Se llamaba Quintín, pero eso nadie lo sabía. Había sido capturado como esclavo años atrás, cuando las tropas de Calamistán del rey Capariño III ocuparon el territorio de Pacokistán.
Los soldados de Capariño III habían hecho una horrible limpieza de personas, pero Quintín se salvó por una razón muy extraña de explicar, pero que voy a contar.
Por entonces, Quintín era un adolescente con la piel marcada por el acné. Era algo horrible. Pero eso, precisamente, fue lo que le salvó la vida. Lo llevaron a la corte como un monstruo acneico, tal vez con la idea de mostrarlo en un circo como una rareza de la naturaleza.
Casualmente, Quintín fue visto por la reina Taringa en el patio del palacio real en el mercado de esclavos. Estaba en una importante subasta. La propia reina participó en la venta de esclavos y compró aquella rareza de la naturaleza.
Y probablemente te estarás preguntando por qué. Pues era porque a Quintín, al tener la piel llena de acné, permitía a la reina tener siempre a alguien a su disposición para extraer granos, puntos negros y otras imperfecciones de acné que se acumulan en la piel de las personas.
Resulta que la reina tenía hartos a todos porque no hacía más que reventarles el acné a los cortesanos. Era su pasión, le encantaba reventar espinillas. Y por supuesto, como era la reina, nadie se atrevía a protestar. Por ello, los cortesanos comenzaron a esconderse del Taringa cada vez que escuchaban sus pasos acercarse. Incluso el rey Capariño la evitaba, hasta se escondía detrás de las cortinas.
La presencia de Quintín en la corte fue un alivio para todos, pues su acné era tan terrible que la reina no conseguía limpiar toda su piel. Se pasaba horas y horas sacando todos los puntos negros del cuerpo del esclavo y no llegaba a eliminarle ni el 40 por ciento.
Además, Quintín nunca se quejaba. De hecho, el pobre muchacho no hablaba. Parecía ser muy cortito de mente. Solo comía cuando le ponían comida delante, pero se lo comía todo, hasta el plato si no se lo quitaban antes.
Fue una época de gran calma en el reino de Calamistán, con la reina siempre ocupada extrayendo espinillas de la piel de Quintín.
Hasta ese día. Fue entonces cuando la reina Taringa descubrió que detrás de la oreja izquierda de Quintín había un llamativo punto negro, de color brillante, que seguramente contenía un chorro de materia maloliente, de esas que salen todas de una vez y alcanzan para llenar cinco dedales. Es una grasa muy asquerosa que sale por el agujero abierto. Y ese, precisamente, era uno de los momentos antiacné favoritos de la reina. En el caso de Quintín, una vez logró extraer ocho dedales de grasa. Aquel agujero era muy prometedor. Quizá entonces llegarían a los diez dedales.
— No te muevas —ordenó la reina en vano, porque Quintín siempre se dejaba hacer.
Extrajo grasa durante horas. Era un chorro interminable que seguía y seguía. La reina finalmente colocó un enorme caldero, porque diez dedales no eran suficientes para contener tanta porquería que salía de aquel agujero.
De repente, Quentín se desplomó. Cayó al suelo haciendo un ruido tremendo. La reina se quedó completamente asustada y empezó a gritar fuera de sí.
— Mi rareza de la naturaleza se ha desplomado, así, sin previo aviso —explicaba Taringa a quienes acudían a sus aposentos, entre los que se encontraba el médico de la corte, un hombre muy sabio que había aprendido su oficio primero con las gallinas y luego con los cerdos.
El médico tomó el pulso a Quintin y dijo:
— Está a punto de morirse. Casi no tiene pulso. ¿Qué ha pasado? —preguntó el médico.
La reina se lo contó todo, incluso chismes del matrimonio de su cuñada y detalles de cómo algunas nobles cortesanas visten muy mal, hasta que señaló el caldero de grasa que había extraído de la cabeza de Quintín.
