jueves, 6 de octubre de 2022

EL GATO AZUL

Un buen día, por Barrio del Este, se empezó a ver un gato azul. Era algo muy extraño, porque los gatos pueden ser de muchos colores, principalmente blancos, negros, grises y atigrados, en cuyo caso pueden ser grises con vetas blancas o anaranjados con vetas blancas; hay hasta pintos, blancos con manchas negras (o tal vez negros con manchas blancas). 

De todos modos, aquel gato que empezó a verse por Barrio del Este era claramente azul, azul brillante, para ser más precisos. 

Como ese era un barrio muy tranquilo, donde no pasaba casi nada, donde todos se conocían, aunque solo fuera de vista, era muy extraño que de repente apareciera un animal así, un gato azul. 

Si hubiera sido un gato ordinario, probablemente nadie lo habría notado, pero ese gato era azul. ¿Dónde salían los gatos azules? 

Para los vecinos, la cuestión del gato azul se convirtió en el tema principal de sus conversaciones. Lanzaron muchas hipótesis, algunos sostenían que quizá se trataba de un gato extraterrestre. Había quien creía que era un gato que pasaba por la peluquería y, por tanto, seguía las modas, pero en realidad solo había una peluquería en ese barrio donde apenas alisaban, lavaban y cortaban el pelo, en realidad, con no muy buenos resultados. 

Sin embargo, además de las hipótesis sobre la naturaleza del gato, la gente empezó a hablar de quién era su dueño. Así que, hablando entre ellos, pronto se enteraron de que, en efecto, había llegado un nuevo vecino al barrio. Se trataba de una mujer que vivía sola en una casa individual, rodeada de un jardín, en la calle del Fresno. 

Algunos vecinos observaron que el gato entraba y salía de la casita en cuestión, razón de más para especular que aquel era el hogar del gato y, por tanto, necesariamente tenía que pertenecer a la mujer que allí vivía. 

Hay que entender que, como el barrio era tan, tan tranquilo, cualquier recién llegado, cualquier novedad, llamaría la atención de sus habitantes. 

Hay que confesar que estaban muy molestos, la pobre gente, por lo que el hallazgo de un gato azul que rondaba por el barrio y que pertenecía a un recién llegado se convirtió en el tema de conversación de sus habitantes. 

Y así, se formó una comisión ciudadana encargada de la investigación. Todos querían saber por qué el gato era azul y quién era su dueño. Lo cierto es que muchos de ellos tenían miedo del gato azul. 

No es que el animal fuera peligroso o amenazara a alguien, pero un gato azul es una cosa rara y lo raro a menudo da miedo. El comité de vecinos estaba integrado por su líder, Juan Carapán, y otros dos vecinos que tuvieron el coraje de acompañarlo: Serafín Martín y Toño Retoño. Si el Barrio del Este llegara a convertirse en ciudad, seguramente los tres serían las máximas autoridades, con Juan Carapán como alcalde. 

Entonces la comisión organizó una serie de vigilancias. Los vecinos, por turnos, se ocuparon de la vigilancia de la casa del recién llegado en la calle del Fresno. 

Durante una semana, sin descanso, los vecinos espiaron al nuevo vecino. Siempre desde fuera, claro, porque era imposible ver lo que pasaba dentro de la casa. De hecho, todas las ventanas estaban cubiertas con cortinas que impedían ver lo que sucedía en el interior. 

Los vecinos instalaron cuatro puntos de observación. Uno frente a la puerta principal y el resto en las calles laterales, en la calle de los Claveles y la calle de los Muñecos Tristes. El cuarto punto estaba en la casa que estaba al fondo de la casa vigilada desde una ventana estratégicamente ubicada, desde la cual espiaban los propios vecinos. 

A la gente le resultó divertido espiar. Como nunca pasaba nada en aquel vecindario, el hecho de que tuvieran algo diferente que hacer fue realmente útil. 

