lunes, 30 de diciembre de 2024

LA MASCOTA

 


La profe Calamita anunció a la clase:

— Chicos, el lunes es el día de las mascotas. Podéis traer cada uno la suya para mostrársela al resto de compañeros.

— ¡Viva!

— Profe, tengo un hipopótamo como mascota. ¿Puedo traerlo?

— No, Vilipendio, no puedes. Es un bicho muy grande y si traes tu hipopótamo, no entraremos al aula.

— ¿Y puedo traer a mi gato de peluche?

— Puedes, Carpeto.

— ¿Y puedo venir con mi velocirraptor imaginario?

— Puedes, Caramica, puedes.

Todos esperaban ansiosos la llegada del lunes. Todos querían mostrar a sus compañeros las mascotas que tenían en casa, todos, pero especialmente Eduina.

Eduina era una niña marginada por sus compañeros. No la dejaban participar en las actividades y se reían mucho de ella porque tenía un ojo de cada color —ese es un fenómeno llamado heterocromía que tienen muchas personas, algunas incluso son famosas, y no es ningún problema—, pero los compañeros de Eduina se reían mucho. En fin, como tantas veces sucede, la consideraban un bicho raro y siempre estaba sola, la pobre.

Pero ese día Eduina vio una oportunidad de oro para que sus compañeros descubrieran que ella también tenía sus talentos. Sí, quería presentarles a su mascota al resto de chicos.

Finalmente llegó el lunes. El primer día de clases nunca había sido tan ansiado. 

Para la ocasión, todo el grupo se trasladó al gimnasio, donde había mucho más espacio.

Carcamel trajo a su gato bola de pelo, quien tenía una pelambrera impresionante que lo hacía parecer tres veces más grande.

Eufobia llevó su pitón amarilla dentro de una urna, para que no escapara; era muy bonita y por eso hacía poses, para que la aplaudieran como a una diva.

Parolo llevó su pez volador a una pecera donde el insecto saltaba del agua, volaba un montón y luego regresaba a la pecera, porque estaba bien entrenado.

Cabalguina trajo a su cangrejito bailarín, quien se dedicó a marcar el ritmo golpeando las tenazas como un cantor flamenco.

Capriola sacó a su perro del agua dentro de una tina con ruedas, pues el animal casi nunca salía del agua.

Carloparvo trajo un gato vietnamita que estaba muy limpio y se dedicaba a barrer el suelo, cosa que también hacía en el gimnasio.

Todos los alumnos trajeron sus mascotas, hasta que solo quedaron dos.

Fue el turno de Carapapa. Ese no era su verdadero nombre, pero todos lo llamaban así, porque su cara realmente parecía una papa frita. Pero no nos equivoquemos, él era el matón de la clase. Todos lo temían. Incluso le tenían miedo las telas de araña del aula, porque las arañas las destejían cuando él se acercaba a ellas. Y claro, alguien así solo podría tener una mascota digna de él: una cucaracha. Pero no era una cucaracha cualquiera, era una cucaracha enorme, fea y maloliente, cuyos ojos eran claramente visibles e incluso parecía que se reía de todas las personas que la veían. Era realmente aterradora, tanto que todos los compañeros retrocedieron unos pasos cuando Carapapa mostró la enorme cucaracha en su mano.

Pero faltaba alguien por mostrar a su mascota. Esa era Eduina. Entró al gimnasio con una maceta y dentro había una planta.

— Eduina —advirtió la profe—, dijimos que hoy es el día de las mascotas. ¿Cómo es que te traes una planta?

— Porque esta es mi mascota —explicó la chica con tranquilidad.

La profe Calamita entendió que en ninguna parte estaba escrito —-o al menos ella no lo había mencionado— que las mascotas debían ser animales. Otra cosa es hablar de animales de compañía, pero, cuando se habla de mascotas, la palabra no especifica que sean animales, así que Eduina tenía razón y podía venir con su planta.

Pero, como era de esperar, Carapapa no dejó pasar la oportunidad para atacar a Eduina e intentó arrastrar a la clase consigo.

— Vaya, qué animal tan feroz se ha traído Eduina que no tiene ni patas, ¡¡ja,ja,ja,ja,ja!!

¡ZAS!

Fue visto y no visto. La planta de Eduina estiró una hoja, atrapó de la mano de Carapapa a la cucaracha, cerró sus dos mitades y capturó al insecto.

Cuando el Carapapa quiso reaccionar, su mascota se había quedado atrapada entre dos mitades de una hoja que iban a empezar a digerirla poco a poco. Pero tampoco se atrevió a meter los dedos allí porque las hojas terminaban en unos dientes aterradores.

— ¡Tu planta se comió mi cucaracha! —le gritó a Eduina.

— Y entonces, ¿qué esperabas? Es una planta carnívora.

Ante ese comentario, todos los estudiantes retrocedieron unos pasos. Eduina lo notó y quiso reírse. Debería haberles explicado que esas plantas se llaman carnívoras, pero que en realidad son insectívoras, aunque probablemente era mejor omitir este detalle.

Eduina levantó la maceta de la planta frente a la nariz de Carapapa y le dijo:

— ¿Quieres que te muestre todo lo que come mi planta?

El abusón, como casi todos los de su especie, era un ignorante y todavía creía que la planta podía comerle la nariz. En ese caso, ¿cómo lo llamarían los compañeros: Desnarigado?

Carapapa sintió miedo. Sí, esa chica era muy peligrosa. Su terror fue percibido por el resto de la clase. Fue como una liberación para ellos, que ya no tendrían que hacer todo lo que él quisiera por miedo.

— Se llama Sara —dijo Eduina.

— ¿Quién? —preguntó Carapapa sin parar de temblar.

— Mi planta... Mira, acaba de terminar la digestión de tu cucaracha y parece que sigue con hambre. ¿Tienes otro bicho por ahí?

Carapapa se alejó. De hecho, salió del gimnasio a llorar sin que lo vieran.

— Menos que le traje postre a Sara —comentó Eduina.

Abrió una bolsita y soltó tres moscas que se posaron en dos hojas abiertas de Sara. Y ahí se quedaron para siempre, ante la mirada atónita del resto de la clase, que ni remotamente iba a volver a reírse de aquella chica dueña de una planta comegente, o al menos eso creían ellos.


© Frantz Ferentz, 2024


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