jueves, 31 de marzo de 2011

LOS BIGOTES DE GIANNI "ATTACCAPANNI"

    El insigne Gianni Attaccapanni fue un coronel italiano de finales del siglo xix y principios del xx. Por lo visto participó en algunas guerras por África y Europa, pero en realidad no pasó a la historia por eso, sino por sus enormes bigotes.
    Sí, veréis. Tenía unos bigotes que, de punta a la punta, medían aproximadamente un metro. El coronel Attaccapanni estaba muy orgulloso de ellos. Eran unos bigotes que se extendían a partir de los labios superiores y que al llegar a la punta se curvaban hacia arriba, hasta formar un gusanillo de dos vueltas.
    Pero no os creáis que Gianni había nacido con aquellos bigotes. No, claro, no. Nació sin ellos. De niño, tenía el morrillo todo pelado, como un culito de bebé. Fue a partir de los veinte años cuando su bigote empezó a tener una presencia real extendiéndose más allá  del labio superior. Crecían lentamente aquellos bigotes sin llegar a curvarse en sus extremos, hasta que alcanzaron veinte centímetros de longitud, todos finitos y bien cuidados, firmes, negros y tiesos.
    Ya por entonces era cabo en la corte de Saboya, donde se dedicaba a colaborar con la unidad italiana del Garibaldi. En aquellos tiempos, sus bigotes causaban la envidia de todos, tanto que su capitán, Antonino Zucchino, se los mandó cortar.
    El cabo Attaccapanni se negó. Desobedecía una orden de un superior por considerarla injusta y desproporcionada. Entonces el capitán Zucchino, queriendo dar ejemplo, agarró el sable delante de todo el regimiento y lanzó un golpe formidable contra una de las puntas del ya crecido bigote de su subordinado. Pero el efecto no fue el esperado. El sable no rompió el extremo del bigote, sino que el propio sable se desastilló como un palo podrido que batiese contra una barra de acero.
    El capitán se quedó asombrado. También el resto del regimiento que contemplaba la escena en absoluto silencio. Tanto fue así que el capitán aún corrió hasta su despacho y recogió una catana japonesa que le había sido regalada por uno samurái años atrás, cuando se ocupaba de hacer la ruta de la seda para los franceses. Por lo visto aquella catana era irrompible, con que allá volvió con ella junto al cabo Attaccapanni y golpeó con todas sus fuerzas en la misma punta de los bigotes donde había roto su sable.
    El impacto fue brutal. El cabo Attaccapanni saltó por los aires a causa del impulso, pero, a pesar del golpe, su bigote permaneció intacto. La catana había volado por los aires y también el capitán Zucchino, que aterrizó en un gallinero vecino, para susto de las gallinas y enfado del gallo del corral, que veía en aquel hombre, con gorro de plumas y traje a colores, una competencia desleal.
    Y fue precisamente ahí donde comenzó la leyenda de los bigotes del Gianni Attaccapanni. Incluso tuvieron participación en alguna campaña militar en África, tanto que salvó la vida propia y la de algunos compañeros de armas gracias a ellos.
    Tal como cuentan las crónicas, fue así: Era un día de agosto, todo lleno de polvo y moscas. Las tropas italianas estaban avanzando por un desfiladero. De repente, los soldados enemigos surgieron como hormigas por entre las rocas y comenzaron a disparar contra las tropas italianas. Los soldados huyeron a toda la velocidad, también Gianni Attaccapanni, ya por entonces teniente. Pero los soldados enemigos bajaron hasta el camino. El teniente Attaccapanni ya se había quedado sin balas. Y lo que era aún peor, su fusil con bayoneta había quedado inutilizado a raíz de un balazo enemigo. Ya en aquellos tiempos, el bigote del teniente Attaccapanni era grande, casi parecía los cuernos de un búfalo. Y fue precisamente eso lo que hizo: usar sus bigotes como si fueran los cuernos de un búfalo. Se lanzó de frente como un toro y con sus cuernos mandó a los enemigos por los aires. Incluso un par de soldados italianos heridos lograron engancharse de los bigotes del teniente Attaccapanni y consiguieron así salvar la vida.
    Por aquella hazaña, el ministro de la guerra concedió al teniente Attaccapanni la medalla al valor, que le clavaron en los bigotes, y fue ascendido a capitán.
    Y de ahí arranca la fama del Gianni Attaccapanni, de su bigote. Poco a poco fue haciendo su carrera militar ya sin tener que pisar un terreno de guerra. Claro, sus bigotes imponían respeto a todos. Tanto fue así que cuando alguien le llevaba la contraria, él comenzaba a mover la cabeza al tiempo que sus bigotes vibraban en el aire hasta producir un sonido semejante a espadas, con lo cual nadie osaba llevarle la contraria.
    Pero el secreto mejor guardado era cómo era el coronel Attaccapanni en casa. Cuando volvía del cuartel, el militar se ponía las zapatillas, la bata y se adormilaba durante horas en su sofá favorito del salón, mientras el viejo reloj de carillón daba las horas imperturbable. Luego, su mujer era quien realmente sacaba provecho de los enormes bigotes de su marido. Los usaba para tender la ropa mojada o bien para hacer madejas. Y es que, en el fondo, aquel era el mejor uso a que se podía someter aquel mostacho inmenso, porque attaccapanni simplemente significa “percha” en italiano.

© Xavier Frías Conde

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