Los vecinos involucrados en la actividad se lo tomaron muy, pero que muy en serio. Y hasta escribieron informes de lo que veían, que fue muy poco, porque, como dije, las cortinas de la casa no permitían ver nada desde afuera.Las únicas manifestaciones extrañas fueron destellos que salían desde el interior. 

No ocurrían en momentos específicos, sino al azar, al improviso. Al final de la primera semana, todos los espías entregaron sus informes a la junta de vecinos. 

Juan Carapán comenzó a leer lo que allí se decía. Allí los reportajes eran un verdadero caos, cada uno decía una bobada diferente. Algunas de las hipótesis que allí se recogieron decían: 

  1. El edificio estaba ocupado por una fabricante ilegal de armas micronucleares a pequeña escala, que probaba en casa. El gato era su vehículo para transportar las microbombas al exterior. Se suponía que el color azul pasaría desapercibido para los radares. 

  1. La residente de la casa vigilada era un extraterrestre infiltrado. No se sabía si sus intenciones eran pacíficas o, por el contrario, estaba reuniendo información para permitir una invasión de nuestro planeta. El gato sería un robot que usaría para recopilar información y espiar. 

  2. Era una loca que no salía a la calle y le gustaba hacer explotar productos que tenía en casa. En ese informe no se lanzaba ninguna hipótesis sobre la naturaleza del gato,

Todas las hipótesis tenían cierta lógica, pero la comisión no pudo decidir cuál era la más plausible. Era evidente que la mera observación de aquella vecina no bastaba para descubrir el misterio del gato azul del que, sin duda, era la dueña. 

Sin embargo, sucedió algo que aceleró la toma de decisiones. Fue algo inesperado, que uno de los vecinos notó en una noche de luna llena: el gato dejó de ser azul y se volvió verde. ¿Un gato verde? ¿Como así? ¿Dónde se había visto un gato verde? 

Si un gato azul ya era una cosa rara, mucho más lo era un gato verde. 

Las sospechas de que el gato era un extraterrestre ganaron fuerza, quizás por el estereotipo de que los extraterrestres son verdes, al igual que sus gatos. 

Allí Juan Carapán impuso su autoridad en Barrio del Este —que esperaban que en el futuro fuera una ciudad independiente, como ya he dicho— y habló a sus vecinos en asamblea secreta. 

Hay que decir que la asamblea fue secreta porque la celebraron en su garaje con la puerta cerrada, pero todas las voces se escuchaban desde fuera; sin embargo, para ellos era muy conmovedor pensar que estaban haciendo algo de incógnito en ese barrio donde nunca pasaba nada, pero que algún día se convertiría en ciudad. De hecho, todos los vecinos estaban amontonados como una lata de sardinas: era hora de ir a hablar con el extraño vecino. 

Los vecinos elogiaron el valor de Juan Carapán. 

Era una pena que Barrio del Este no fuera un municipio, pensaban todos, porque ese hombre ciertamente merecía ser alcalde, o incluso gobernador, o incluso presidente del gobierno. 

Qué coraje, qué capacidad de liderazgo tenía. No era de extrañar que fuera admirado por todos en el barrio. Sin embargo, justo antes de que la comisión fuera a visitar al vecino dueño del gato azul, bueno ahora verde, sucedió algo más, algo realmente sorprendente. 

Uno de los vecinos que estaba espiando dijo que había visto una escoba salir volando por una de las ventanas de la casa. 

— ¿Una escoba voladora? —preguntaron los vecinos que escucharon la declaración. 

— Era una escoba voladora —confirmó el vecino. 

— ¿Y lograste tomarle una foto?

— Bueno, con el celular —dijo el vecino. 

— A ver. 

Y mostró la foto que había tomado con su celular, pero no se veía mucho, porque era de noche y solo se veía una mancha oscura, que podía ser desde un pequeño elefante flotando hasta un trozo extra grande de tostadas que salieron disparadas por la ventana. 

