jueves, 27 de marzo de 2025

EL CUMPLEAÑOS DE LA PRINCESA TABACUNDA. HISTORIAS DE MOCÓN

 


La princesa Tabacunda estaba a punto de celebrar su decimoquinto cumpleaños. Sería un evento crucial en todo el reino, al que asistiría toda la nobleza del propio reino de Mocón, cuyo monarca era en ese momento Falisco MCM — es que siempre se habían llamado Falisco todos los monarcas de ese reino— y más de los reinos aledaños.

El último día del mes de botón —en el reino de Mocón tenían un calendario de catorce meses al año, todos de veintiocho días— sería el gran acontecimiento. Ya en el mes anterior, el de galón[1], el reino estaba patas arriba. La gente del país andaba loca con tanta organización, todos en el reino vivían para ese evento.

El rey Falisco tenía la vista puesta más allá de la mera celebración del cumpleaños, pensaba en casar a su hija con algún príncipe o noble extranjero, porque el rey Falisco, como todos los demás reyes de la historia de Mocón, pensaba que las hijas solo servían para casarlas con gente de otros reinos y ganar poder (y territorios). 

Solo le importaba dejar fijado el compromiso entre la princesa Tabacunda y un candidato que firmase un acuerdo, antes de que el desafortunado... es decir, que el futuro marido de la princesa descubriera el secreto de la princesa. ¿Cuál era el secreto? ¿Qué era un hombre lobo? ¿O un cantante de reguetón? No, nada de eso, era otra cosa, pero ya llegaremos a eso.

Y finalmente llegó el día. La capital de Mocón, Moconilla, se puso de gala. Por la entrada principal llegaban carruajes con banderas y pendones. Qué nervios en todas las calles, pero los comerciantes estaban encantados, porque mucha gente de fuera iba a pagar mucho dinero por la mercadería del cumpleaños de la princesa. Había muñecas princesas con muchos atuendos diferentes, camisetas con su cara y hasta unicornios hechos de tela rosa, que no se entendía muy bien lo que representaban, pero ahí estaban.

Alrededor de ciento cincuenta miembros de la nobleza se reunieron en el salón del trono. Todos vestían ropas lujosas. Todos esperaban la llegada de la princesa Tabacunda al salón del trono.

Pero ya desde hacía mucho tiempo el rey Falisco había estado negociando la mano de su hija, como cualquier comerciante que negocia la venta de su cosecha de coles. De hecho, había organizado una subasta con varios nobles y reyes para ver quién ofrecía más para casarse con la princesa, que no sabía nada al respecto, pobrecita.

Por fin llegó el momento de dar inicio a la fiesta. Ya había un candidato para casarse con la princesa. Se trataba del marqués del Pergamino, con la piel toda arrugada para hacer honor a su título. Pero el marqués no iba a firmar el compromiso con el rey hasta que viera a la princesa. «No se puede hacer negocios sin ver primero la mercancía», era lo que siempre le decía su padre.

De repente, la orquesta empezó a tocar. Anunciaron la llegada de la princesa Tabacunda. Todos se retiraron para abrir un pasillo para que la princesa llegara al centro de la sala. Todos los presentes comenzaron a aplaudir. La princesa avanzó arrastrando sus faldas por el suelo hasta el centro del salón, donde su padre, el rey, la esperaba con una enorme sonrisa, pero no por el cumpleaños, sino por el buen trato que acababa de hacer con el marqués del Pergamino.

Todo iba sobre ruedas, todo. Hasta que sucedió algo inesperado. El duque de Tolondría, fumador inesperado, se acabó su cigarrillo —en aquella época aún no estaba prohibido fumar en público— y arrojó la colilla al suelo, porque, además, era un guarro. Y la colilla, aún ardiendo, quemó las faldas del vestido de la princesa.

Rápidamente vaciaron todos los jarrones de flores de la habitación para apagar el fuego. Solo quedaban las ballenas de la estructura de la falda. Y ahí vino el problema. Todos descubrieron el secreto de la princesa... No, ya dije antes que ella no era ni una mujer lobo ni, peor aún, una reguetonera. no. Su secreto era... ¡que era coja!

Efectivamente, una de sus piernas era ortopédica. Llevaba una pata de palo como las de los piratas. De la rodilla para abajo ya no tenía pierna.

En la fiesta estaba el conde de la Patatera, que además de noble era pirata, es decir, era un pirata noble o un noble pirata, no sé muy bien en qué orden. En cuanto vio la pata de palo, se enamoró de la princesa y quiso secuestrarla y llevársela a su barco pirata, pero no tuvo tiempo de reaccionar.

En medio de la sorpresa o el “ooooooooooohhhhhh” que duró medio minuto, apareció en la sala alguien que no estaba invitado. No era un noble y ni siquiera un pirata. Se trataba de un chico que entró dando saltos y además cojeaba, como la princesa. Le faltaba una pierna, pero no llevaba una pata de palo, sino una prótesis de titanio en forma de S que se ajustaba por debajo de la rodilla.

Se acercó a la princesa sin que nadie lo detuviera — todos seguían chocados —, le tomó la mano y le dijo:

— Princesa, soy Colagenio, campeón paralímpico de atletismo. ¿Alguna vez has salido del palacio?

— Nunca —respondió ella con tristeza.

— Pues ven conmigo y empieza a correr maratones.

Colagenio se sacó una prótesis similar a la suya, le quitó la pata de madera que lanzó hacia atrás con tan mala suerte que dio en el ojo del conde de la Patatera — quien a partir de ese momento pareció un pirata completo porque tuvo que llevar un parche en el ojo—, y colocó la prótesis de titanio en la pierna coja de la princesa.

La princesa sonrió como nunca había sonreído en su vida. Se deshizo de la estructura de ballenas y, tomada de la mano de Colagenio, salió corriendo de la corte real, sintiéndose más libre que nunca, veloz, feliz y sagaz.

© Frantz Ferentz, 2025

[1] Los meses del año en Mocón son en este orden: tapón, colocón, subidón, galón, botón, mandón, resoplón, gritón, tomatón, parangón, sofocón, tirabuzón, bolsón y on (de este último solo dejaron el final porque no se les ocurrieron más nombres).