jueves, 20 de julio de 2023

EL MONSTRUO DESABRAZADOR

Érase una vez un monstruo desabrazador.

¿Que qué es un monstruo desabrazador?

Es un monstruo único, no es de los que abundan en el mundo de los monstruos.

Es peludo, como todos los monstruos, pero sin colmillos, aunque con unos brazos muy largos.

Este concretamente tiene nombre, se llama Elyodoro.

¿Y qué hace, pues, un monstruo desabrazador?

Como dice su nombre, desabraza.

¿Que qué significa desabrazar?

A simple vista, se desabraza igual que se abraza.

A ver, el monstruo se acerca a alguien y lo abraza sin abrazar... En fin, lo desabraza.

El monstruo desabrazador primero abraza y luego desabraza.

Durante el abrazo, el monstruo desabrazador absorbe la energía de la persona abrazada, se alimenta de sus sentimientos bonitos y alegres, para dejarle una sensación de tristeza muy grande.

Luego, los monstruos como Elyodoro, se van y dejan a sus víctimas con mucha pena.

Y así ha sido durante cientos de años.

Hasta aquel día.

Fue una mañana en que Elyodoro se levantó con hambre.

Con hambre de desabrazar, ya se entiende.

Heliodoro salió de su guarida, se estiró, bostezó y oteó el horizonte.

Los desabrazadores no viven en los hogares humanos, no, viven en guaridas que excavan en la tierra, pero pueden también vivir en las ramas de los árboles, como los simios.

Y así, Elyodoro enseguida detectó a una humana pequeñita que seguramente estaría llena de buenos sentimientos e ilusiones.

Por delante de las narices del monstruo desabrazador pasaba una niña pelirroja con dos trenzas.

Se llamaba Susana y en ese momento iba al colegio, con su mochila a la espalda, cantando algo en voz baja.

Hay un detalle que he olvidado comentar y que es muy importante conocer.

Los monstruos desabrazadores, y Elyodoro no es una excepción, son invisibles al ojo humano, como todos los demás monstruos que nos rodean.

Elyodoro pasó al ataque.

Se plantó delante de Susana para abrazarla.

Estiró sus largos brazos, ya casi la tocaba.

Pero entonces Susana lo vio, vio a Elyodoro.

━ ¡Qué lindo monito! ━exclamó la niña nada más ver a Elyodoro ante ella.

Y es que a la niña le pareció un verdadero simio, tal vez un orangután como los que salían en los documentales de naturaleza de la tele.

━ Buscas un abrazo, ¿verdad? ━preguntó Susana.

Y de repente, ella abrazó a Elyodoro.

Fue un abrazo de verdad, intenso, largo.

Fue de hecho un apapacho, que es un abrazo con el alma.

Elyodoro cerró los ojos, nunca se había sentido así.

Sintió hormigas por la espalda.

Y le llegó olor a pastel de chocolate, aunque no hubiese chocolate alrededor.

Y sonrió.

Sí, sonrió, pese a que nunca había sonreído en su vida.

Resultó que por primera vez en su vida lo habían abrazado y había podido sentir algo único, algo que solo se siente cuando te abrazan con el alma y que no puede explicarse con palabras.

━ Eres muy lindo ━le dijo Susana y siguió su camino al colegio como si tal cosa.

Elyodoro la vio alejarse, sin dejar de sonreír, y con un arcoíris en los ojos.


Texto: Frantz Ferentz, 2023
Ilustración: Chaimae Hilal



viernes, 30 de junio de 2023

EL CAPITÁN ESPAGUETI

 

El problema de Serafín es que era tan delgado, tan delgado, que se colaba por cualquier agujero. Tanto así, que sus compañeros comenzaron a llamarlo Serafín el Espaguetín, porque realmente parecía un espagueti de lo flaco que era. Era un problema para él caminar por la calle, porque, a la mínima se colaba por el ojo de la alcantarilla.

Pero un día, Serafín el Espaguetín decidió que tenía que sacar partido de su cuerpo. Se colocó una capa roja y un antifaz. Se hizo llamar el Capitán Espagueti. Luego, se dedicó a colarse por todos los agujeros donde no cabía ningún ser humano y a rescatar toda clase de bichos atrapados y hasta gente. Llegó incluso a encontrar tesoros escondidos.

Por eso, cuando sus compañeros descubrieron quién era realmente el Espaguetín, dejaron de llamarlo así y ahora lo llaman Capitán Serafín, pero a él no le gusta, porque es realmente un héroe y los héroes no se hacen llamar con su propio nombre, y si no, que se lo pregunten a su colega Lasañamán, que realmente se llama Manolo, y es muy gordo, pero hace que cualquier golpe que le lancen rebote sin causarle el menor daño.

Texto: Frantz Ferentz, 2023
Ilustración: Laura Frías Viana

lunes, 22 de mayo de 2023

CUÉNTAME UN CUENTO

 

━ Mamá, cuéntame un cuento.

Ese era siempre el primer intento de Moue. Como normalmente no funcionaba, iba al segundo:

━ Papá, cuéntame un cuento.

Pero era inútil, ni el padre ni la madre querían contarle cuentos a Moue por la noche.

━ ¿No eres demasiado mayor para querer un cuento todas las noches? ━ preguntaban indiferentes el padre o la madre, porque ninguno de los dos estaba dispuesto a perder quince minutos contando cuentos.

━ Pero es que tengo miedo. Si no me contáis una historia y esperáis a que me duerma, no haré nada más que pensar en el monstruo de las pesadillas que vive debajo de mi cama.