— No hay duda de que esta mujer es una bruja —concluyó Juan Carapán, destacando su autoridad en el barrio—. Es hora de ir a hacerle una visita a esta mujer. Quizás sea una amenaza para los vecinos de Barrio del Este. 

Todos apoyaron aquellas palabras que consideraron sabias, pero nadie conocía las intenciones de Juan Carapán. Sin embargo, ya había tomado la decisión de ir a la casa de la supuesta bruja para averiguar qué había allí. Sus dos inseparables compañeros, Serafín Martín y Toño Retoño, se aferraron a él como si fueran su sombra y se dirigieron a aquella casa de la calle del Fresno. 

Juan Carapán iba a llamar a la puerta, pero no hizo falta, porque la puerta se abrió sola y hasta crujió. Los tres tenían miedo, pero nadie decía nada, no reconocerían sus miedos. Entraron. El interior estaba a oscuras. Llegaron a un salón donde solo se podían ver siluetas, pues las formas eran irreconocibles. 

De repente, una voz de no sabía dónde los saludó: 

— ¡Buenos días, señores! Gracias por su visita. 

Miraron por todas partes, pero no pudieron ver de dónde venía la voz de esa mujer. Poco a poco, los ojos de los hombres se acostumbraron a la oscuridad. Por lo tanto, pudieron ver que la habitación en la que se encontraban estaba rodeada de lienzos. 

Todos los lienzos estaban llenos de manchas. En el centro estaba hirviendo un caldero en una estufa eléctrica. Y, al lado del caldero, una mujer con todo el cabello revuelto los miraba con una gran sonrisa. 

— ¿Has venido a comprar alguno de mis cuadros? —preguntó la mujer.

Los tres hombres permanecieron inmóviles en el umbral, contemplando el impresionante panorama que se abría ante ellos. Tampoco fueron capaces de pronunciar una palabra. 

— Perdón por mis malos modales. Me llamo Juana y soy pintora 

— ¿Pintora? —Juan Carapán alcanzó a pronunciar una sola palabra. 

— Sí, soy pintora de arte abstracto. Por eso mis cuadros no tienen ninguna forma. Se ven imágenes variadas, con colores mezclados. Fabrico los colores aquí en mi caldero, porque quiero hacer yo todo el proceso. 

— ¿Y por casualidad no tendrá un gato azul... o uno verde?

Ahí Juana se rió, se echó a reír. 

— Sí. ¿Por qué lo pregunta? 

— Porque se lo ha visto por el barrio y los vecinos se preguntaban cómo es que había un gato azul... o verde por ahí suelto. 

— Hay una explicación muy simple. A mi gato le gusta jugar y a veces se cae en uno de mis calderos. Entonces se le tiñe la piel. Ayer se cayó en el caldero de pintura verde que estaba preparando y por eso se quedó de ese color. 

Esa explicación tenía mucha lógica. Juan Carapán no quiso investigar más, porque, dicho sea de paso, no le gustaba la casa. Sería pintora, sí, pero aquella mujer daba miedo. 

Estaba a punto de hacer un gesto a sus compañeros del comité para que se fueran, cuando Serafín Martín preguntó: 

— ¿No salió usted volando anoche en una escoba? 

Durante unos segundos hubo un silencio que les permitió escuchar claramente el “blub-blub” de las burbujas en el líquido hirviendo en el caldero, pero enseguida Juana dijo: 

—¿Una escoba? Pero, ¿cómo iba a salir volando una escoba de esta casa? Lo que probablemente alguien vio fue un lienzo que tiré al aire porque no me gustaba y la silueta quizás parecía una escoba voladora. ¿Significa eso que los vecinos de este barrio me espían? 

— No, no, no —mintieron al alimón los tres miembros del comité—. Bueno, y ya que están aquí, me imagino que no se irán sin comprarme algunos de mis cuadros. 

Los tres hombres se metieron las manos en los bolsillos y buscaron todo el dinero que llevaban encima. 

Afortunadamente pudieron comprar dos cuadros pequeños, que se llevaron consigo, ya que se despidieron rápidamente desde la puerta, deseándole a la pintora muchos éxitos en su trabajo. 

