se llevan las cajas. Ambos salen del escenario por un lado y el COMPRADOR por el otro. Le compran todas las cajas; la mesa está vacía. Sólo queda el VENDEDOR, que vuelve a poner el pie en la pared y contempla al PÚBLICO. Después de unos segundos, se aleja de la pared, dobla la mesa y sale, pero antes de hacerlo habla con el PÚBLICO.

VENDEDOR. ¿Y ustedes qué piensan? ¿Realmente estamos vendiendo perlas mágicas o son simples caramelos? Si realmente quieren saber qué es el carapaxí, vengan por aquí después de la próxima luna llena, tendré una nueva remesa. Y experiméntenlo por sí mismos. La mercadotencia lo es todo en esta vida. Hasta la próxima, chao.

Sale empujando su carrito por el lateral.

Va a oscuro.

TELÓN

© Frantz Ferentz, 2023

jueves, 30 de noviembre de 2023

PARANÁ: PRÓLOGO

 

Gianni Rodari tiene la culpa de que yo haya escrito estas historias. Dicho esto, probablemente no se entienda de qué estoy hablando. Daré detalles.

Todo empezó el día que en la ciudad de Cascavel, en Paraná, Brasil, me saqué de la maleta un libro de Gianni Rodari. Es una de sus obras más conocidas:Cuentos por teléfono.Es un libro delicioso que tiene muchas historias cortas. De hecho, en los días siguientes di varias conferencias, allí en Cascavel, en Marechal Cândido Rondon y en Foz de Iguazú. Di conferencias sobre lectura y escritura y hablé de las técnicas de Rodari, que son fantásticas.

Así, cada noche, después de leer algunas historias del libro de Fábulas, también escribí uno o dos.

Así nacieron estas historias. Y todo habría terminado aquí, si no fuera porque en el camino de regreso alguien se sentó a mi lado. No lo había notado hasta el momento en que nos sirvieron la cena, ya volando sobre el Atlántico. Me habló en italiano y me dijo:

— Queste tagliatelle sono uscite dai beffi di una tricheca (≈Estos tallarines salieron de los bigotes de una morsa).

Ese incidente me hizo reír. Luego añadió:

— Mi chiamo Gianni. A proposito, le sue favole mi sono piaciute molto (≈Me llamo Gianni. Por cierto, sus cuentos me han gustado mucho).

Me quedé sin palabras. Sin embargo, tenía mucho sueño y me quedé dormido enseguida. Cuando desperté, Gianni ya no estaba a mi lado. Parecía que se había evaporado. Incluso le pregunté a la azafata dónde había ido el pasajero que estaba a mi lado.

—No había nadie sentado a su lado. Esa butaca estuvo vacía durante todo el viaje.

No sé qué pensar, pero ahora ya queda claro por qué la culpa es de Gianni Rodari, por qué escribí estas historias, o más bien fábulas que, se me olvidó comentar, escribí con el móvil.


Por los cielos de São Paulo, el 17 de noviembre de 2023

© Frantz Ferentz

PARANÁ: ALEATORIO

 

Filipondio tenía tan mala suerte que cada vez que pasaba por los controles del aeropuerto era elegido para una inspección.

Protestaba porque nunca se libraba de que lo palpasen por todo el cuerpo y fuese obligado a quitarse los zapatos, lo que, para él, era humillante. Sin embargo, siempre obtenía la misma respuesta:

— No es nada personal. Es aleatorio.

Hasta el día en que decidió vengarse del destino, del karma o de quien fuere. Y para el próximo viaje se preparó.

En el control, apenas estuvo al otro lado del arco, un agente le dijo que se quitara los zapatos.

Filipondio obedeció. Inmediatamente algunas personas comenzaron a desmayarse. Y se disparó la alarma de contaminación tóxica. El agente que había empezado a inspeccionar a Filipondio, unos segundos antes de desmayarse, todavía pudo oír:

— No hay nada aleatorio en no lavarse los pies durante dos semanas. Ya sabía que tengo un olor de pies tóxico, pero ustedes insististen...