Siempre era la misma canción. Moue siempre lloriqueaba en la habitación hasta que se dormía.

Los padres de Moue escuchaban todo, pero no hacían nada, seguían viendo la tele acurrucados en el sofá. No estaban muy interesados ​​por aquel vástago que tenían. Podía llorar hasta aburrirse. Bueno, que se pusiese unos auriculares y escuchase historias grabadas.

Pero todo cambió de repente, una noche, cuando, en lugar de sollozos, los padres de Moue comenzaron a oír risas. ¿Qué estaba pasando?

Como Moue no les importaba, no fueron a averiguar de qué se reía, pero al ver que la risa se repetía todas las noches hasta que Moue se dormía, empezaron a tener curiosidad.

Aunque los llantos de Moue no los molestaban, las risas, por alguna extraña razón, sí. Así, finalmente una noche los padres ya no pudieron resistir la curiosidad. No era normal que alguien tan melindroso dejara de llorar y empezara a reír todas las noches antes de dormir.

Y cuál fue su sorpresa cuando, al abrir la puerta, encontraron a Moue en la cama y al lado, una criatura peluda, muy peluda, con un libro en el regazo, leyendo el cuento en voz alta, mientras Moue reía muy feliz.

En cuanto entraron los padres, el monstruo dejó de leer y saltó debajo de la cama. Moue miró a los padres con aire disgustado y dijo:

━ Y ahora, ¿venís a contarme una historia?

━ ¿Qué era esa cosa? ━ preguntó el padre.

━ Es el monstruo de las pesadillas, el monstruo de debajo de la cama. Nos hemos hecho muy buenos amigos. Un día se subió aquí porque dijo que no soportaba oírme llorar. Y desde entonces, viene todas las noches a contarme un cuento...


© Frantz Ferentz, 2023

lunes, 30 de enero de 2023

EL DEDAL MÁGICO

 


Lo único que heredé de mi padre fue un juego de sastre.

Había vivido toda su vida cosiendo ropa para los habitantes del pueblo, ganando lo justo para mantener a la familia, a mi madre ya mí, pero mi madre también había fallecido, así que yo estaba solo en el mundo. Por tanto, no me dejó casi nada, ni siquiera la sastrería, porque había deudas que pagar después de su fallecimiento.

Y fue entonces cuando encontré un pequeño hatillo en el que cabían todas las pertenencias de mi padre. Sin mucho interés, lo abrí y vacié su contenido sobre la mesa para ver si había algo que pudiera vender y ganar algo de dinero con eso.

No había gran cosa: dos juegos de agujas de varios tamaños, tres pares de tijeras también de varios tamaños, muchos carretes de hilo y... un dedal. Enseguida me fijé en que era un objeto muy hermoso, tenía diseños dorados. Tal vez era lo único por lo que me darían dinero si lo vendía.

Sin embargo, no llegué a vender nada, porque el burgomaestre se me acercó y me dijo con toda seriedad:

–– Querido Lucador ––se me había olvidado decir que ese es mi nombre––. después de la triste muerte de tu padre, nos quedamos sin sastre en el pueblo. Desde este momento, la alcaldía pondrá a tu disposición un taller donde podrás atender a los vecinos.

Era una muy buena propuesta. Estaba sin trabajo, no tenía dónde caerme muerto e incluso mi casa estaba en ruinas ("casa" era un término generoso para definir dónde vivía). El taller sin duda tendría un pequeño cuarto donde podría vivir y eso solucionaría mi problema de vivienda.

Pero, por otro lado, yo no sabía coser. Nunca había usado una aguja y enhebrarla era bastante complejo para mí. Mi verdadera vocación era la de músico, pero, como ya he dicho, mi padre no tenía dinero suficiente para comprarme siquiera una flauta, así que desarrollé un talento especial para la percusión. Con mis dedos golpeando una superficie de madera, por ejemplo una mesa, podía armar un pequeño concierto y solo con mis dedos, como una mini-orquesta.

Como no tenía intención de dormir en la calle, ni bajo un puente, acepté la propuesta del burgomaestre. Pensé que ya improvisaría. En fin...


& & &


Mis vecinos no se fiaban de mí. En los primeros días, nadie pasó por la sastrería, así que me pasaba todo el día allí mirando las paredes y acomodando mis reliquias en un estante.

Me aburría intensamente. Por tanto, decidí practicar mi afición. Tuve una idea. El dedal sonaría muy bien sobre la madera de la mesa, podría crear una nota especial gracias al toque del metal sobre la madera.

Así, comencé a tocar una composición mía sobre la mesa. Sonaba genial. Pero de repente, alguien entró. Era una baronesa que me traía un vestido de terciopelo que necesitaba algunos arreglos, porque la señora había engordado y ahora había que ensancharle el vestido.

Lo dejé sobre la mesa de malas maneras y con amenazas:

–– Quiero este vestido arreglado para mañana. De lo contrario, haré que mis caballos te pisoteen hasta cansarse.

No fui capaz de replicarle. Hasta ahí había llegado. Ya me tocaba irme del pueblo y empezar una nueva vida desde cero en algún otro lugar, muy, muy lejano, donde, quizá, les gustasen los músicos.

Pero la melodía que había comenzado a componer latía en mi cabeza. Antes de irme, quería terminar esa pieza. Sonó genial gracias al dedal. Entonces comencé a golpear la mesa con mis dedos.

Y toqué.

Y qué sorpresa me llevé...