Apenas se cerró la puerta de la casa, el gato, nuevamente azul, saltó al regazo de Juana, quien para entonces ya se había sentado en un sofá de cuero negro. 

— Estos mortales son cada vez más difíciles de engañar, Milo —dijo mientras le acariciaba el cuello—. Deberíamos tener más cuidado con lo que hacemos, porque nos espían. Esta vez logré encontrar una explicación de por qué creyeron ver volar una escoba de noche y por qué tu piel cambia de color. Así que tú también, amigo mío, debes tener más cuidado.

— Miau — dijo el gato con los ojos cerrados, mientras ronroneaba feliz en el regazo de su enfermera, ajeno a la importancia del color de su piel, muy atento a esas caricias que tanto le gustaba. 


© Frantz Ferentz, 2010

lunes, 12 de septiembre de 2022

LA RECETA SECRETA

 

Corría el año de... eso da igual. Basta con saber que esta historia sucedió hace muchos, muchos años, en un momento en que los humanos y otras criaturas humanoides todavía se hacían la guerra.

Esta historia sucedió en un reino muy lejano, probablemente ni siquiera hayan oído hablar de él. Era el reino de Regulandia. Dicho reino había sido conquistado unos años antes por un ejército de ogros, también conocidos como orcos. En ese momento, Feldepato, su líder, se proclamó rey. 

El rey anterior valió para un banquete de los nuevos señores de Regulandia. No es que esclavizaran al rey, no, peor que eso, se lo comieron, fue el plato fuerte. De postre pusieron pastel de moras.

Precisamente el pastelero se salvó la vida gracias a ese pastel. El rey ogro, Feldepato, quería matar a todos los humanos del palacio, pero le salvó la vida porque el rey era un goloso. Por eso, antes de mandarlo a las calderas para servir como comida o cena —algunos incluso dirían que solo daría para el desayuno, porque era muy pequeñajo—, quiso darle una oportunidad:

— Pastelero, me gusta mucho tu forma de hacer pasteles. Te daré la oportunidad de salvar tu vida si haces un pastel que me deje sin palabras, que sea el mejor que haya probado en mi vida.

El pastelero estaba alucinado. Temía por su vida, por supuesto. Aunque confiaba en su talento, era un pastelero acostumbrado a los gustos humanos, nunca había tenido que hornear para ogros. Además, para que el pastelero no escapase, el rey Feldepato puso una condición:

— Prepararás la receta más deliciosa en una celda de las mazmorras de mi palacio.

— Majestad, ¿y cómo? —adujo el pastelero sin atreverse a protestar, por si acababa en la cocina todo rebozado—. Si estoy aquí encerrado, no podré hacer experimentos.

— Haré que te traigan todos tus cachivaches e ingredientes a la celda.

— Aún así, para mis experimentos, es posible que requiera ingredientes que no tengo en la celda.

El rey pensó un poco —los ogros, en general, no piensan mucho, son más bien gente de acción— y entendió que el pastelero tenía razón.

— ¿Tienes un asistente? —preguntó el rey.

— No... pero tengo una hija. Ella me ayuda a veces.

— Está bien, puedes contar con ella. Puedes llamarla para que te traiga lo que necesites.

Y así quedaron.

La hija del pastelero se llamaba Isabel. Sobre todo, no soportaba la idea de que encarcelaran a su padre, así que aprovechó la primera visita para poner una lima en un cubo lleno de vainilla.

Fue al palacio real. Tan pronto como llegó a las puertas de las mazmorras, un ogro le dijo:

— Tengo que comprobar que no has metido nada extraño ahí.

O al menos eso interpretó Isabel, porque el ogro se limitó a gruñir como un jabalí.

El guardia metió la mano en el líquido, lo revolvió y rápidamente encontró la lima. Luego gruñó aún más fuerte. Isabel solo podía imaginar una parte de lo que le decía, pero el caso es que la dejó entrar a ver a su padre.

