jueves, 1 de mayo de 2025

EL HOMBRE QUE CALZABA UN 77

 

Calamir calzaba un 77 de pie. Eso era algo inédito, nadie calzaba un número tan grande.

A los 35 años, sus pies dejaron de crecer, finalmente, por lo que pudo encargar todos sus zapatos para que fueran del número 77. Eran zapatos hechos a medida, claro está, porque no se vendían en ninguna zapatería. 

Por supuesto, como eran únicos, le costaba mucho dinero comprar un par de zapatos. No tenía más de tres pares en casa y tenía que guardarlos en el desván, porque, si no, no había dónde dejarlos. Además, a su gato le encantaban aquellos zapatones, y se pasaba el tiempo durmiendo la siesta en ellos. El problema es que dejaba los zapatos llenos de pelos. Y no solo el gato de Calamir, también otros gatos del barrio, amigos del de Calamir, pasaban la noche en esos zapatos.

Y, por supuesto, toda la gente pensaba que Calamir usaba zapatos de payaso todo el tiempo, así que no se lo tomaban en serio. No obstante, donde más sufría el pobre Calamir era en el tranvía. Si había poca gente, la cosa iba bien, pero si lo tomaba en horas punta, ya era otra cosa. La gente no hacía más que pisarle los pies. No lo hacían a propósito, pero es que no lo veían al pobrecillo. Se quejaba y hasta lloraba, pero la gente pensaba que estaba muy triste y que tenía que desahogarse. ¿Cómo iban a imaginarse tal desgracia?

También es fácil imaginar cómo habían sido la juventud y la infancia de Calamir. Todos se reían de él por esos pies, pero él salvó la situación jugando de portero en el equipo de fútbol de la escuela. Gracias a sus pies gigantes, ningún balón entraba en la portería.

Y también era la envidia de sus compañeros cuando podía deslizarse por la nieve como si tuviera esquís, pero simplemente usaba sus zapatos. 

Probablemente te estés preguntando cómo se ganaba la vida con esos zapatos. Eso sí, algunos de vosotros ya os imaginabais que Calamir trabajaba de payaso en un circo, sin necesidad de ponerse zapatos gigantes. Y la verdad, intentó trabajar así, pero tenía muy poca gracia, el pobre. Tuvo que dejarlo.

Sin embargo, encontró un trabajo que le venía al pelo. Lo contrató una bodega que necesitaba personal para pisar la uva para extraer mosto. Calamir, él solo, hacía el trabajo de siete personas, de modo que en la bodega estaban encantados con él. Y no solo pisaba uvas, sino también moras, maracuyá y hasta chirimoyas. De esa manera, descubrió que su habilidad para pisar frutas era su mejor oportunidad para conseguir un trabajo.

Montó su propio negocio de zumos que él mismo pisaba. Y empezó a experimentar con las mezclas: fresa con espárragos, remolacha con pimientos y hasta naranja con tinta de calamar.

Pero ya no viaja en tranvía, no podría soportar el dolor que le provoca que lo pisen todo el tiempo. Por eso se puso ruedines en los zapatos y patina con ellos por la ciudad. De hecho, inventó los zapatinetes, que son muy útiles para circular por la ciudad.

Ojalá algún día pueda ponerles un freno a los zapatinetes, porque así evitará tener que parar chocando contra las farolas.

© Frantz Ferentz, 2025