© Frantz Ferentz, 2023

PARANÁ: PROBLEMAS DE MEMORIA

 

El avión alcanzó los diez mil metros de altura, que es lo que los pilotos llaman velocidad de crucero. Todo iba muy bien durante el vuelo. Sin embargo, de repente el capitán le dijo al copiloto:

— A ver, se me ha olvidado cómo pilotar un avión.

El copiloto pensó que era una broma, pero el capitán era el hombre más serio que conocía, no se reiría aunque le hicieran cosquillas en la planta de los pies.

— ¿En serio? —preguntó el copiloto.

— En serio. Pero de repente sé todo sobre cómo fabricar explosivos y cómo convertir el baño en una bomba.

El copiloto temblaba de miedo porque no podía aterrizar el avión, pero no podía admitirlo porque le entraría un ataque de pánico. Decidió hablar con la azafata, para lo cual puso el piloto automático.

Pero la azafata no tuvo una reacción muy profesional, ya que salió corriendo por la cabina gritando histéricamente:

— ¿Algún pasajero a bordo sabe pilotar un avión?

Al instante comenzaron los gritos de pánico. Pero en medio de aquel lío, un pasajero agarró del brazo a la asistente y le dijo:

—Yo, yo sé volar.

— ¿Es piloto?

— No, en realidad soy terrorista. Pero de repente olvidé todo lo que sabía sobre explosivos y ahora sé todo lo que hay que saber sobre volar aviones. Y no sé por qué.

El copiloto y la azafata intercambiaron miradas. Ambos se entendieron sin palabras. Por alguna razón desconocida, el piloto y el terrorista intercambiaron sus conocimientos. Sin embargo, era muy urgente aterrizar el avión.

— ¿Está listo para aterrizar este avión?

— Siento que lo he hecho mil veces... Está bien, lo haré.

El terrorista aterrizó el avión casi sin problemas, el cual dio un buen bote cuando las ruedas tocaron el suelo. Los pasajeros aplaudieron emocionados porque les habían salvado la vida.

Pero luego llegó el momento de las preguntas. ¿Quién había provocado el intercambio de conocimientos? Estaba claro que quienquiera que lo hiciera conocía las intenciones del terrorista. Sin embargo, sea como fuere, el bote del aterrizaje hizo que el brujo o bruja a bordo perdiera el control de sus poderes y así un cirujano de repente supo todo sobre la cría de caracoles, el criador de caracoles sabía todo sobre técnicas de peluquería, el peluquero sabía todo sobre gramática sánscrita, el lingüista sabía todo sobre colocación de ladrillos, el albañil se sabía de memoria todas las leyes penales del país, el abogado sabía todo sobre mecánica de tractores... Y así fue como todos los pasajeros perdieron sus conocimientos y adquirieron los de su vecino de sillón.

© Frantz Ferentz, 2023

PARANÁ: EN COMA

 

Cariacanta había caído en coma tras un accidente de tráfico. Estuvo un tiempo en el hospital, hasta que los médicos decidieron que podía quedarse en casa, bajo el cuidado de su familia.

Al principio la visitaban constantemente amigos, pero a medida que pasaban las semanas, las visitas se hacían cada vez más raras.

Hasta que solo quedó Adamio. Era un compañero de clase de su centro de secundaria. Estaba enamorado de Cariacanta desde la guardería. Los padres de la joven aceptaron que el muchacho permaneciera muchas horas en casa, porque así no tenían que preocuparse tanto por su hija.

Adamio se había enterado de que leer a personas en coma era algo muy positivo. Por eso, comenzó a traer libros de su propia casa y a leerlos en voz alta a la chica.

Cómo amaba ese rostro sereno, esos rizos quietos de su cabello; qué pena que tuviera los ojos cerrados.

Después de tres meses visitando a Cariacanta, Adamio decidió leerle sus propios poemas en voz alta. Eran poemas de amor y cada día escribía diez o quince nuevos. Los leía con pasión, hablando abiertamente de sus sentimientos.