El segundo día que fue a prisión, Isabel llevó un tonel lleno de vainilla, tan grande que iba sobre ruedas. Se había dado cuenta de que el brazo del ogro era corto, por lo que su mano no llegaba al fondo. Pero no contó con que el ogro metió la cabeza en el tonel y se zambulló en él hasta encontrar la lima, esta más grande que la primera.

Pero Isabel no se iba a rendir. Iba a conseguir introducir una lima a cualquier precio. Ni siquiera había pensado en si la ventana de la celda de su padre estaba muy por encima de la calle y no podría saltar. Nada de eso, era una cuestión de orgullo meter una lima grande dentro de la vainilla, que encima tuvo que comprar, porque se le había acabado.

Tuvo que callejear al atardecer para ir a comprar la lima. Un herrero tenía una para vender, pero la niña no tenía suficiente dinero. Pagó con todo lo que tenía y también prometió que, cuando su padre fuera libre, le haría tres pasteles gratis. En cualquier caso, al herrero tampoco le gustaban los ogros que reinaban en Regulandia, por lo que fue flexible con el precio.

En la tercera visita a la prisión, Isabel trajo una enorme barrica llena de vainilla, doscientos litros por lo menos, de las que se usan para añejar el vino. La hacían rodar para moverla, con la ayuda de tres personas.

Cuando el ogro guardián vio aquello, comenzó a gruñir como un poseso. Los obligó a levantar la barrica y colocarla sobre la base. Luego abrió la tapa y se hundió. 

Pero ya no salió. El ogro no, solo algunas burbujas. BLUB, BLUB.

Otro guardia ogro pronto llegó y se arrastró hasta la boca de la tina y se metió para salvar a su camarada. Pero tampoco salió. Solo se vieron más burbujas: BLUB, BLUB, BLUB... 

Isabel recogió varios cubos del jugo de vainilla con ogro y se los llevó a su padre. Este hizo el mejor pastel que un ogro podría nunca degustar.

Cuando el rey probó aquella maravilla esponjosa, berreó, pero fue de placer.

— Es el mejor pastel del mundo. ¿Cuál es la receta? —preguntó Feldepato.

— Es un secreto — respondió el pastelero, todo serio.

— ¿Secretos con tu rey? —volvió a preguntar el rey, tomando al pastelero por el cuello y dejándolo colgado de la ventana, con una caída de casi cuarenta metros hasta el suelo.

El pastelero cambió de idea fácilmente y confesó que el ingrediente secreto era precisamente carne cruda de ogro. La mezcla de vainilla, mora, dientes de ajo y carne de ogro era fundamental para preparar el pastel que tanto gusto le causó al rey Feldepato.

El monarca, en vez de enojarse, decidió que había ogros de sobra, por lo que hizo capturar uno todos los días para que el pastelero preparase la tarta, que se llamó tarta Feldepato, en honor al rey.

Y así fue cómo día a día disminuía el número de ogros en todo el reino, porque todos los días el rey pedía un pastel. Hasta aquel día, poco más de un año después, en que el único ogro que quedaba en el reino era el propio rey Feldepato.

Pero nadie lo metió en la masa del pastel. Simplemente fue derrocado y los humanos recuperaron el control del país de Regulandia. Sin embargo, ya no había rey, porque hacía mucho tiempo que lo habían servido asado.

Pero en realidad, a nadie le gustaba el viejo rey y tampoco nadie quería ocupar el trono, por lo que el pastelero hizo un rey de mazapán que, cuando se endureció, parecía de verdad, aunque muy tieso y siempre sonriente. Lo sentaron en el trono y todos inclinaban la cabeza al pasar ante él. El rey de mazapán fue entronizado y nombrado Panmaza I, y mientras tanto todo el pueblo prosiguió con su vida muy feliz, especialmente el pastelero, que desde entonces convirtió todas las celdas de las mazmorras en su taller de repostería.

