miércoles, 29 de diciembre de 2021

LOS GRITOS DEL TÍO CAMERÓN LLEGARON AL JAPÓN

 

El tío Camerón era tan grande como un camión.

Nadie sabía realmente cómo se llamaba, pero todos en el pueblo lo conocían como el tío Camerón.

El tío Camerón era librero. 

Poseía una extraña máquina llamada librificador

Era una caja larga con una puerta al frente y otra al fondo. 

Si una persona se metía en ella, cuando salía ya no tenía memoria. 

La máquina se apoderaba de los recuerdos y escribía un libro que contaba cualquier cosa. 

Además, por un lateral salían quince o veinte ejemplares del libro. 

Pero la gente del pueblo no sabía nada de eso. 

Sin embargo, todos los vecinos le tenían miedo. 

No porque los atacase a puñetazos, sino simplemente porque si se caía sobre alguien, lo aplastaría y lo dejaría plano como una hoja de lechuga. 

Hasta ese día. 

Ese día, el tío Camerón se despertó con un dolor salvaje en la boca. 

Tanto era así que empezó a gritar a causa de un dolor que emanaba de una muela, se extendía al resto de su boca y le paralizaba la mitad de su rostro. 

Como el tío Camerón era muy corpulento, sus gritos se escuchaban por todo el pueblo. 

La gente estaba asustada por los horribles gritos del tío Camerón. 

Poco a poco, los vecinos curiosos se fueron congregando ante la puerta de la casa del tío Camerón. 

"Lo ha mordido una garrapata gigante", especuló uno. 

"Se le ha caído una boñiga en los ojos", dijo otro. 

"Ha confundido las lentejas con hormigas asesinas y ahora están corriendo por sus tripas", añadió un tercero. 

"Peor aún, se le ha olvidado dónde guarda el dinero", concluyó un cuarto. 

Pero los gritos continuaron durante más de una semana, sin que los vecinos pudieran dormir, ni montaran el mercadillo, cuidaran del ganado (que estaba todo estresado), y ni se ocuparon de las cosechas (se secaron en los campos antes de ser recogidas), por lo que los vecinos decidieron llamar a la bruja de la región. 

La bruja era conocida como tía Afonía, porque siempre hablaba en voz muy baja, como si estuviera siempre afónica. 

Era una anciana con verrugas horribles, cubierta de verrugas, pero por lo general sí sabía cómo tratar las enfermedades. 

Caminaba con la ayuda de un bastón más alto que ella, que parecía más bien un cetro. 

Le pagaron entre todos los aldeanos, y entró en la choza del tío Camerón, que, como siempre, yacía gritando, con la mano en la mejilla. 

Salió al instante y dijo a los vecinos curiosos: 

"El tío Camerón tiene un enorme flemón". 

"Y además de rimar, ¿eso es contagioso?", preguntó alguien. 

"No", respondió la hechicera, "pero si no se cura rápidamente, su cara estallará". 

Por un momento, todos se imaginaron que, no solo su rostro, sino su cabeza, o quién sabe, incluso todo el cuerpo del tío Camerón acabase explotando. 

Habría cachitos de él por todo el pueblo. 

Qué asco. 

Y eso atraería aún más moscas. 

No, no, era mejor curarlo. 

No iban a levantarlo y sacarlo del pueblo, porque pesaba como una ballena. 

Definitivamente tendrían que curarlo. 

La tía Afónica les dio unas hierbas que dijo que se usaban para hacer infusiones. 

"Pero no le echen azúcar, porque eso al tío Camerón lo hará engordar", advirtió la hechicera. 

"Y luego explotará, no por el flemón, sino por la grasa que acumula". 

Los vecinos, a su vez, estuvieron dando las hierbas al tío Camerón, hasta que, una semana después, el flemón desapareció. 

Y con el final del flemón, también llegó el final de los gritos. 

El tío Camerón podría volver a su negocio de librero. 

Pero después de tanto tiempo fuera, había dejado de ganar dinero porque no había fabricado libros. 

Así que el tío Camerón decidió ir de casa en casa visitando a los vecinos. 

"¿Y no me prestarías veinte pesos? Mira, no he podido trabajar durante tantos meses y ahora estoy arruinado". 

Y así largaba el mismo discurso a todos y cada uno de los habitantes del pueblo. 

Y no solo una o dos veces, sino que se dedicó a hacerles visitas todas las semanas. 

Al principio, la gente le daba dinero. 

Pero, a la postre, ellos también acabaron hartos. 

Parecía que el tío Camerón iba a vivir a su costa, sin trabajar ni nada. 

Sin embargo, la gente del pueblo se hartó y le dijo: "Trabaja como todos, deja de pedir dinero". 

"Es solo un préstamo que les pido", se justificaba. 

"¡Trabaja!", insistían. 

Pero el tío Camerón estaba muy a gusto pidiendo dinero y sin trabajar. 

Luego pensó que tenía que amenazar a los vecinos para que lo dejaran vivir de gorra. 

Convocó a todos los habitantes del pueblo y les dijo amenazadoramente: 

"Miren lo que les voy a hacer si no me ayudan". 

Mostró el librificador en la plaza mayor. 

Y de paso, se trajo a un peregrino perdido. 

Lo metió en la máquina y al rato el paisano salió de ella con la memoria borrada. 

Después, apareció un libro llamado Memorias de un peregrino que era de un tipo muy fino

Finalmente, los vecinos habían averiguado cuál era el negocio del tío Camerón. 

Sintieron miedo, terror, pavor, pánico. 

Así que durante una semana nadie le negó unas monedas cada vez que se las pedía, porque no querían convertirse en libros. 

Hasta que la gente, muy preocupada, volvió a hablar con la tía Afonía. 

"¿Qué quieren quéééé ....?", exclamó cuando los vecinos le dijeron lo que querían. "Les costará caro, tiene un alto precio". 

"Siempre será mejor pagarle a usted, por eso le pedimos que nos ayude a deshacernos del tío Camerón".

Así que una noche varios vecinos entraron en silencio en la cabaña del tío Camerón. 

Aprovecharon, mientras roncaba, para verter en su boca el polvo que la hechicera había preparado. 

Por la mañana, cuando despertó, el tío Camerón notó que el horrible dolor en su boca había regresado. 

El flemón había vuelto. 

¡Cómo le dolía la maldita muela! 

Se dirigió a la puerta de la cabaña, pero en lugar de salir a la calle, se internó en un espacio oscuro. 

No se veía nada. 

Comenzó a notar que alguien lo estaba peinando. 

Luego recibió un masaje en las sienes. 

Más tarde, recibió una descarga eléctrica. 

Y finalmente se abrió una puerta. 

Salió. 

Estaba fuera. 

Pero no recordaba quién era. 

Había caído en la trampa de los vecinos que lo habían hecho pasar por su propio librificador. 

Y como resultado, seguía con aquel maldito flemón atormentándolo en la boca. 

Pero también es cierto que todos los habitantes del pueblo se llevaron gratis un libro de rimas titulado: Cuando al tío Camerón le duele un flemón.

© Frantz Ferentz, 2021