— Eso no es grasa del acné —dijo el médico—. Eso es otra cosa muy diferente. ¡Le habéis sacado casi toda esa sustancia a este desgraciado! ¡Y ahora se va a morir!
Entonces la reina nuevamente se desmayó.
Cuando se recuperó, vio algo que no entendía. El médico estaba reintroduciendo aquella sustancia en la cabeza de Quentin con ayuda de un embudo. La reina se asustó:
—Doctor, ¿qué está haciendo?
— Devolverle la vida.
— ¿Qué?
— ¡¡Porque esa grasa aparente que le extrajisteis de la cabeza no era tal, era su cerebro!!
La reina no podía creerlo. ¿Cómo iba ella a extirpar casi todo el cerebro de Quintin? Pero realmente era así. Cuando el cerebro fue reintroducido en la cabeza de Quintín, el esclavo recuperó la conciencia. Incluso hizo algunos sonidos extraños, pero sin llegar a hablar.
Cuando terminó la operación de relleno de cerebro, el doctor repitió algo que había aprendido a hacer con huevos de gallina fertilizados en la granja. Cuando estaban en una etapa intermedia, los agitaba con mucha energía. Probó la misma práctica con la cabeza de Quentín. La sacudió muy fuerte durante varios minutos. Fue horrible, pero el médico sabía lo que hacía.
— Mi nombre es Quintín y no es rareza de la naturaleza —dijo el esclavo.
La reina volvió a desmayarse, mientras el médico sonreía satisfecho y se daba palmaditas en la espalda, porque nadie se las iba a dar.
¿Qué había logrado realmente el galeno? Había conseguido colocar bien los sesos de Quintín, que hasta ese momento estaban fuera de lugar. Y sucedió que entonces se convirtió en el individuo más inteligente del reino, y también conservaba todos los recuerdos de antes. Qué mal lo había tratado la reina.
— Yo me voy —anunció repentinamente Quintín a la reina.
— No puedes —le dijo a Taringa—. Un esclavo solo puede ser libre si compra su libertad o si el rey se la concede.
Quintín decidió ir a hablar con el rey, porque no tenía dinero.
— Su Majestad, vengo a pediros que me concedáis la libertad. He prestado un gran servicio al reino como proveedor de espinillas y puntos negros para mantener ocupada a vuestra esposa.
— Pero si te concedo la libertad, mi esposa volverá a atormentar a toda la corte, incluido yo mismo, para destrozarnos la piel.
— Entonces, te propongo un trato: si consigo que ella te deje en paz, tú me concedes la libertad.
—Si lo logras —dijo el rey—, serás libre.
El esclavo, gracias a su excepcional inteligencia, supo fabricar una máquina del tiempo y llegó al siglo XXI.
Así, Quintín compareció al día siguiente con unas gafas de realidad virtual de nuevo a la corte. Las activó y rápidamente empezó a ver a decenas de personas con problemas de acné. Aquello era el paraíso, la reina se pasó todo el día reventando puntos negros.
Pero las pilas, al cabo de un tiempo, se acabaron y Quintín tuvo que viajar al futuro para comprar otras nuevas. Fue en uno de aquellos desplazamientos donde la reina descubrió la máquina del tiempo de su exesclavo y también viajó ella escondida.
Y ahí sigue. Descubrió que en este siglo, en internet, la gente publica vídeos sobre cómo limpiar el acné. Ahora es ella quien limpia la piel de personas de todo el planeta mientras la filman. Tiene su propia productora de videos y se gana la vida haciendo lo que más ama en la vida. Además, nadie la echa de menos en la corte, ni siquiera el propio rey.
Mientras tanto, Quintín vive feliz en Calamistán sin que nadie le saque espinillas, y viaja despreocupado por el tiempo en su máquina. Dizque incluso se ha casado con una mujer de las cavernas y que ella no le revienta las espinas porque prefiere buscarle piojos, garrapatas y pulgas.
© Frantz Ferentz, 2025