& & &


En cuanto empecé a golpear la madera con el dedal, las agujas comenzaron a moverse solas, a flotar en el aire, a enhebrarse solas. Además, las tijeras también comenzaron a moverse por sí solas y, en cuestión de segundos, unas manos invisibles comenzaron a arreglar el vestido de la baronesa.

Me detuve todo alucinado.

La mano invisible también se detuvo.

Volví a dar golpecitos en la mesa con los dedos, dedal incluido, y se reanudó el trabajo, con las tijeras cortando con absoluta precisión y las agujas cerrando.

Entendí que mientras golpeara la mesa con mis dedos, habría magia. No sabía cómo explicarlo, era un completo y absoluto misterio, pero entendí que el dedal era mágica. Para comprobarlo, me quité el dedal y seguí golpeando con mis dedos desnudos sobre la mesa, pero al instante las agujas y las tijeras se detuvieron.

Nuevamente me coloqué el dedal en el dedo y proseguí con mi interpretación. Entonces se restauró la magia y el arreglo del vestido lo hizo una mano invisible que yo no podía ver.

Era un ritmo que me sonaba interesante: TOC, TOC, TOC-TOC-TOC, TOOOC,

El vestido estuvo listo en media hora, pues, además, golpeé rápido con los dedos, aquella pieza mía era muy rápida, por lo que la restauración del vestido de terciopelo de la baronesa fue toda rápida.

Al día siguiente, la baronesa vino a mi taller esperando que le sirviera de alfombra a sus caballos, pero se llevó la sorpresa de su vida al encontrar que su vestido le quedaba como un guante.

Me pagó bien, estaba tan emocionada con el vestido que se corrió la voz de que yo era mucho mejor que mi padre como sastre. En ese momento, mi negocio fue invadido por gente del pueblo que quería que les arreglara ropa o se la hiciera nueva.

Visto así, hasta podría parecer que todo iba a la perfección y que esta historia acabaría aquí, conmigo rico.

Pero no fue así.

Alguien descubrió mi secreto.


& & &


Cometí un descuido imperdonable. No puse cortinas en las ventanas. Durante el día no se podía ver el interior desde fuera, pero como también tenía que trabajar de noche, desde fuera se podía ver claramente el interior, que estaba todo iluminado con velas.

Fue así como un par de ojos indiscretos, tras varios días de espionaje, descubrieron el secreto del dedal.

Entonces, una mañana, cuando fui a reemprender mi tarea, no encontré mi dedal por ningún lado. Pronto descubrí que el cristal de la ventana estaba hecho añicos. No tuve que tirar del hilo, enseguida me di cuenta de que me habían robado. Solo eso. Entonces recordé que había visto algunas sombras por detrás de la ventana algunas noches, pero no le había dado la menor importancia.

Caí en la desesperación. Sin el dedal, no podría continuar con mi trabajo. Y sin trabajo, me echarían del taller. Y sin taller, acabaría en la calle como un sintecho, mendigando.

Pero no me iba a rendir. Salí disparado a la calle. Quería encontrar al ladrón de mi dedal mágico. Para ello, usé la cabeza.

Si alguien había descubierto que mi dedal era mágico, o se la había vendido a otro sastre o era él mismo un sastre.

Solo había otra sastrería en el pueblo. Y encima acababa de abrir. Fui allí, pero traté de disfrazarme para no ser reconocido.

En el taller me topé con un sastre malencarado que rasgaba telas como un poseso. A ese ritmo, iba a dejar su suministro de tela cortado en pedazos inutilizables en cuestión de minutos. Lo observé un rato, para ver si cosía, pero en realidad solo cortaba y cortaba. Creo que si seguía a ese ritmo deshilachando los grandes rollos de tela, terminaría haciendo toneladas de confeti. Quizá era lo que quería.

No parecía tener mi dedal. En ese momento, pensé que tal vez, si lograba engañar nuevamente al ladrón, él mismo me llevaría a su cliente.

Tenía una idea y la iba a poner en práctica.


& & &


Fui a visitar a uno de los orfebres del pueblo. Por suerte, tengo una memoria muy precisa para ciertas cosas. Sabía de memoria el diseño exterior de la alferga, así como su peso específico, pues como músico necesitaba ejecutar los movimientos del dedo con absoluta precisión, de lo contrario no podría lograr el ritmo exacto.

Dibujé en un papel la superficie del dedal y le indiqué al orfebre cómo tenía que ser, qué partes tendría de hierro y de oro.

El orfebre resultó ser un profesional. Hizo una réplica perfecta de mi dedal, pero no era mágico.

Fingí trabajar esa misma noche y hasta golpeé la mesa con los dedos, pero no con ritmo, porque no pretendía componer nada, simplemente hacía ruidos para llamar la atención del ladrón.

Me llegó en una sola noche. Ya había notado que alguien me observaba desde el otro lado de la ventana, muy atento a mis movimientos. Para que la farsa fuera completa, había dejado a la vista unos retales que parecían coserse, lo que conseguí moviéndolos con los pies gracias a unos hilos finos que no se veían desde la ventana.

Luego fingí que me caía de sueño y me acostaba.

Minutos después, se rompió el vidrio de una ventana nuevamente y unos pasos casi imperceptibles ingresaron a mi taller.

El ratón ya había caído en la trampa.


& & &


La trampa era que el dedal estaba pegado a la mesa con cola de zapatero, pero el agujero y la pared del objeto también estaban llenos de cola, de modo que en cuanto el ladrón agarró el dedal, se le pegó a los dedos.

Era una cola muy buena y muy cara, pero había valido la pena. Acudí a los bufidos que salían de la boca del intruso mientras intentaba liberarse, pero no podía.