© Frantz Ferentz, 2022

domingo, 11 de septiembre de 2022

CUANDO UN TALLARÍN VENCIÓ A UN TORO

  

Desde el día en que llegó a la escuela, Dimitri fue objeto de todas las burlas del matón de la clase, Carolo, más conocido por todos como El Toro

Al Toro le encantaba acosar, casi parecía su profesión en la escuela. Ya había repetido tantos cursos que parecía que nunca terminaría sus estudios.

Y no hay acoso bien hecho que no empiece con un apodo bien puesto, así que a Dimitri lo apodaron El Tallarín, porque era muy delgado.

A Dimitri le importaba poco el apodo. Había escapado por poco de la guerra en su país con su familia e incluso al principio ni siquiera se daba cuenta del acoso, porque no entendía el idioma. Pero luego sí, después se dio cuenta de que aquel grandullón con cara de vaca loca se burlaba de él y que el resto de compañeros se reían de sus bromas.

Aunque no entendía las bromas que el Toro hacía sobre él, menos entendía las risas de sus compañeros. Lo que decía el abusador no debía tener mucha gracia, pero los demás se reían de todos modos.

Hasta aquel día. Era un momento especial, porque los estudiantes de aquella clase tenían que elegir quién los representaría en el concurso de habilidades de la escuela. 

El Toro, como siempre, quiso ser el representante de su clase. Para ello, intentaría levantar un banco de madera con tres compañeros encima. Tal demostración de fuerza bruta contó con todo el apoyo del profesor de gimnasia.

Así, Carolo lentamente comenzó a levantar el banco. Se puso todo rojo por el esfuerzo, pero pronto vio que la mayoría de los chicos de su clase se alejaban. ¿Cómo se atrevían a ignorarlo? ¿Cómo era posible?

El Toro dejó el banco en el suelo y se acercó a un círculo de chicos que estaban contemplando algo. Se abrió paso a empujones. En el centro del círculo estaba Dimitri. En sus manos tenía un cubo (era un cubo de Rubik, pero el Toro eso lo ignoraba).

Dimitri cogía el cubo e igualaba todas las caras en 10 segundos moviendo sus manos a una velocidad vertiginosa. Luego le daba el cubo a cualquiera de los compañeros para que lo deshicieran y él repetía la operación de recolocar todas las caras. La expresión de asombro de todos iba en aumento.

El Toro, al darse cuenta de que había perdido el interés de sus compañeros, gritó:

— ¿Qué diablos está pasando aquí?

— El nuevo —explicó alguien— que sabe armar el cubo de Rubik en diez segundos.

— Cualquiera hace eso —exclamó Carolo.

En ese momento, Dimitri le arrojó el cubo y le dijo:

Zroby ty tso sam.

— ¿Qué has dicho? ¿Me has insultado?

— Hazlo tú mismo —repitió Dimitri.

Carolo tomó el cubo en sus manos y comenzó a manipularlo, pero era inútil, cada vez lo complicaba más. Eso provocó la risa de los compañeros, que eran verdaderamente volátiles, cambiaban de bando como de camisa.

Después de cinco minutos, la furia se apoderó de él y lanzó el cubo lleno de ira a Dimitri, pero el chico lo evitó fácilmente con un ligero movimiento de cabeza, de modo que el cubo golpeó la cabeza del profesor de gimnasia, precisamente con un extremo. El profe se llevó la mano a la frente y notó sangre. Rápidamente gritó:

— Carolo, la cagaste...

El profesor no era muy fino con su lenguaje, como se puede ver.

Dimitri recogió el cubo del suelo y empezó a caminar hacia el aula, haciendo y deshaciendo las seis caras con toda facilidad, seguido por el resto de la clase, que lo miraba con la boca abierta, como los ratones detrás del flautista de Hamelín.

© Frantz Ferentz, 2022

miércoles, 29 de junio de 2022

CONCURSO DE MASCOTAS

 


Personajes

  • SARA, la niña rara que acaba de llegar al colegio, cuya mascota es una mariquita que lleva pegada a la sien.