Al tercer día de empezar a leer los poemas, Cariacanta abrió los ojos y pronto vio a Adâmio.

— ¡Te has despertado! —dijo Adamio con lágrimas en los ojos.

— Por tu culpa —susurró ella.

— ¿Y eso? —preguntó él sin entender.

— Es que tus versos son tan malos que me producen pesadillas. Y si tengo pesadillas, no puedo dormir...

© Frantz Ferentz, 2023

PARANÁ: RECÍCLEME

 

Cautelino Topaz notó que la botella de refresco que estaba bebiendo tenía escrito en la etiqueta: «Recícleme».

Cautelino odiaba dos cosas en la vida: recibir órdenes y reciclar.

Y ese domingo, durante el almuerzo en un restaurante, ambas cosas estaban pasando al mismo tiempo.

Cautelino se llevó la botella porque no se había terminado el refresco. Y diez minutos después pasó junto a un descampado. Ese era el lugar perfecto. Arrojó la botella muy lejos, mientras decía:

— Reciclate tú si quieres.

Y se alejó riendo. Pero apenas había caminado doscientos metros cuando lo alcanzó un perro callejero. Ladró y dejó la botella de plástico de refresco a los pies de Cautelino.

La boca del hombre se abrió. Era realmentea su botella. Y en ese momento, incluso escuchó una voz que decía: “Recícleme”.

Pero no, ese suceso no iba a impedirle hacer lo que quisiera. Entonces, un poco más lejos, cerca de su casa, arrojó la botella a un bidón lleno de basura en la acera.

Cautelino hubiera jurado que incluso escuchó una voz salir de dentro gritando: “Recícleme”, pero nuevamente pensó que era su imaginación.

Sin embargo, cada cinco pasos giraba la cabeza hacia atrás por si el perro aparecía con la botella entre los dientes.

Pero no. Finalmente llegó a su portal. En ese momento, su vecina, la venerable anciana doña Clotildita, abría la puerta con la llave, pero pesaba demasiado para ella.

— Déjeme, doña Clotildita — dijo Cautelino y abrió la puerta.

— Muchas gracias, es muy amable.

— Para eso estamos los vecinos.

— Ay, mire, creo que se le ha caído eso — y señaló al suelo.

Cuando Cautelino miró al suelo tuvo que morderse la lengua para no gritar. Era la maldita botella. ¿Como era posible?

Cuando subió a su casa metió la botella en una, dos, tres, hasta cuatro bolsas de basura de plástico, una dentro de la otra y luego las metió todas en el contenedor, pero no en el de plástico, porque eso sería reciclar. Y se fue a dormir.

Por la mañana fue a abrir el buzón mientras se dirigía a la oficina. Se quedó congelado. Dentro estaba la botella con una nota adhesiva: «Recíclela, no sea cochino. Suyo, el basurero».

En ese momento ya no estaba sorprendido, simplemente estaba enojadísimo. Lanzó la botella al mar, que es donde acaba la mayor parte del plástico.

Pasó un día y hasta dos. Finalmente Cautelino se había deshecho de la botella. Pero al tercer día fue a comer pescado al restaurante. Por un momento se le ocurrió que la botella estaría en el vientre del pez. Pero no, todo estuvo bien. Qué alivio.

Bueno, por fin la botella ya era historia. Pero de repente alguien le tocó la espalda. Cautelino se dio vuelta. Era un pescador con expresión de enfado, quien, sin decir una sola palabra, puso la botella en la mano de Cautelino. Estaba llena de algas. Luego el pescador se dio la vuelta camino del puerto.

— Ya no puedo más — se rindió el hombre.

— Recicleme — dijo la botella.

— ¡Eso nunca!

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Una semana después, la madre de Cautelino fue a visitar a su hijo.

—Tienes todo tan hermoso, hijito —dijo al notar las nuevas decoraciones—. Me gusta mucho esa botellita que has reciclado en un jarrón, con esas flores hechas de tapones...

— No digas tonterías, mamá. ¡Yo nunca reciclo, reutilizo!