Con una vela vi, por fin, el rostro de la persona que me había robado el dedal la noche anterior. Era una figura pequeña, quizás un adolescente, con capucha.

–– De ahí no te mueves hasta que me digas qué hiciste con el dedal que me robaste ayer.

El ladrón se detuvo al oír mi voz. Levantó la cabeza y me miró. En ese momento me di cuenta de que era una mujer. Ella era, después de todo, una ladrona.

–– ¡Habla! ––le exigí.

Dejó de intentar liberarse de mi trampa.

–– Lo robé para un extranjero que me lo había pedido. Me dijo que era un dedal mágico, que te había visto manipularlo para invocar una fuerza mágica.

–– ¿Y dónde está ese extranjero?

–– ¿Y yo qué sé? En cuanto le di el dedal, se piró.

–– ¿Y qué pretendías hacer con estos otros residuos?

–– Por ahora, robártelo. Ya encontraría a alguien que me lo comprase.

–– ¿Cómo te llamas? ––le pregunté.

Ella no se esperaba eso. Dudó unos segundos y luego dijo:

–– Ania.

–– Muy bien, Ania, quiero que sepas que ese dedal que me robaste era una herencia de mi padre, pero que el que ahora intentas llevarte es una réplica. No hay nada mágico en ello.

–– No te creo –– se atrevió a decir.

–– Te lo demostraré.

Fui a un cajón y saqué un frasquito de disolvente muy potente.

–– Esto te escocerá, pero no es mi culpa –– le advertí.

Apliqué el disolvente entre los dedos y el dedal. Se quejó de dolor, porque el disolvente era básicamente ácido. Le di un trapo para secarse los dedos.

–– Y ahora, mira.


& & &


Empecé a golpear con los dedos la mesa ya con el dedal en el índice. También había colocado al lado unas telas y los útiles de sastrería, que son básicamente hilos, agujas y tijeras.

Quería demostrarle que, aunque golpeara una de mis melodías sobre la mesa, allí no iba a pasar nada. No habría magia, porque la réplica desperdiciada no era mágica.

Toqué una de mis piezas favoritas. Y en cuanto empecé a percutir, los instrumentos empezaron a moverse solos, a rasgar la tela, a coserla y a formar unos pantalones.

La ladrona no daba crédito.

Pero yo tampoco.


& & &


Entonces, seguro que te preguntas, querido lector, cómo era posible. ¿El segundo dedal también era mágico?

No, no lo era.

¿Y qué desencadenó la magia si no el dedal?

Era el ritmo. Pero no entiendo de hechizos ni de cosas parejas, solo sé que cuando interpretaba mis piezas, una fuerza mágica acudía a mí y hacía mi trabajo, percibía lo que yo tenía en mente.

Fue Ania quien se dio cuenta de todo

–– No es el dedal, eres tú.

–– ¿Quieres decir que soy un mago?

–– No, pero tu percusión atrae la magia ––me explicó.


& & &


Tras ese descubrimiento, dejé el oficio de sastre, que en realidad no era mi vocación, y monté una orquesta fantasma, junto con Ania.

Ella, gracias a la destreza de sus dedos, toca el arpa, mientras yo compongo desde la percusión.

Nos va muy bien, nos ganamos mucho mejor la vida que con la sastrería. Finalmente me gano la vida de la forma que me gusta a mí.

¿Y la magia?, me querrás preguntar.

La magia toca al resto de la orquesta: violines, piano, trompetas, saxofones y todo lo demás, siempre según lo que me viene a la cabeza y lo transmito con percusión sobre una mesa con mi dedal, que por cierto ya me lo han robado un par de veces, pero siempre tengo varios de sobra. Por ello, es recomendable hacerse amigo de un buen orfebre y tenerlo siempre a mano.


© Frantz Ferentz, 2023

domingo, 15 de enero de 2023

LA MARQUESA FANTASMA


Probablemente muchas veces hayan escuchado ese dicho que dice “nada es lo que parece”. En este caso efectivamente es así. Aquello no era lo que parecía. Al principio, había un fantasma. Eso si era cierto. Pero decían que ella solo vivía en esa mansión para asustar a la gente, que tenía muy mal carácter. Eso ya no era cierto. Se trataba de otra cosa, algo que afectaba al propio fantasma, pero para llegar a eso, primero tenemos que entender muchas otras cosas.

Empecemos por el principio.


֍ ֍ ֍


La mansión de Ovoz estaba bien a las afueras del pueblo de Villarroz. Se veía desde el pueblo, pero la gente no solía pasar por allí. Todos sabían que era una mansión encantada. Contaba la leyenda que doña Gema d'Ovoz había muerto en extrañas circunstancias en aquella mansión, siendo aún una mujer joven, a manos de su progenitor, el marqués don Clarindo d'Ovoz.

Parece ser que se negó a casarse con el hombre propuesto por su padre, no lo amaba y nunca lo amaría. El padre castigó a la hija, pero se le fue la mano y la mató arrojándola desde la torre principal al patio de la casa. Una tragedia

El padre, consciente de lo que había hecho, enloqueció y se tiró del puente al río. Su cuerpo fue arrastrado por la corriente, muy, muy lejos, tanto que ni siquiera se recuperó. Fue comida para peces. Pero como era un espíritu maldito, su carne también fue maldita, de ahí surgió una nueva especie de pez, que recibió el nombre de marquesito. Nadie se come su carne. La consideran tóxica.

Desde entonces, la mansión permaneció trancada y nadie se acercó por allí, pues aseguraban que se podía escuchar al espíritu de la marquesa Gema d'Ovoz gritando, llorando y hasta maldiciendo.