  • GARRULFO, el abusón del colegio, cuya mascota es una tarántula enorme y venenosa.

  • El o la PROFE, que presenta y dirige el concurso.

  • ESTUDIANTE 1, cuya mascota es un conejo peludo.

  • ESTUDIANTE 2, cuya mascota es un perro lanudo pequeño.

  • ESTUDIANTE 3, cuya mascota es una cobaya | un cuy.

Todos los personajes, salvo SARA y GARRULFO pueden ser de cualquier sexo. La mariquita de Sara será pintada.

Lugar

Un salón de actos de un colegio, donde los ESTUDIANTES están con sus mascotas. 


Acto único

La escena comienza con todos los personajes, los 3 ESTUDIANTES, SARA, GARRULFO y el o la PROFE al fondo, conversando entre ellos, aunque SARA está un poco alejada.

Al poco rato, PROFE da varios pasos al frente, hasta colocarse delante del público. Actúa como un presentador de la tele. Habla con emoción.

Los estudiantes se quedan al fondo, atentos a la presentación.

PROFE 

[Al público] Buenos días/ buenas tardes, queridos chicos y chicas. Vamos a dar comienzo al concurso de mascotas de nuestro colegio. Tenemos cinco concursantes, cada uno con su mascota. Pido al primero de ellos que pase y presente a su mascota.

ESTUDIANTE 1 camina hasta el borde con su conejo peludo. Lo sostiene en brazos y, mientras habla, no deja de acariciarlo.

ESTUDIANTE 1

Hola, me llamo R. Pérez y mi mascota es este conejo que se llama Orejoncito. [Al público] ¿No es delicioso? Me muero de ternura con él.

PROFE

¿Y tu mascota hace algo de especial?

ESTUDIANTE 1

No, nada, pero la puedo usar de almohada cuando la de verdad se me cae al suelo de noche. Es tan suave...

PROFE 

Un aplauso para R. Pérez.

El profe se dirige primero al público y luego a los otros estudiantes.

Aplausos.

PROFE

Y bien, pasemos a nuestro segundo concursante. 

Hace un gesto a ESTUDIANTE 2, quien se acerca al público, mientras ESTUDIANTE 1 regresa a su puesto. ESTUDIANTE 2 se coloca al lado de PROFE con su mascota.

PROFE

Ahora, tenemos a nuestro segundo concursante. [A ESTUDIANTE 2]. Dinos, ¿cómo te llamas?

ESTUDIANTE 2

Me llamo L. Rodríguez y esta es mi mascota. [La muestra al público] Es un perrito lanudo enano. Es tierno y cariñoso.

PROFE

¿Y qué sabe hacer tu perrito?

ESTUDIANTE 2

¡Uy! Es fantástico. Sabe ladrar en siete idiomas y por teléfono.

PROFE

A ver.

Todo el mundo se queda quieto, mirando al perrito, que no mueve ni la cola. Pasan unos cinco segundos.

PROFE

Pues no hace nada. No ladra. Tal vez si se lo provoca...

ESTUDIANTE 2

[Girándose del lado contrario al profe, protegiendo al perro] ¡No lo moleste, que tiene muy mala uva cuando se lo despierta!

PROFE

Vale, vale, vuelve a tu sitio. Un aplauso para L. Rodríguez.

Se oyen aplausos. ESTUDIANTE 2 vuelve a su sitio abrazando fuerte a su mascota. ESTUDIANTE 3 empieza a acercarse a PROFE.

PROFE

Y ahora, nuestra siguiente concursante. 

PROFE se gira y mira a ESTUDIANTE 3, que se coloca a su lado.

PROFE 

¿Cómo te llamas? ¿Y qué sabe hacer tu mascota?

ESTUDIANTE 3

Hola, gente. Me llamo S. Martín. Esta es mi mascota, una cobaya | un cuy.

PROFE

¿Y qué tiene de particular?