© Frantz Ferentz, 2023

PARANÁ: ¿QUIÉN TEME AL GUARDIA FEROZ?

 

El centro comercial El paraíso la gente no hacía más que comprar y comprar. Tenían los mejores precios de la ciudad y vendían de todo, desde chicles con sabor a fabada hasta autos que sabían volver solos a casa.

Todo era aparentemente perfecto, todo, sí, menos los guardias de seguridad. Eran feroces, tanto que incluso había quien decía que eran hombres lobo y que se los veía persiguiendo ladrones a cuatro patas.

Por eso, la gente intentaba pasar desapercibida, para no llamar la atención de los guardias.

Un día apareció por allí Antonello Sospirini. Entró al supermercado con un estuche que contenía su ukelele. Tan pronto como un guardia lo vio, corrió hacia él y gruñó en español:

— Está prohibido introducir mochilas. Depositarlo en casillero.

Pero Antonello no entendió.

— Non capisco. Cosa vuole che io faccia? (≈No entiendo. ¿Qué quiere que haga?)

Más guardias se unieron a la discusión. Algunos incluso aullaron. No hablaban ningún idioma; español, tal vez tampoco. Eran muy escandalosos.

— Mochila con pan...

— Váter bailando...

— Camarón en la cabeza...

— ¡Aúúúúúúh!

Uno de los guardias hizo un gesto con las manos como si estuviera tocando el violín, pero en realidad se estaba rascando el brazo. Sin embargo, Antonello entendió algo muy diferente.

— Adesso so che cosa volete (≈ Ahora sé lo que quieren)

Abrió el estuche y comenzó a cantar. Tenía una voz muy bonita y tocaba deliciosamente el ukelele.

Tan pronto como empezó, los guardias se detuvieron, se sentaron en el suelo y siguieron las canciones con palmas. Luego del concierto improvisado, fueron ellos quienes más aplaudieron.

Desde ese día, nadie teme a los guardias del centro comercial, porque si uno se pone feroz, basta con ponerle buena música, pero, cuidado, porque el reguetón tiene el efecto contrario.

© Frantz Ferentz, 2023

PARANÁ: LOS SONIDOS DEL CELULAR

 

Durante el desayuno en el hotel, la joven no paraba de juguetear con su móvil. Ni siquiera le prestaba atención a la galleta que mojaba en la leche con cacao, porque la mayoría de las veces ni siquiera llegaba a su boca.

Pero lo peor era aquel horrible sonido que salía del dispositivo cada vez que recibía un mensaje. Sonaba como un mini-gong chino y, de hecho, resonaba continuamente, continuamente, continuamente...

Los demás huéspedes estaban muy molestos, la cascada de mini-gongs no les permitía comer tranquilamente. Nadie podía concentrarse en el desayuno.

Locario también estaba harto. De repente se levantó y se colocó detrás de la joven sin que ella notara su presencia; luego abrió una caja de cerillas que tenía sobre su cabeza y regresó a su mesa.

El efecto de esto fue inmediato. El celular dejó de hacer sonar los mini-gongs y empezó a decir con voz fantasmal: “Te vas a morir”, y además apareció una calavera siniestra en la pantalla.

Después de tres o cuatro veces, la joven no pudo resistir tanto terror, arrojó su celular por la ventana y corrió a su habitación llorando de miedo.

Uno de los invitados no pudo ocultar su satisfacción; otro preguntó directamente:

— Un virus informático, ¿verdad?

— Creo que fue hipnosis —dijo alguien más.

Pero Locatario no respondió, solo sonrió mientras abría nuevamente la caja de cerillas y la cerraba unos segundos después, sin explicarle a nadie que él era un domador de monstruos domésticos, como el monstruo de los calcetines, el monstruo de las galletas o el monstruo de las pesadillas. Pero se trataba de una especie recién descubierta, conocida como monstruo del teléfono móvil o telemonstróbil.

Y ya se ve lo que es capaz de hacer.

© Frantz Ferentz, 2023