֍ ֍ ֍


Tuvieron que pasar muchos años, incluso siglos, hasta que la mansión, que de milagro no se había derrumbado, fue adquirida por una excéntrica millonaria llamada Lulú Dolarina.

Sucedió que pasó por Villarroz (su coche tenía una rueda pinchada) y ya que estaba allí se fijó en la casa en lo alto del pueblo. Apenas se apeó, supo de la leyenda de la joven marquesa Gema d'Ovoz. Como era una mujer emprendedora, subió a la mansión. E incluso se quedó una noche en ella, a dormir.

Nadie en el pueblo le había mentido, porque después de la medianoche, comenzó a escuchar ruidos y poco a poco una presencia fantasmal recorría la mansión haciendo también ruidos fantasmales. El fantasma parecía inofensivo, pero en la cabeza de Lulú se formó un gran plan. Convertiría la mansión en un hotel rural. Pero no sería un hotel rural cualquiera. Sería un hotel rural con fantasma.

Así, compró el hotel por cuatro pesos a la alcaldía, con la promesa de atraer turistas allí. La idea le encantó al alcalde, como no podía ser de otra manera, sobre todo porque recibió una suculenta comisión de Lulú.


֍ ֍ ֍


Lulú era una magnífica empresaria y tenía contactos hasta en el infierno. Por tanto, enseguida hubo una lista completa de personas de la ciudad que querían hospedarse en el hotel encantado. Y es que los urbanitas siempre buscaban nuevas experiencias, que los alejaran de su rutina sobre el asfalto, de tal forma que pasar la noche en una mansión encantada, con fantasma incluido, era una novedad por la que estaban dispuestos a pagar una fortuna.

Así las cosas, las pernoctaciones fueron todo un éxito. Los huéspedes se iban muy satisfechos después de pasar una o dos noches en la mansión Ovoz, luego rebautizada como hotel rural Ovoz (era importante mantener el nombre original para dar una imagen tradicional del negocio). E incluso retrataron al fantasma de Gema d'Ovoz, que rondaba la casa por la noche intentando asustar a los invitados. En las fotos, su espectro flotaba en el aire.

Gema probó nuevos sonidos para asustar, e incluso logró arrastrar cadenas para hacer que el sonido fuera aún más aterrador, pero todo fue en vano. Todo lo que hacía parecía complacer cada vez más a los clientes del hotel. Tanto fue así, que la pobre Gema se rindió.

Se limitó a rondar por la casa llorando, pero su llanto no sonaba a llanto, sonaba a… no se sabía a qué, pero sin duda era aterrador. Y cantaba.

Cantaba canciones muy tristes, de dar pena, pero que también daban miedo. Pero eso era lo que tanto atraía a los huéspedes del hotel: el miedo. Y podría haber sido así durante muchos siglos.

Hasta que, por fin, llegué yo.


֍ ֍ ֍


¿Que quién soy? Me presento, mi nombre es Orso Botello.

Cuando ocurrieron los hechos que aquí voy a narrar, yo era un importador-exportador de perros cerberos, esos de tres cabezas que se usan para cuidar las propiedades, también conocidos como cancerberos. Todos son descendientes del famoso perro que custodiaba las puertas del Hades y que fue derrotado por Hércules. Son muy raros, por lo que la gente paga cantidades astronómicas por ellos, porque también son ideales para proteger las viviendas. Como decía, andaba dando vueltas por esa comarca en busca de una camada de cancerberos que había nacido no hacía mucho para comprarla. Así fue como supe de la existencia del hotel.

De todos modos, tenía que quedarme en algún lugar, así que pregunté en la mansión Ovoz si tenían una habitación libre. Normalmente me habrían dicho que tenían reservas hasta con cinco años de antelación, pero tuve mucha suerte que una pareja que iba a pasar dos noches atropelló a una familia de hombres lobo en la carretera y estaban teniendo problemas con la policía, porque son una especie protegida en esa zona

Gracias a eso, conseguí una habitación. Y así conocí a Gema d'Ovoz.

La marquesa fantasma.


֍ ֍ ֍


La primera noche que la escuché, me di cuenta de que aquel extraño sonido que oía era un llanto. Salí al pasillo. Los demás invitados ya estaban allí ansiosos por hacerle fotos. Creo que incluso logré ver una lágrima en su mejilla. Era tan triste.

Quizás fue gracias a mi trabajo que me hace tratar con extrañas criaturas que soy capaz de ver cosas extraordinarias que el resto de la gente no ve. 

Así pues, aprecié perfectamente el rostro de Gema d'Ovoz. Era triste, inmensamente triste, pero era una mujer hermosa, aunque no tuviera piel como tal, pero el espectro mostraba su rostro original.

Entonces, me enamoré de ella. Sí, mi corazón latía como un tambor. Nunca en mi vida había conocido a una mujer así entre los vivos. Por eso, decidí quedarme mucho más tiempo en el hotel, para estar a su lado, para ganarme su confianza. Pero para eso, tenía que conseguir habitaciones libres en el hotel.


֍ ֍ ֍


No me resultó demasiado difícil. Solo tenía que pagar a las familias de hombres lobo de la zona para fingir accidentes con los coches de los turistas que llegaban a la mansión Ovoz. Pero eso solo funcionaba para las noches de luna llena.

Durante el resto de las noches usé hombres-osos, hombres-gansos y hombres-golosina para que saltasen encima de los autos de los invitados y fingir así accidentes. Gracias a esos trucos, gané un mes entero de noches en la mansión Ovoz.