ESTUDIANTE 3

Que es capaz de mirar la televisión treinta horas sin parar.

PROFE

[Decepcionado] Ya, ya... Muy simpático tu bicho. Bueno, gracias. Ya puedes volver a tu sitio. Aplausos para S. Martín.

Suenan aplausos. ESTUDIANTE 3 regresa a su sitio, pero antes de que llegue, ya GARRULFO se pone en movimiento y se coloca al lado de PROFE, que nada más verlo se asusta y da un paso atrás, sobre todo cuando lo ve con su tarántula en el hombro.

No da tiempo a PROFE para reaccionar. Se señala al hombro con la mano opuesta y empieza a hablar muy ufano.

GARRULFO

Hola, gentecilla. Me llamo GARRULFO y soy el tipo más genial de mi clase. Todos mis compañeros me admiran, ¿no es así? 

Se queda mirando a sus compañeros de atrás. ESTUDIANTES 1, 2 y 3 asienten frenéticamente con la cabeza, pero SARA no se inmuta.

GARRULFO

Esta es mi mascota. Se llama LULÚ y es una viuda negra. Tiene una picadura mortal. Ella me protege mejor que un perro de presa. Y me obedece ciegamente. No hay mejor mascota que esta, así que estoy seguro de que ganaré el concurso de mascotas.

PROFE sigue dando pasos hacia atrás, alejándose de GARRULFO. 

Hace un gesto a SARA para que se acerque. GARRULFO sigue señalando a su mascota delante del público, como bailando, muy orgulloso de su LULÚ.

SARA se acerca a PROFE y se queda a su lado. PROFE no se atreve a mandarlo volver con el resto de estudiantes.

PROFE

[Con voz atribulada, se nota que tiene miedo] Y finalmente, nuestra última concursante...

GARRULFO

[Interrumpiendo, en tono jocoso, burlón] ¿Esa? Esa es una mascota ella misma, no hay más que mirarla. Acaba de llegar al colegio y ya quiere hacernos creer que es alguien. Ja, ja, ja, ja...

SARA

[Con una voz muy aguda, mirando fijamente al frente, como un zombi] Soy Cócum, la mariquita de la sien de esta chica. Y tienes razón, no soy la mascota, Sara es mi mascota, responde ciegamente a mis órdenes y ahora quiero que tú seas mi esclavo...

SARA comienza a caminar hacia GARRULFO, con los brazos extendidos, como un zombi.

GARRULFO

[Asustado] Atrás, o te echo a LULÚ

SARA

LULÚ hará lo que yo le diga, ¿verdad?

La tarántula se cae al suelo, se ve que es falsa.

SARA

Qué pena das, eres un cobarde, como todos los abusones cuando están solos... Yo convierto en zombis a los humanos sobre los que me poso y ahora quiero convertirte a ti en uno. Déjame alimentarme de tu cerebro. Creo que ideas tiene pocas, pero seguro que tus sesos saben deliciosos...

GARRULFO sale corriendo por un lateral, aterrado.

GARRULFO

¡Ayudaaaaaa! [mientras sale]

SARA

[Con su voz normal] Bueno, pues ese chico creo que ha aprendido la lección. Me bastará con seguir llevando mi mariquita aquí en la sien para que no se le olvide el episodio zombi de hoy.

PROFE

Bueno, pues ya que uno de los concursantes se ha retirado, porque además tenía una mascota de pega, es la hora de votar cuál es nuestra mascota favorita [Pausa]. Ahora, querido público, escriban en el papel a quien votan como mascota favorita... 

Hay un ratito de espera. Una persona del público se dirige al escenario y entrega un papel doblado a PROFE.

PROFE

[Toma el papel con los resultados y lo desdobla] El jurado soberano ha decidido que la mascota favorita del colegio sea... [brevísima pausa, luego tono de ira profunda] ¿Cómo? ¿Que soy yo la mascota favorita del colegio? ¡Todos castigados sin recreo una semana!


Telón