De esta forma, tuve tiempo de sobra para conocer las costumbres de la marquesa fantasma. Y finalmente se fijó en mí, porque me veía todas las noches y terminó recordando mi cara. Así, una noche me paré en medio del pasillo por el que ella solía flotar y le dije con mi mejor voz:

"Hola, soy Orso Botello, importador y exportador de cancerberos. A vuestros pies, marquesa de Ovoz.

Ella no se esperaba eso. Se quedó boquiabierta. Dejó de llorar. Y, por un momento, incluso vi un ligero brillo en sus ojos.


֍ ֍ ֍


No quiero aburrirlos con mi historia con Gema d'Ovoz. Además, es parte de nuestra intimidad. Pero diré que durante ese mes nos enamoramos. Bueno, yo ya lo estaba, pero ella también se enamoró de mí, aunque estaba muerta.

Según me explicó, esa casa era su maldición. Estaría atrapada en este plano mientras existiera la casa, porque no podría pasar al otro plano, donde están los muertos. La mansión cumplía para ella el papel de prisión, pues tampoco podía salir de entre aquellas paredes, pues una fuerza imposible se lo impedía. Pero ahora ella era feliz. Por fin sus días grises parecían cambiar.

“Si destruyes la mansión”, me dijo un día poco antes del fin de aquel mes, “puedo ser libre”.

Pero ella vio la tristeza en mis ojos. Entendió que yo estaría solo para siempre. Sabía que nunca encontraría una mujer como ella. Nunca. Pero estaba dispuesto a hacer ese sacrificio.

"El problema es que para demoler esta mansión, primero tendría que comprarla", le dije. "Y no tengo tanto dinero".

Pero mi amada tenía un plan.


֍ ֍ ֍


Lo primero que hizo fue dejar de ser vista por la casa. El comentario que se extendió entre los huéspedes fue que el fantasma se había ido. Nadie sabía dónde, pero estaba claro que no había más encantamiento en la mansión. Eso hizo caer el negocio en picado. Al cabo de una semana, nadie se alojaba en el hotel rural.

Lo segundo fue que Gema me confesó algo:

"Mi padre enterró un cofre con monedas de oro debajo de un pino no lejos de la mansión".

Fui a buscar el cofre. Allí estaba.


֍ ֍ ֍


Compré el hotel por poco dinero. Lulú entendió rápidamente que no iba a sacarle más beneficio y, antes de dejarlo acabar en ruinas, vio que nadie le iba a hacer una oferta como la mía. Gema y yo fuimos felices, pero al mismo tiempo nuestros corazones lloraban. Iba a perder a la única mujer de la que había estado enamorado. Y ella iba a perder al único hombre al que había amado de verdad y del que también se había enamorado.

"Nos volveremos a encontrar cuando muera", le dije con las grúas en la puerta listas para derribar la mansión.

No sé cómo fue posible en un fantasma, pero las lágrimas brotaron de los ojos de Gema. Lloró, sí, tal vez aprovechando el rocío de la mañana para condensarlo y luego dejarlo salir. Ni siquiera tenía el consuelo de abrazarla, porque ella no tenía cuerpo. De repente ella dijo:

"¿Sabes? Si me quedo aquí cincuenta o sesenta años más, no me importa. Estaría contigo, estaríamos juntos".

No podía creer lo que escuchaba.

"Solo deja escrito en tu testamento que, si mueres, esta mansión sea demolida. De esa manera, partiremos juntos para el otro lado…”


֍ ֍ ֍


Acabo de ordenar que se derribe la mansión Ovoz.

Y no, no me estoy muriendo. Es solo que no puedo divorciarme de un fantasma. No la soporto más, es el ser más caprichoso y tiránico que he conocido. Ella siempre tiene que tener razón, nunca se equivoca. Que su padre la aguante en el más allá. Yo, de momento, recojo a mis cancerberos y me voy de Villarroz para siempre. 

¿En qué momento me enamoré de una fantasma?

¿En qué momento...?

© Frantz Ferentz, 2023


jueves, 6 de octubre de 2022

EL GATO AZUL

Un buen día, por Barrio del Este, se empezó a ver un gato azul. Era algo muy extraño, porque los gatos pueden ser de muchos colores, principalmente blancos, negros, grises y atigrados, en cuyo caso pueden ser grises con vetas blancas o anaranjados con vetas blancas; hay hasta pintos, blancos con manchas negras (o tal vez negros con manchas blancas). 

De todos modos, aquel gato que empezó a verse por Barrio del Este era claramente azul, azul brillante, para ser más precisos. 

Como ese era un barrio muy tranquilo, donde no pasaba casi nada, donde todos se conocían, aunque solo fuera de vista, era muy extraño que de repente apareciera un animal así, un gato azul. 

Si hubiera sido un gato ordinario, probablemente nadie lo habría notado, pero ese gato era azul. ¿Dónde salían los gatos azules? 

Para los vecinos, la cuestión del gato azul se convirtió en el tema principal de sus conversaciones. Lanzaron muchas hipótesis, algunos sostenían que quizá se trataba de un gato extraterrestre. Había quien creía que era un gato que pasaba por la peluquería y, por tanto, seguía las modas, pero en realidad solo había una peluquería en ese barrio donde apenas alisaban, lavaban y cortaban el pelo, en realidad, con no muy buenos resultados. 

Sin embargo, además de las hipótesis sobre la naturaleza del gato, la gente empezó a hablar de quién era su dueño. Así que, hablando entre ellos, pronto se enteraron de que, en efecto, había llegado un nuevo vecino al barrio. Se trataba de una mujer que vivía sola en una casa individual, rodeada de un jardín, en la calle del Fresno. 

Algunos vecinos observaron que el gato entraba y salía de la casita en cuestión, razón de más para especular que aquel era el hogar del gato y, por tanto, necesariamente tenía que pertenecer a la mujer que allí vivía. 

Hay que entender que, como el barrio era tan, tan tranquilo, cualquier recién llegado, cualquier novedad, llamaría la atención de sus habitantes. 

Hay que confesar que estaban muy molestos, la pobre gente, por lo que el hallazgo de un gato azul que rondaba por el barrio y que pertenecía a un recién llegado se convirtió en el tema de conversación de sus habitantes. 

Y así, se formó una comisión ciudadana encargada de la investigación. Todos querían saber por qué el gato era azul y quién era su dueño. Lo cierto es que muchos de ellos tenían miedo del gato azul. 

No es que el animal fuera peligroso o amenazara a alguien, pero un gato azul es una cosa rara y lo raro a menudo da miedo. El comité de vecinos estaba integrado por su líder, Juan Carapán, y otros dos vecinos que tuvieron el coraje de acompañarlo: Serafín Martín y Toño Retoño. Si el Barrio del Este llegara a convertirse en ciudad, seguramente los tres serían las máximas autoridades, con Juan Carapán como alcalde. 

Entonces la comisión organizó una serie de vigilancias. Los vecinos, por turnos, se ocuparon de la vigilancia de la casa del recién llegado en la calle del Fresno. 

Durante una semana, sin descanso, los vecinos espiaron al nuevo vecino. Siempre desde fuera, claro, porque era imposible ver lo que pasaba dentro de la casa. De hecho, todas las ventanas estaban cubiertas con cortinas que impedían ver lo que sucedía en el interior. 

Los vecinos instalaron cuatro puntos de observación. Uno frente a la puerta principal y el resto en las calles laterales, en la calle de los Claveles y la calle de los Muñecos Tristes. El cuarto punto estaba en la casa que estaba al fondo de la casa vigilada desde una ventana estratégicamente ubicada, desde la cual espiaban los propios vecinos. 

A la gente le resultó divertido espiar. Como nunca pasaba nada en aquel vecindario, el hecho de que tuvieran algo diferente que hacer fue realmente útil. 

Los vecinos involucrados en la actividad se lo tomaron muy, pero que muy en serio. Y hasta escribieron informes de lo que veían, que fue muy poco, porque, como dije, las cortinas de la casa no permitían ver nada desde afuera.Las únicas manifestaciones extrañas fueron destellos que salían desde el interior. 

No ocurrían en momentos específicos, sino al azar, al improviso. Al final de la primera semana, todos los espías entregaron sus informes a la junta de vecinos. 

Juan Carapán comenzó a leer lo que allí se decía. Allí los reportajes eran un verdadero caos, cada uno decía una bobada diferente. Algunas de las hipótesis que allí se recogieron decían: 

  1. El edificio estaba ocupado por una fabricante ilegal de armas micronucleares a pequeña escala, que probaba en casa. El gato era su vehículo para transportar las microbombas al exterior. Se suponía que el color azul pasaría desapercibido para los radares. 

  1. La residente de la casa vigilada era un extraterrestre infiltrado. No se sabía si sus intenciones eran pacíficas o, por el contrario, estaba reuniendo información para permitir una invasión de nuestro planeta. El gato sería un robot que usaría para recopilar información y espiar. 

  2. Era una loca que no salía a la calle y le gustaba hacer explotar productos que tenía en casa. En ese informe no se lanzaba ninguna hipótesis sobre la naturaleza del gato,

Todas las hipótesis tenían cierta lógica, pero la comisión no pudo decidir cuál era la más plausible. Era evidente que la mera observación de aquella vecina no bastaba para descubrir el misterio del gato azul del que, sin duda, era la dueña. 

Sin embargo, sucedió algo que aceleró la toma de decisiones. Fue algo inesperado, que uno de los vecinos notó en una noche de luna llena: el gato dejó de ser azul y se volvió verde. ¿Un gato verde? ¿Como así? ¿Dónde se había visto un gato verde? 

Si un gato azul ya era una cosa rara, mucho más lo era un gato verde. 

Las sospechas de que el gato era un extraterrestre ganaron fuerza, quizás por el estereotipo de que los extraterrestres son verdes, al igual que sus gatos. 

Allí Juan Carapán impuso su autoridad en Barrio del Este —que esperaban que en el futuro fuera una ciudad independiente, como ya he dicho— y habló a sus vecinos en asamblea secreta. 

Hay que decir que la asamblea fue secreta porque la celebraron en su garaje con la puerta cerrada, pero todas las voces se escuchaban desde fuera; sin embargo, para ellos era muy conmovedor pensar que estaban haciendo algo de incógnito en ese barrio donde nunca pasaba nada, pero que algún día se convertiría en ciudad. De hecho, todos los vecinos estaban amontonados como una lata de sardinas: era hora de ir a hablar con el extraño vecino. 

Los vecinos elogiaron el valor de Juan Carapán. 

Era una pena que Barrio del Este no fuera un municipio, pensaban todos, porque ese hombre ciertamente merecía ser alcalde, o incluso gobernador, o incluso presidente del gobierno. 

Qué coraje, qué capacidad de liderazgo tenía. No era de extrañar que fuera admirado por todos en el barrio. Sin embargo, justo antes de que la comisión fuera a visitar al vecino dueño del gato azul, bueno ahora verde, sucedió algo más, algo realmente sorprendente. 

Uno de los vecinos que estaba espiando dijo que había visto una escoba salir volando por una de las ventanas de la casa. 

— ¿Una escoba voladora? —preguntaron los vecinos que escucharon la declaración. 

— Era una escoba voladora —confirmó el vecino. 

— ¿Y lograste tomarle una foto?

— Bueno, con el celular —dijo el vecino. 

— A ver. 

Y mostró la foto que había tomado con su celular, pero no se veía mucho, porque era de noche y solo se veía una mancha oscura, que podía ser desde un pequeño elefante flotando hasta un trozo extra grande de tostadas que salieron disparadas por la ventana. 

— No hay duda de que esta mujer es una bruja —concluyó Juan Carapán, destacando su autoridad en el barrio—. Es hora de ir a hacerle una visita a esta mujer. Quizás sea una amenaza para los vecinos de Barrio del Este. 

Todos apoyaron aquellas palabras que consideraron sabias, pero nadie conocía las intenciones de Juan Carapán. Sin embargo, ya había tomado la decisión de ir a la casa de la supuesta bruja para averiguar qué había allí. Sus dos inseparables compañeros, Serafín Martín y Toño Retoño, se aferraron a él como si fueran su sombra y se dirigieron a aquella casa de la calle del Fresno. 

Juan Carapán iba a llamar a la puerta, pero no hizo falta, porque la puerta se abrió sola y hasta crujió. Los tres tenían miedo, pero nadie decía nada, no reconocerían sus miedos. Entraron. El interior estaba a oscuras. Llegaron a un salón donde solo se podían ver siluetas, pues las formas eran irreconocibles. 

De repente, una voz de no sabía dónde los saludó: 

— ¡Buenos días, señores! Gracias por su visita. 

Miraron por todas partes, pero no pudieron ver de dónde venía la voz de esa mujer. Poco a poco, los ojos de los hombres se acostumbraron a la oscuridad. Por lo tanto, pudieron ver que la habitación en la que se encontraban estaba rodeada de lienzos. 

Todos los lienzos estaban llenos de manchas. En el centro estaba hirviendo un caldero en una estufa eléctrica. Y, al lado del caldero, una mujer con todo el cabello revuelto los miraba con una gran sonrisa. 

— ¿Has venido a comprar alguno de mis cuadros? —preguntó la mujer.

Los tres hombres permanecieron inmóviles en el umbral, contemplando el impresionante panorama que se abría ante ellos. Tampoco fueron capaces de pronunciar una palabra. 

— Perdón por mis malos modales. Me llamo Juana y soy pintora 

— ¿Pintora? —Juan Carapán alcanzó a pronunciar una sola palabra. 

— Sí, soy pintora de arte abstracto. Por eso mis cuadros no tienen ninguna forma. Se ven imágenes variadas, con colores mezclados. Fabrico los colores aquí en mi caldero, porque quiero hacer yo todo el proceso. 

— ¿Y por casualidad no tendrá un gato azul... o uno verde?

Ahí Juana se rió, se echó a reír. 

— Sí. ¿Por qué lo pregunta? 

— Porque se lo ha visto por el barrio y los vecinos se preguntaban cómo es que había un gato azul... o verde por ahí suelto. 

— Hay una explicación muy simple. A mi gato le gusta jugar y a veces se cae en uno de mis calderos. Entonces se le tiñe la piel. Ayer se cayó en el caldero de pintura verde que estaba preparando y por eso se quedó de ese color. 

Esa explicación tenía mucha lógica. Juan Carapán no quiso investigar más, porque, dicho sea de paso, no le gustaba la casa. Sería pintora, sí, pero aquella mujer daba miedo. 

Estaba a punto de hacer un gesto a sus compañeros del comité para que se fueran, cuando Serafín Martín preguntó: 

— ¿No salió usted volando anoche en una escoba? 

Durante unos segundos hubo un silencio que les permitió escuchar claramente el “blub-blub” de las burbujas en el líquido hirviendo en el caldero, pero enseguida Juana dijo: 

—¿Una escoba? Pero, ¿cómo iba a salir volando una escoba de esta casa? Lo que probablemente alguien vio fue un lienzo que tiré al aire porque no me gustaba y la silueta quizás parecía una escoba voladora. ¿Significa eso que los vecinos de este barrio me espían? 

— No, no, no —mintieron al alimón los tres miembros del comité—. Bueno, y ya que están aquí, me imagino que no se irán sin comprarme algunos de mis cuadros. 

Los tres hombres se metieron las manos en los bolsillos y buscaron todo el dinero que llevaban encima. 

Afortunadamente pudieron comprar dos cuadros pequeños, que se llevaron consigo, ya que se despidieron rápidamente desde la puerta, deseándole a la pintora muchos éxitos en su trabajo. 

Apenas se cerró la puerta de la casa, el gato, nuevamente azul, saltó al regazo de Juana, quien para entonces ya se había sentado en un sofá de cuero negro. 

— Estos mortales son cada vez más difíciles de engañar, Milo —dijo mientras le acariciaba el cuello—. Deberíamos tener más cuidado con lo que hacemos, porque nos espían. Esta vez logré encontrar una explicación de por qué creyeron ver volar una escoba de noche y por qué tu piel cambia de color. Así que tú también, amigo mío, debes tener más cuidado.

— Miau — dijo el gato con los ojos cerrados, mientras ronroneaba feliz en el regazo de su enfermera, ajeno a la importancia del color de su piel, muy atento a esas caricias que tanto le gustaba. 


© Frantz Ferentz, 2010